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Candido


Enviado por   •  13 de Febrero de 2013  •  Trabajo  •  2.157 Palabras (9 Páginas)  •  581 Visitas

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CAPÍTULO 1

Cándido es educado en un hermoso castillo, y es

expulsado de él.

Había en Westfalia, en el castillo del señor barón de Thunder-ten-tronckh, un joven

a quien la naturaleza había dotado con las más excelsas virtudes. Su fisonomía

descubría su alma. Le llamaban Cándido, tal vez porque en él se daban la rectitud de

juicio junto a la espontaneidad de carácter. Los criados de mayor antigüedad de la

casa sospechaban que era hijo de la hermana del señor barón y de un honrado hidalgo

de la comarca, con el que la señorita nunca quiso casarse porque solamente había

podido probar setenta y un grados en su árbol genealógico: el resto de su linaje había

sido devastado por el tiempo.

El señor barón era uno de los más poderosos señores de Westfalia, porque su

castillo tenía ventanas y una puerta y hasta el salón tenía un tapiz de adorno. Si era

necesario, todos los perros del corral se convertían en una jauría, sus caballerizos, en

ojeadores, y el cura del pueblo, en capellán mayor. Todos le llamaban Monseñor, y le

reían las gracias.

La señora baronesa, que pesaba alrededor de trescientas cincuenta libras, disfrutaba

por ello de un gran aprecio, y, como llevaba a cabo sus labores de anfitriona con tanta

dignidad, aún era más respetable. Su hija Cunegunda, de diecisiete años de edad, era

una muchacha de mejillas

sonrosadas, lozana, rellenita, apetitosa. El hijo del barón era el vivo retrato de su

padre. El ayo Pangloss era el oráculo de aquella casa, y el pequeño Cándido atendía

sus lecciones con toda la inocencia propia de su edad y de su carácter.

Pangloss enseñaba metafísico-teólogo-cosmolonigología, demostrando

brillantemente que no hay efecto sin causa y que el castillo de monseñor barón era el

más majestuoso de todos los castillos, y la señora baronesa, la mejor de todas las

baronesas posibles de este mundo, el mejor de todos los mundos posibles.

-Es evidente -decía- que las cosas no pueden ser de distinta manera a como son: si

todo ha sido creado por un fin, necesariamente es para el mejor fin. Observen que las

narices se han hecho para llevar gafas; por eso usamos gafas. Es patente que las

piernas se han creado para ser calzadas, y por eso llevamos calzones. Las piedras han

sido formadas para ser talladas y para construir con ellas castillos; por eso, como

barón más importante de la provincia, monseñor tiene un castillo bellísimo; mientras

que, como los cerdos han sido creados para ser comidos, comemos cerdo todo el año.

Por consiguiente, todos aquéllos que han defendido que todo está bien han cometido

un error: deberían haber dicho que todo es perfecto.

Cándido le escuchaba con atención, y se lo creía todo ingenuamente: y así, como

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encontraba extremadamente bella a la señorita Cunegunda, aunque nunca había osado

decírselo, llegaba a la conclusión de que, después de la fortuna de haber nacido barón

de Thunder-ten-tronckh, el segundo grado de felicidad era ser la señorita Cunegunda;

el tercero, poderla ver todos los días; y el cuarto, ir a clase del maestro Pangloss, el

mayor filósofo de la provincia, y por consiguiente de todo el mundo.

Un día en que Cunegunda paseaba cerca del castillo por un bosquecillo al que

llamaban parque, vio, entre unos arbustos, que el doctor Pangloss estaba impartiendo

una lección de física experimental a la doncella de su madre, una morenita muy guapa

y muy dócil. Como la señorita Cunegunda tenía mucho gusto por las ciencias, observó

sin rechistar los repetidos experimentos de los que fue testigo; vio con toda claridad la

razón suficiente del doctor, los efectos y las causas, y regresó inquieta, pensativa y

con el único deseo de ser sabia, ocurriéndosele que a lo mejor podría ser ella la razón

suficiente del joven Cándido, y éste la razón suficiente de ella misma.

Cuando volvía al castillo, se encontró con Cándido y se ruborizó, Cándido también

se puso colorado, ella le saludó con voz entrecortada y Cándido le contestó sin saber

muy bien lo que decía. Al día siguiente, después de la cena, cuando se levantaban de

la mesa, Cunegunda y Cándido se toparon detrás de un biombo; Cunegunda dejó caer

el pañuelo al suelo y Cándido lo recogió; al entregárselo, ella le cogió inocentemente

la mano; el joven a su vez besó inocentemente la mano de la joven con un ímpetu, una

sensibilidad y una gracia tan especial que sus bocas se juntaron, los ojos ardieron, las

rodillas temblaron y las manos se extraviaron. El señor barón de Thunder-ten-trockh

acertó a pasar cerca del biombo, y, al ver aquella causa y aquel efecto, echó a Cándido

del castillo a patadas en el trasero; Cunegunda se desmayó, pero, en cuanto volvió en

sí, la señora baronesa la abofeteó; y sólo hubo aflicción en el más bello y más agradable

de los castillos posibles.

CAPÍTULO II

Cándido y los búlgaros.

Tras ser arrojado del paraíso terrenal, Cándido anduvo mucho tiempo sin saber

adónde ir, llorando y alzando los ojos al cielo, volviéndolos a menudo hacia el más

hermoso de los castillos, que albergaba a la más hermosa de las baronesitas; por fin,

se durmió sin cenar en un surco en medio del campo; nevaba copiosamente. Al día

siguiente, temblando de frío, llegó a rastras hasta la ciudad vecina, que se llamaba

Valdberghofftrarbk-dikdorff, sin dinero, muerto de hambre y de cansancio. Se paró

con tristeza ante la puerta de una taberna. Dos hombres vestidos con uniforme azul

repararon en él:

-Camarada-dijo uno de ellos-, he aquí un joven bien parecido y con la estatura

apropiada.

Se aproximaron a Cándido y le invitaron a cenar muy educadamente.

-Señores -les contestó Cándido con humildad aunque amablemente-, es un honor

para mí, pero no puedo pagar mi parte.

Ah, señor-respondió uno de los de azul-, las personas que tienen su aspecto y sus

virtudes nunca pagan nada: ¿no mide usted cinco pies con cinco pulgadas de altura?

-Sí, señores, ésa es mi estatura -contestó con una inclinación.

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-Ah, señor, sentaos a la mesa; no solamente le vamos a invitar, sino que no

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