Elevación Y Caída Del Ángel Y Del Hombre
Enviado por maga345 • 19 de Abril de 2015 • 2.550 Palabras (11 Páginas) • 180 Visitas
Elevación y caída del Ángel y del Hombre
Exposición del caso:
Los padres de Rosa eran muy distintos. Su madre era una mujer que se preocupaba por
cualquier cosa y se agobiaba con facilidad. Su padre era un hombre muy seguro de sí mismo. Si su
madre siempre insistía en que tuviera cuidado con esto y aquello, su padre le decía frecuentemente
que ella podría llegar a donde quisiera llegar en la vida, y que sólo dependía de ella. Rosa, que era
la hija mayor, en carácter había salido a su padre. Era muy voluntariosa, con pundonor y ambición.
Sacaba las mejores notas en todas las asignaturas, y, aunque exteriormente apenas se notara,
reaccionaba con cierta rabia ante un fallo o una nota algo inferior, que le hacía redoblar sus
esfuerzos. Rosa quería a los dos, pero su admiración se dirigía sólo a su padre.
Un día llegó una fatal noticia: el padre de Rosa había fallecido en accidente de tráfico. No
había culpables: un camión había roto sus frenos y no pudo evitar el arrollar al turismo donde
viajaba su padre. Al dolor por la pérdida se sumaba en Rosa un sentimiento de impotencia, que
quedó algo solapado por la necesidad urgente de consolar a su madre. Ésta, cuando veía a Rosa,
no hacía más que decir —"¡Ay, hija! ¿Y qué será ahora de nosotros?" —"No te preocupes, mamá,
saldremos adelante", era la contestación de Rosa a su madre, pero también se lo decía a ella
misma, pensando que tenía que ocupar el puesto que dejaba su padre. Pasaban los días, y esta
situación no cambiaba.
Una tarde —Rosa sólo tenía clase por la mañana—, su madre se dirigió a ella: —"Rosa, bonita,
¿me podrías acompañar?" Pero no le dijo a dónde. Salieron las dos, y llegaron a una casa; les abrió
una recepcionista, que les dirigió a una sala de espera. Había allí un par de señoras, con cara de
preocupación. —"¿No será esto la consulta de un psiquiatra?", preguntó Rosa en voz baja con tono
de alarma. —"No, no. Ya verás, pero tú no digas nada". Al fin les llegó el turno y pasaron a otra
habitación.
Resultó ser la consulta de una pitonisa. No tenía tanta cosa exótica en la habitación y el
vestido como hubiera podido imaginar Rosa, aunque sí había alguna cosa que indicaba qué era
aquello; y, eso sí, no faltaba una mesa amplia con faldón de terciopelo ni un ambiente de
penumbra. La madre de Rosa tenía preocupación por el futuro, y aquella señora —era más bien
mayor— la tranquilizó, y predijo alguna contrariedad, que sería superada. Rosa no se acordó
después muy bien de esto, porque lo que se le quedó grabado fue lo que dijo de ella misma,
aunque dirigiéndose a su madre. —"Tiene usted una hija mayor muy lista —empezó diciendo—. Es
brillante en sus estudios, tiene carácter y sabe lo que quiere. Está intentando darle ánimos, y
puede usted confiar en ella. Pero cree que lo sabe todo, y no es verdad: ni siquiera se conoce bien
a sí misma, y tiene mucho que aprender. Tiene un exceso de confianza en sí misma. Pero debe
aprender por sí sola y no fiarse de nadie, porque en caso contrario la engañarán, y caerá en un
vicio muy serio, y se desesperará y arruinará su vida". Rosa no podía articular palabra de lo
aterrada que estaba, y tampoco fue capaz de decir palabra alguna a la salida.
"¿De qué me conocía? ¿Quién le ha contado nada de mí?", eran preguntas que Rosa se hacía
continuamente. Empezó a tener alguna pesadilla, y le costaba dormir. En esos momentos de vigilia,
empezaba a verse de modo distinto a como se veía anteriormente. Se le hacían patentes defectos
que antes no percibía. Se veía a sí misma egoísta, orgullosa y presuntuosa, y además imbécil por
no darse cuenta antes. Se veía hipócrita, por pensar que presentaba una fachada inmaculada, pero
por dentro no era así, "había de todo" pero ella no había querido verlo y miraba hacia otra parte.
2
Empezó a estar más nerviosa y desconcentrada. Tuvo exámenes y, para sorpresa de todo el
mundo, las calificaciones bajaron. Se sentía desanimada, y empezó a abrirse paso la idea de "para
qué esforzarse en dar una apariencia de virtud" si no correspondía a la realidad.
A pesar de todo, la bajada en sus notas provocó una reacción. Para Rosa, el que existiera el
demonio había sido poco más que un asunto de curiosidad. Pero empezó a pensar en ello más
seriamente: "¿y quién, si no?", se preguntaba. Recordó que de pequeña le habían enseñado a
dirigirse al Angel de la Guarda, pero con el tiempo había abandonado eso, como si fuera una
historieta más útil para niños pequeños. Todavía tenía grabado aquel "no fiarse de nadie", pero
comenzó a razonar diciéndose que si existía uno por qué no iba a existir el otro, y, tímidamente, le
empezó a pedir ayuda. Al poco tiempo le vino a la cabeza que no se podía vivir sin confiar en nadie,
y que tenía amigas que habían confiado en ella preguntando sus dudas, académicas sobre todo
pero en algún caso también de otro tipo.
A la salida de una clase se animó a dirigirse a una de ellas: —"Oye, quiero preguntarte algo,
pero dime la verdad". —"¿Qué pasa...?" —"La verdad, ¿qué defectos me ves?" —"¿Que qué...?" —
"Sí, defectos. Tengo unos cuantos, ¿no?" —"Hombre, tendrás pecado original, como todo el
mundo". —"Ya, pero no vengas con rodeos. Debo ser un asco de amiga, ¿no?" —"Tampoco te
pongas así. A veces eres «un poco tuya», pero en fin...". Con pocas diferencias, la escena se repitió
con alguna amiga más. Rosa no quedaba satisfecha, pues pensaba que no le querían decir lo que
pensaban en realidad. Al fin, quedaba una de sus amigas. La había dejado para el final porque "era
la que rezaba", y le parecía que ésa "todo lo arreglaba rezando", y que por tanto no le iba a dar
una respuesta inteligente. La abordó y repitió su pregunta. —"¿Y a qué viene eso?", fue la
respuesta. —"Tú dime". —"Si no me dices por qué me lo preguntas, yo no digo nada". —
"¡Anda...!". —"Que no. ¿Pero qué pasa contigo? Sacas las peores notas de tu vida, y ahora vienes
con esto...". —"Bueno, está bien.
...