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DSM-IV


Enviado por   •  10 de Junio de 2013  •  Tesis  •  15.529 Palabras (63 Páginas)  •  394 Visitas

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Prólogo

Este libro puede tratar de muchas cosas pero inexorablemente hablará acerca de mí. Siempre es más fácil contar las cosas desde el punto de vista propio. Quizás también por eso me ayudé con conversaciones, emails, etc, para que no suene tan serio, ni tan oficial, ni nada.

Este no es el DSM-IV ni mucho menos, es simplemente una versión menos estructurada y ajustada de la realidad, de los temas álgidos que con el tiempo envenenan a los adolescentes y a los no tanto. Sí voy a hablar a veces en términos médicos, no porque haya estudiado medicina sino porque me tocó vivirlo, sufrirlo, sangrarlo, vomitarlo. Que a propósito, mejor aprovecho este lugarcito para prologar que sí, a veces soy bastante autosuficiente, egocéntrica y soberbia a la hora de escribir. Y que por cierto creo que sé más acerca de anorexia y suicidio que los psicólogos y los médicos que intentaron ayudarme. No es necedad. Es simplemente que creo que la experiencia no es transmisible… y que aunque yo haya leído muchas veces que tal dolor es punzante, nunca en mi puta vida sentí una punzada. Entonces, que no me vengan a hablar a mí de los síntomas ni de lo que tengo que sentir o hacer, porque ya tuve suficiente. Y que sí, quizás con el correr de las hojas algunos de ustedes elijan devolver el libro y cambiarlo por uno de cuentos infantiles, otros les prohibirán su lectura a los petite-lectores y muchos, muchos otros se rascaran sus partes con mi libro. I couldn’t care less. Eso es lo que tengo para decir.

Simplemente escribo esto como método terapéutico. No, ese es el speech que tengo preparado en caso de que mi libro arme algún tipo de revuelo en los medios (ya quisieras…). Pero mi historial dice que soy transgresora: un fotolog y una pagina web ya se encargaron de hacerme “famosa”. Argh, por favor, abandoná este personaje que no deja de auto complacerse/ halagarse/ amarse porque nadie lo cree! ¡Nadie lo compra!

Ok… lo que quiero dejar en claro es eso: no busquen definiciones ni dogmas en mi libro. ABZURDAH no es solamente lo que dicen los libros de medicina, psicología, psiquiatría o demás avechis(y no es por desacreditar a médicos y etcéteras, eh?). Pero, como dije antes, ABZURDAH es más que un puñado de definiciones. Tengo mucho que contar, fue mucho lo que sufrí. Bueno… “sufrí”. Irónicamente hay quienes eligen estar enfermas y llega un punto donde hasta disfrutas de ello, pero ahora es temprano para hablar de esas cosas.

Por el momento solo diré que este no es un libro fácil. No respecto de su lectura, que a decir verdad es bastante insípida, pero sí en cuanto al tema y al punto de vista desde el que se mira. Aunque debo decir que con el correr de los años y de las páginas el punto de vista de quien escribe se fue corriendo grados y graditos más a la derecha o a la izquierda dependiendo de la emocionalidad predominante. Pasado en claro: es jodido. Toca temas jodidos. Y si no estás dispuesto a leer cosas jodidas, andá a la librería, cambialo y que seas feliz con Charles Perrault. Yo no soy la Cenicienta, ni Hansel y Gretel. Soy más bien el lobo. Un lobo confundido, ultrajado y autodestructivo.

Empecemos por el principio (que maldita obviedad)

Uff… que difícil empezar a escribir un libro. Bueno, tendría que presentarme. Antes de decirles mi nombre les voy a decir quién soy. O quién no soy mejor: no soy normal. No soy una mujer a quien las cosas le fueron difíciles en la vida, nunca me tocó sufrir problemas de dinero, ni problemas de divorcios de padres, ni problemas escolares, digamos que siempre tuve una vida lo suficientemente calma como para aburrirme hasta límites insospechados. Lo cual no quiere decir que haya tenido una vida perfecta: muy por el contrario: creo que tanto aburrimiento y tanto “no pasa naranja” me llevaron a angustiarme por la nada misma. Bueno, tendría que tener un par de charlas más con Néstor que es quien verdaderamente sabe de qué color es el repollo.

El tema es que en vez de jugar a las Barbies yo leía cuentos. Infantiles y no tanto. Recuerdo tomar los libros que mis padres dejaban olvidados encima de mesas o pianos. Pero por sobre todas las cosas: no tenía amigas. Literalmente y no estoy exagerando, no tenía una puta amiga. Siempre fui demasiado buena, creo que ese fue mi problema. Lo que decían de mí me afectaba absolutamente demasiado y, seamos sinceros, los comentarios de los infantes pueden ser muy destructivos. Sobretodo si tenés doce años y pesas 64 kilos.

Sí. 64 kilos. Medía poco más que un ficus enano y ya pesaba más que mi viejo. Era escandalosamente gorda. Abominable. Bueno, no tanto, pero esa imagen pensaba YO que los DEMÁS tenían de mí. Hasta hace poco creí que mi imagen personal era buena, que mi autoestima era elevada y reposaba en límites correctos o esperados. Pero después me di cuenta de que no era que no tenía amigas porque era gorda: sino que era gorda porque no tenía amigas. Espero que se entienda. Es decir, no me gusta explicar mucho todo. Soy más de tirar y esperar a que se entienda, pero como recién estamos empezando, prefiero explicar, solo por las dudas. En realidad yo no me veía mal, pero sí me sentía mal entonces todo lo que hacía era COMER. Mis compañeras del colegio jugaban a la soga y yo comía, mis compañeros jugaban fútbol y yo comía, ellos eran perfectos alumnos y yo comía. Mientras ellos juntaban flores yo me enamoraba estúpidamente de Federico Rodríguez, un compañerito con anteojos que nunca me iba a dar bola. Simplemente porque pesaba 64kgs y seriamente: porque era rara. Y sí. Era la preferida de los profesores, nunca faltaba a clases, me pasaba los recreos caminando sola por el colegio sin emitir palabra y tocaba piano como los dioses.

Una nena que creció leyendo Bécquer mientras sus compañeras jugaban a ver quién se pintaba los labios del color más lindo, no es normal. Y nunca invité a una amiga a mi casa, nunca, nunca, nunca. Nunca me llamaron por teléfono (quizás de ahí mi quasi- fobia telefónica). Pero no exagero. Creo que ni yo me sabía mi teléfono de memoria. Bueno, era rara, simplemente, atrozmente rara. No solamente porque no tenía los mismos hábitos que todas las demás sino que era bastante acomplejada gracias a mis viejos y compañeritos del colegio.

Dos ejemplos rapidísimos:

Verónica. ¡Cómo olvidarte! En algún momento pensé que era mi amiga. Resultó ser una imbécil, como todas las demás. Y además, protagonista de uno de los peores recuerdos del maldito primero colegio al que fui. Ella delgada y morena. Yo cuasi obesa y blanca como los dientes de mi gato. Una profesora pidió a alguno de los alumnos que le alcanzase por favor la guitarra que estaba detrás de un mostrador de madera. Para acceder a la guitarra había que pasar por un estrecho (bueno,

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