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MEMORIAS: CONFLICTO DENTRO DEL AULA


Enviado por   •  4 de Septiembre de 2013  •  5.216 Palabras (21 Páginas)  •  440 Visitas

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MEMORIAS EN PUGNA DENTRO DEL AULA:

¿QUÉ HAREMOS CON ELLAS?

La elección del tema

Mientras leía el extraordinario trabajo de De Amézola “Una Historia Incómoda, la enseñanza de la Historia del Tiempo Presente”, me sentí totalmente identificado con el planteo de la doble cuestión del “presente permanente” de los jóvenes y el “pasado indestructible” de los adultos; esta doble cuestión tiene implicancias didácticas cuando tenemos que explicar a nuestros alumnos temas que para nosotros siguen siendo de alguna manera abierto (la violencia de los 70´, el Terrorismo de Estado, Guerra de Malvinas entre otros).

En relación a este argumento, deseo presentar una experiencia personal para comenzar a desarrollar este trabajo: durante el recordatorio del nefasto golpe de Estado de 1976, desarrollamos, en un quinto año, una jornada especial; para ampliar la propuesta dentro de la historia reciente realicé una presentación power point, llevé periódicos, revistas e imágenes de la época, y leímos testimonios contrapuestos de distintos actores sociales que marcaron esos años. El encuentro continuó con una cronología que abarcaba desde 1983 hasta la actualidad y los distintos procesos legales que transitamos como país: las leyes condenatorias, las de impunidad y por último la nulidad de las leyes de Obediencia Debida, Punto Final y la condena a represores. Concluimos con un NUNCA MÁS y, para que sigan investigando y consultando en sus hogares con padres, abuelos, tíos, etc., un cuestionario sobre el tema.

Minutos antes de tocar el timbre del recreo llegó el “cachetazo”: una alumna, con mucha sinceridad, argumentó que hace unos años que le están recalcando -acá en la escuela-, el tema del Golpe Militar, de la violación a los derechos humanos, de la Guerra de Malvinas y tantos otros temas parecidos. Y agregó: “profe, si eso pasó hace muchísimos años, por qué tanta insistencia; no sé por qué machacan tanto con esto y no hacen lo mismo con San Martín o Belgrano…”. Contundente la adolescente!

Para completar este cuadro, en el siguiente encuentro, algunos alumnos trajeron, en el trabajo realizado, respuestas que creía que no escucharía más, donde se fundamentaba explícitamente el “por algo habrán desaparecido”, “nosotros no sabíamos que hubo tanta violencia”, “no conozco a nadie que haya desaparecido, porque eso ocurrió en Buenos Aires”, “con los militares estábamos mejor porque había más seguridad”, “la guerra de Malvinas la perdieron los militares”, “antes no había derechos humanos, eso nació con Alfonsín” entre otras.

No creo que este ejemplo sea un caso aislado en el ámbito escolar, y hasta me arriesgo a asegurar que esta situación se repite en muchísimas aulas del país.

Entonces, debemos preguntarnos qué memorias conviven en el aula y en nuestros alumnos al momento de hablar de historia reciente. Ellos, que nacieron en democracia, traen consigo planteos y respuestas que escuchan de sus mayores -y que están arraigadas en cada familia- o que escuchan en los medios de comunicación o durante charlas con sus pares, las que terminan formando parte de sus expresiones, dichos y de su vocabulario diario.

Contextualización del problema

A casi treinta años del retorno a la vida democrática, aún como sociedad no pudimos construir una memoria colectiva que nos identifique; porque memoria es conflicto, es entender y muchas veces intentar justificar el pasado; cuando hablamos de memoria estamos hablando de violencia, de desaparecidos, de violaciones, de justicia, de olvido; estamos hablando de vida y de muerte. Las “distintas memorias” se encuentran en conflicto y son incompatibles entre sí, repudiables entre ellas, y a su vez una nueva memoria no desplaza totalmente a la anterior y las distintas narraciones conviven, guardando entre sí una relación similar a la de las capas geológicas, habilitando sentidos diferentes, combinados y hasta contrapuestos.

Esta vez no comulgamos con Ortega y Gasset, quien propone: si quiere usted ver bien su época, mírela usted desde lejos. ¿A qué distancia? Muy sencillo: a la distancia justa que le impida ver la nariz de Cleopatra. Creemos que se puede y “se debe” hacer un análisis de nuestro pasado reciente, de todo lo que nos pasó como sociedad, pero no es una tarea sencilla, no es fácil ser imparcial (y no sé si deberíamos serlo). Porque el esfuerzo por comprender las memorias que marcaron el último período de la historia argentina representa un primer intento de historizar y revisar ese pasado reciente. “La historia del presente habrá de basarse primero, en el análisis de los avatares que vivimos en el día a día con el presupuesto de que conforman siempre una ‘experiencia histórica’, dentro de la cual no existen jerarquías ni precedencias de relevancia […] Porque no se trata, además, de inventar sólo una nueva historia, sino de algo que es realmente mucho más profundo como hecho nuevo. Se trata de que la historia misma, como totalidad, aun cuando no predicáramos de ella su ineludible presencia –es decir, su condición presente-, se ha convertido en una especie de proceso de ‘observación participante’ sin escándalo alguno para los actores […] Con la historia en tiempo real, el registro memoria-historia será enteramente distinto […] La historia se va tejiendo bajo la propia vista y ritmo que acompasa al ciudadano actor y observador […] Los ‘depósitos de la memoria’ han de estar siempre operativos y han de interpretarse al instante.”

Las memorias en pugna

Pero construir una memoria social, hacer nuestro el pasado reciente es más complejo. “Cuando decimos ‘pasado reciente’ y -más aún- ‘historia reciente’ estamos usando términos que designan categorías en si mismas recientes del pensamiento social y de la historiografía. No vienen a nombrar cualquier pasado próximo, sino que surgen para referirse a aquellos que por su carga singular de violencia y dolor presentan especial dificultad para ser asimilados, no sólo por los individuos sino por las sociedades integralmente en las que transcurrieron. Son pasados vívidos que se resisten a convertirse en pasados vividos, y a ser objetos de la memoria o de la historia. Pasados que no terminan de pasar, y que no sólo activan las luchas del presente sino que ciernen su amenaza sobre la totalidad del proyecto común. Su carácter liminal se puede asociar a lo traumático […] el deber de recordar es un imperativo ligado al ethos político-pedagógico de las democracias: ‘que no se repita’ y que el proyecto humanista resista incluso la traición de la historia.”

Y entramos así en un terreno más complejo, que Raggio define como “el deber de la memoria”,

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