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La Crisis Ninja


Enviado por   •  8 de Junio de 2013  •  1.543 Palabras (7 Páginas)  •  248 Visitas

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DE ILLINOIS A SAN QUIRICO. LA

CRISIS NINJA

SAN QUIRICO

J. engo una casa cerca de Barcelona, en un pueblo muy

bonito, San Quirico. Es la casa familiar, a la que mi mujer y

yo, nuestros hijos, nuestros nietos, nuestros amigos y todos

los que han pasado por ella le tienen un gran cariño.

Es una casa grande, hecha con mucha ilusión. Al arquitecto

solo le dimos dos instrucciones: que hubiera muchas

camas y muchos cuartos de baño. Veníamos de una casa alquilada

por allí cerca, donde las colas en la puerta del único

cuarto de baño eran muy frecuentes y muy largas. Salió

una casa con veintidós camas y siete cuartos de baño.

Como la familia ha seguido creciendo, a veces hay que recorrer

varios lavabos antes de encontrar uno libre.

El constructor estuvo dos semanas pensando qué

orientación debía tener para aprovechar mejor el sol.

Y acertó.

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Mi mujer y yo seguimos las obras muy de cerca. Desde

el día en que cortaron el primer árbol hasta la primera noche

en que dormimos allí, pasó un año.

Nos metimos como pudimos, pero nos metimos.

Luego ha pasado el tiempo. Las paredes están llenas de

cosas que hemos ido trayendo todos: recuerdos de nuestros

viajes, la colección de campanillas, la colección de botijos,

las vírgenes que hemos ido comprando por los anticuarios

de la zona para las habitaciones, los muebles de

nuestros padres... todo ha hecho que allí se esté muy bien.

La casa resulta muy acogedora.

San Quirico está a setecientos metros de altura. En invierno

hace frío. La calefacción funciona muy bien. No hay

cosa que me guste más que llegar un viernes por la noche

allí, que descargue una tormenta fuerte y que llueva todo el

fin de semana. Se está en la gloria.

Mi mujer y yo hemos procurado que nuestra casa estuviese

siempre muy abierta a todo el mundo, a nuestra familia

cercana y lejana, a nuestros amigos, a los amigos de

nuestros amigos y a los amigos de nuestros hijos. Como tenemos

muchos, la casa siempre ha estado a rebosar de gente

conocida y de algún amigo desconocido. Muchas veces ha

dormido en casa gente que no sabíamos ni quién era.

Parece que algún hijo sí lo sabía, de manera que más o menos

estaba todo controlado.

Cuando llegamos no había Internet. Ni existía. En mi

despacho de Barcelona no teníamos ordenador. Me acuerdo

del día en que mis dos hijos mayores, que trabajaban

conmigo, vinieron a verme con cara seria y me dijeron:

«Papá, hay que comprar un ordenador». Yo les contesté:

«¡Pero si ya tenemos una máquina de escribir eléctrica!».

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Y lo dije con muy buena voluntad, pensando que lo del ordenador

era un capricho de aquellos chavales. Aún se ríen

cuando lo recuerdan.

Ahora tenemos ADSL. Y, además, tenemos tranquilidad,

y en San Quirico pensamos, trabajamos, nos reímos,

descansamos.

En una casa así tiene que haber un perro. Helmut es

nuestro animal de compañía, un bobtail al que no se le ven

los ojos por el pelo que tiene y al que le da vergüenza

salir a la calle cuando le han lavado y está limpio. Mi mujer

dice que «animal de compañía», en el caso de Helmut,

quiere decir que es un perro que quiere que le hagan

compañía. Por eso nos sigue a todas partes, y cuando

cambiamos de sillón él se mueve también para estar cerca y

poder dormir tranquilo.

Además, tenemos un petirrojo. Bueno, no lo tenemos,

pero como si lo tuviéramos. En San Quirico, normalmente,

la puerta de la casa está abierta. A primera hora de la mañana

el petirrojo entra y pasea por dentro, haciendo pequeños

vuelos para subirse a la lavadora, a la mesa de mi

despacho, a la televisión. Mientras desayuno, oigo el ruido

que hace al picotear la comida de Helmut. Está todo el

día con nosotros, y al caer la tarde se va a su casa a cotillear

con los otros petirrojos y supongo que a contarles cosas de

nuestra familia.

Mis AMIGOS

En San Quirico nos conocemos todos. El pueblo lo forman

una plaza y una calle, en lo alto de una montaña. Cuando

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llegamos la plaza se llamaba «del Generalísimo Franco», y

la calle, «José Antonio Primo de Rivera». Los tiempos

cambiaron y cambiaron también los nombres. El cura del

pueblo, un hombre mayor, con mucho sentido común, dijo

a los del Ayuntamiento: «Yo pondría unos nombres que no

hubiera que cambiar dentro de unos años». Le hicieron

caso: hoy la plaza es «la plaza de la Iglesia», y la calle, «la

calle Mayor».

Nosotros tenemos la casa en la montaña de al lado. Se

baja a la carretera, se andan trescientos metros y se sube a

nuestra casa, que está rodeada por otras lo suficientemente

cercanas como para estar acompañado y lo suficientemente

lejanas como para no molestarnos.

La gente es majísima. El bilingüismo, una realidad desde

siempre. Cada uno habla en el idioma en el que se siente

más cómodo y nunca ha habido

...

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