AUTORIDAD ESPIRITUAL
Enviado por GDB777 • 31 de Octubre de 2012 • 2.322 Palabras (10 Páginas) • 5.266 Visitas
LECCION 1
La importancia de la autoridad
(Romanos 19.1-7). (Hebreos 1.3). (Isaías 14.12- 14). (Mateo 26.62-64).
El trono de Dios se fundamenta en la autoridad
Los hechos de Dios proceden de su trono Y éste se fundamenta en su autoridad.
Todas las cosas son creadas por la autoridad de Dios y todas las leyes físicas del universo se mantienen por esta misma autoridad.
Por esto la Biblia se refiere a ello expresando que Dios "sustenta todas las cosas con la palabra de su poder", lo que significa que sustenta todas las cosas con la palabra del poder de su autoridad.
ESTO NOS ENSEÑA DOS COSAS:
1.- La autoridad de Dios representa a Dios mismo,
2. Su poder representa sus hechos.
El pecado contra el poder es perdonado con más facilidad que el pecado contra la autoridad, porque este último es un pecado contra Dios mismo.
Sólo Dios es autoridad en todas las cosas, porque todas las autoridades de la tierra son instituidas por él.
La autoridad es algo de Importancia sin igual en el universo; no hay nada que la sobrepase. Por consiguiente, es imperativo que los que deseamos servir a Dios conozcamos su autoridad.
Satanás ofendió la autoridad de Dios.
El querubín, se convirtió en Satanás cuando QUISO SOBREPASAR la autoridad de DIOS, compitiendo con él y volviéndose de este modo un adversario suyo.
La rebelión fue la causa de la caída de Satanás.
Tanto Isaías 14.12-15 como Ezequiel 28.13-17 se refieren al descenso y caída de Satanás. El primer pasaje pone énfasis en cómo Satanás infringió la autoridad de Dios.
El segundo pone de énfasis su transgresión de la santidad de Dios.
Ofender la autoridad de Dios es una rebelión mucho más grave que la de ofender su santidad.
¿Porque? porque que el pecado se comete en la esfera de la conducta, se lo perdona con más facilidad que la rebelión, pues ésta es una cuestión de principios.
Fue el intento de Satanás de poner su trono sobre el trono de Dios lo que violó la autoridad de Dios, fue el principio de la vanagloria o exaltación propia.
El hecho de pecar no fue la causa de la caída de Satanás; ese hecho no fue más que el producto de su rebelión contra la autoridad.
Fue la rebelión lo que Dios condenó.
Al servir a Dios no debemos desobedecer a las autoridades porque el hacerlo es un principio de Satanás.
¿Cómo podemos predicar a Cristo según el principio de Satanás?
Sin embargo es posible que en nuestra obra estemos con Cristo en la doctrina a la vez que con Satanás en los principios.
Cuan vil sería pensar que en tales condiciones hacemos la obra del Señor.
Satanás no tiene temor de que prediquemos la palabra de Cristo; pero teme que estemos sujetos a la autoridad de Cristo!
Los que servimos a Dios jamás debemos servir según el principio de Satanás.
La autoridad, controversia del universo
La controversia del universo se centra en quién tendrá la autoridad,
Para mantener la autoridad de Dios tenemos que someternos a ella con todo nuestro corazón.
Es absolutamente imprescindible que tengamos un encuentro con la autoridad de Dios y que poseamos un conocimiento básico de lo que ella es.
Cada vez que operamos de acuerdo al principio de Cristo, el principio de Satanás se desvanece.
Satanás todavía es un usurpador; pero será derrotado en el tiempo del fin del Apocalipsis.
Si de veras queremos servir a Dios, debemos purificarnos completamente del principio de Satanás.
En la oración que nuestro Señor enseñó a su iglesia, las palabras "no nos pongas a metas en tentación" señalan la obra de Satanás, mientras que las palabras "líbranos del mal" se refieren directamente a Satanás.
Inmediatamente después de estas palabras, el Señor hace una declaración muy significativa: "Porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por siempre. Amén" (Mateo 6.13).
Todo reino, autoridad Y gloria pertenecen a Dios, y a Dios solo.
Lo que nos libra totalmente de Satanás es el ver esta verdad: que el reino es de Dios.
Puesto que todo el universo está bajo el dominio de Dios, tenemos que someternos a su autoridad.
Que nadie le robe la gloria a Dios.
Satanás le mostró al Señor Jesús todos los reinos de la tierra; pero el Señor contestó que el reino de los cielos es de Dios.
Tenemos que ver quién es el que tiene la autoridad.
Predicamos el evangelio para traer a los hombres bajo la autoridad de Dios;
pero ¿cómo podremos establecer su autoridad en la tierra si nosotros mismos no hemos tenido un encuentro con ella? ¿Cómo podremos tratar con Satanás?
EL APOSTOL PABLO aprendió a estar bajo autoridad.
Antes de conocer la autoridad, Pablo trató de destruir a la iglesia; pero luego que se encontró con el Señor en el camino á Damasco, vio que le era dura cosa a sus pies (el poder humano) dar coces contra el aguijón (la autoridad de Dios). Inmediatamente, cayó al suelo y reconoció a Jesús como señor.
Después de eso, pudo someterse a todas las instrucciones que Ananías le dio en Damasco, pues Pablo había tenido un encuentro con la autoridad de Dios.
En el mismo momento en que fue salvo conoció tanto la autoridad de Dios como la salvación de Dios.
¿Cómo habría podido Pablo, siendo una persona inteligente y capaz, escuchar las palabras de Ananías -un desconocido hermanito a quien se le menciona una sola vez en la Biblia- si no hubiera tenido un encuentro con la autoridad de Dios?
Si no se hubiera encontrado con la autoridad en el camino a Damasco, jamás se habría podido someter a ese oscuro hermanito en la ciudad.
Esto nos muestra que quien ha tenido un encuentro con Dios, se somete a la autoridad de Dios, no a la del hombre.
No miremos al hombre sino sólo a la autoridad de que está revestido.
No obedecemos al hombre sino a la autoridad de Dios en ese hombre.
De otra manera, ¿cómo podremos saber qué es la autoridad?
Entonces no importará quién sea el hombre.
Dios se ha propuesto manifestar su autoridad al mundo por medio de la iglesia.
La autoridad de Dios se puede ver en la coordinación de los diversos miembros del cuerpo de Cristo.
Dios usa su máximo poder para mantener su autoridad;
por consiguiente, su autoridad es más difícil de resistir.
Los que somos tan justos según nuestra propia opinión, y sin embargo, tan ciegos,
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