Como Aprenden Los iños
Enviado por Melibea • 15 de Febrero de 2014 • 21.593 Palabras (87 Páginas) • 301 Visitas
III. ASPECTOS DEL DESARROLLO DE NIÑOS DE CINCO AÑOS, INCLUIDO SU ESTILO DE APRENDER
Los CINCO años constituyen el principio del fin: el fin de la barriguita, el fin de las caricias en el regazo, el fin del balbuceo y el fin de la fe ciega en la omnipotencia del adulto. Los cinco años son el fin del bebé, época que a los padres les resulta a la vez satisfactoria y perturbadora: satisfactoria porque ya se puede razonar con un niño de cinco años; perturbadora porque los niños de cinco son impredecibles.
Los padres miran con nostalgia los ojos brillantes de sus chicos de cinco años, recordando cuando eran bebés, pero los niños no creen haber sido nunca bebés. Para los padres, los cinco años son, por fin, la edad en que la razón y el diálogo prometen la muy esperada conducta civilizada que se parezca a la de los propios adultos; para los niños, los cinco años significan poder y fuerza, que serán puestos a prueba y expresados con la medida de autonomía que se atrevan a adoptar. Percepciones muy diferentes... ¡y el comienzo de la brecha generacional!
Un niño de cinco años tal vez tenga la absoluta seguridad de que sabe cómo resolver sus problemas, con o sin el buen juicio que sus padres consideran un requisito, como lo mostrará la anécdota siguiente. Dos niñitas que asistían a un jardín de niños privado de pronto desaparecieron del patio cuando su maestra y su ayudante reunían al grupo a la 1:10 de la tarde de un lunes. Más de una hora después, cuando maestra y asistente seguían buscando bajo las escaleras y en todos los sanitarios, el padre de una de las niñas telefoneó, furioso, a la directora. Aquella tarde, al llegar a su casa temprano, había descubierto a las dos niñas sentadas frente a la puerta de su departamento. La explicación que le dieron era totalmente increíble, pero tenía que ser cierta, porque a las 2:30 de una tarde de lunes se encontraban literalmente en ese vestíbulo y no en la escuela.
Las dos se habían escurrido a hurtadillas del patio de juegos de la escuela (que estaba cercado) cuando las dos maestras estaban ocupadas con otras niñas, y habían corrido a la esquina. Allí subieron a un autobús local (nadie supo nunca si las llevaron gratuitamente, o si tenían dinero) y en él fueron durante unos veinte minutos hasta la parada cerca de donde una de ellas vivía. Atravesaron una amplia avenida, entraron en el edificio y tomaron el ascensor hasta el quinto piso. Pero en ese punto sus planes se frustraron: ¡Bárbara no tenía la llave de su casa! Así que se sentaron a esperar. La madre de Bárbara tenía que volver a casa, después de dar clases, poco después de las 3:00, pero el padre de Bárbara decidió acortar su jornada de vendedor y llegó de improviso a las 2:30, pensando dormir una breve siesta antes de que regresara el resto de la familia. En cambio, ante la puerta de su casa fue saludado alegremente por dos orgullosas niñas de cinco años.
Entre los niños de cinco años hay una vanguardia como la de estas niñas. Ya no se puede confiar en que vayan de la mano de sus padres o en que obedezcan limitaciones establecidas que desafían su sensación de "apuesto a que yo puedo hacer eso mejor" (otros niños llegan a este concepto de sí mismos a los seis años). Están en el umbral del avance hacia la conducta de niño y niña independiente y autónoma, asociada a los años intermedios de la niñez, cuando la magia de la sociedad que constituyen con sus compañeros los aparta de la seguridad de la familia. Los niños de cinco años están ya lejos de la ambivalencia a la lealtad a sus padres que llegará algunos años después, pero ya están allí las señales que indican la dirección que seguirán.
LAS RAICES DE LA CONFIANZA
Si consideramos el largo trecho que los niños ya han recorrido en cinco breves años, podremos comprender el sentido arrogante de la importancia de sí mismos que tan a menudo muestran. De un estado de total dependencia física al nacer, cuando todo movimiento o satisfacción de una necesidad requerían la gracia de su madre y de sus brazos amorosos, han llegado a tener suficiente agilidad y dominio de su cuerpo para conseguir mucho más espacio del que necesitan para desenvolverse. Los niños de cinco años están tan complacidos consigo mismos por sus nuevos poderes que a menudo se fijan obstáculos físicos simplemente para disfrutar mejor de sus aptitudes corporales. Suben los escalones del tobogán en pautas rítmicas y se deslizan por él de espaldas o de cabeza. Aprovechan los golpes del sube y baja de modo que el ritmo de subir y bajar tenga, para ellos, suspenso y drama. Corren en bicicleta a velocidad vertiginosa, a menos que los adultos los contengan. Se suben a lo alto del tejado, y con los brazos extendidos cantan como gallos.
No sólo se mueven ahora con maravillosa soltura y libertad, sino que también han aprendido, en sus cinco primeros años, todo tipo de difíciles hazañas de coordinación que la sociedad les ha pedido. Comen con cubiertos (a menos que prefieran no hacerlo), saben cuándo deben ir al retrete (aunque a menudo no lo hacen cuando están absortos en un juego), y pueden hacer la gran hazaña de lavarse las manos (sin embargo, rara vez tienen tiempo.) Pueden sonarse la nariz y frotarse la propia espalda, vestirse (a su manera, es verdad, pero allí está), y encender y apagar las luces sin pensar cómo se hace. Y pueden articular frases largas. En pocas palabras, han sido bastante bien adoctrinados en la cultura de su sociedad, y sus cuerpos obedecen a sus deseos, no a los de sus padres. Ambos sexos son bastante independientes en la atención a su físico, a menos que tengan padres corrompidos o demasiado solícitos; las niñas a menudo son un poco más dóciles que los niños al aceptar las restricciones de la vida social.
A los niños les gusta realizar y construir cosas. Son activos, a menudo inquietos y ruidosos y -lo que tiene mayor significación- no han vivido lo suficiente para que el mundo exterior haya afectado seriamente su visión muy personal y egocéntrica de lo que es importante.
Las sensaciones de eficiencia que tienen se basan en las sólidas hazañas de carácter físico, conquistadas a prueba y error, para terminar con un sentido de dominio que pueden identificar como propio.
En esta etapa, muchos padres inadvertidamente privan a sus hijos de auténticos sentimientos de eficiencia e importancia, porque sus normas inmediatas no coinciden con el crecimiento y el aprendizaje de los niños. Las metas de los padres están justificablemente orientadas hacia el futuro, pero, por desdicha, las normas adultas y sociales relacionadas con la posición social -como la apariencia, los modales y la conducta verbal- ofrecen a los niños poca
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