Enciclica
Enviado por mmliytha • 2 de Julio de 2012 • 1.751 Palabras (8 Páginas) • 460 Visitas
EVANGELIUM VITAE
CAPITULO I
LA SANGRE DE TU HERMANO CLAMA A MI DESDE EL SUELO
ACTUALES AMENAZAS A LA VIDA HUMANA
El Evangelio de la vida, proclamado al principio con la creación del hombre a imagen de Dios para un destino de vida plena y perfecta, está como en contradicción con la experiencia lacerante de la muerte que entra en el mundo y oscurece el sentido de toda la existencia humana. La muerte entra por la envidia del diablo y por el pecado de los primeros padres. Y entra de un modo violento, a través de la muerte de Abel causada por su hermano Caín.
Dios le reprende a Caín recordándole su libertad frente al mal: “el hombre no está predestinado al mal”. Ciertamente, igual que Adán, es tentado por el poder maléfico del pecado que, como bestia feroz, está acechando a la puerta de su corazón, esperando lanzarse sobre la presa.
Con la mentira se trata de ocultar el pecado cometido, y en la actualidad sucede con frecuencia, lo que muestra la ausencia de responsabilidad en el hombre. Nuestra realidad se puede considerar como una estructura del pecado, promovida por fuertes tendencias culturales, económicas y políticas. Mirando las cosas desde este punto de vista, se puede hablar, en cierto sentido, de una guerra de los más poderosos contra los más débiles.
El aborto es un tema muy apoyado por la ciencia, y la anticoncepción es el remedio más eficaz contra éste. Pero, desde el punto de vista moral, los dos son males específicamente distintos el primero destruye la vida de un ser humano, y la segunda contradice la verdad plena del acto sexual como expresión propia del amor conyugal, se opone a la virtud de la castidad matrimonial, el aborto se opone a la virtud de la justicia y viola directamente el precepto divino “no matarás”.
Entre todos los delitos que el hombre puede cometer contra la vida, el aborto procurado presenta características que lo hacen particularmente grave e ignominioso. El Concilio Vaticano II lo define, junto con el infanticidio, como "crímenes nefandos".
Hoy, sin embargo, la percepción de su gravedad se ha ido debilitando progresivamente en la conciencia de muchos. La aceptación del aborto en la mentalidad, en las costumbres y en la misma ley es señal evidente de una peligrosísima crisis del sentido moral, que es cada vez más incapaz de distinguir entre el bien y el mal, incluso cuando está en juego el derecho fundamental a la vida.
Ante una situación tan grave, se requiere más que nunca el valor de mirar de frente a la verdad y de llamar a las cosas por su nombre, sin ceder a compromisos de conveniencia o a la tentación de autoengaño. A este propósito resuena categórico el reproche del Profeta:"¡Ay, los que llaman al mal bien, y al bien mal!; que dan oscuridad por luz, y luz por oscuridad"(Is 5, 20). Precisamente en el caso del aborto se percibe la difusión de una terminología ambigua, como la de "interrupción del embarazo", que tiende a ocultar su verdadera naturaleza y a atenuar su gravedad en la opinión pública; pero ninguna palabra puede cambiar la realidad de las cosas: el aborto procurado es la eliminación deliberada y directa, como quiera que se realice, de un ser humano en la fase inicial de su existencia, que va de la concepción al nacimiento.
La gravedad moral del aborto procurado se manifiesta en toda su verdad si se reconoce que se trata de un homicidio y, en particular, si se consideran las circunstancias específicas que lo cualifican. Quien se elimina es un ser humano que comienza a vivir, es decir, lo más inocente en absoluto que se pueda imaginar:¡jamás podrá ser considerado un agresor, y menos aún un agresor injusto! Es débil, inerme, hasta el punto de estar privado incluso de aquella mínima forma de defensa que constituye la fuerza implorante de los gemidos y del llanto del recién nacido. Se halla totalmente confiado a la protección y al cuidado de la mujer que lo lleva en su seno. Sin embargo, a veces, es precisamente ella, la madre, quien decide y pide su eliminación, e incluso la procura.
En este sentido, el aborto va más allá de la responsabilidad de las personas concretas y del daño que se les provoca, asumiendo una dimensión fuertemente social: es una herida gravísima causada a la sociedad y a su cultura por quienes deberían ser sus constructores y defensores.
Estamos ante lo que puede definirse como una "estructura de pecado" contra la vida humana aún no nacida; algunos intentan justificar el aborto sosteniendo que el fruto de la concepción, al menos hasta un cierto número de días, no puede ser todavía considerado una vida humana personal. En realidad, "desde el momento en que el óvulo es fecundado, se inaugura una nueva vida que no es la del padre ni la de la madre, sino la de un nuevo ser humano que se desarrolla por sí mismo". A esta evidencia de siempre, la genética moderna otorga una preciosa confirmación: muestra que desde el primer instante se encuentra fijado el programa de lo que será ese viviente: una persona, un individuo con sus características ya bien determinadas. Con la fecundación inicia la aventura de una vida humana, cuyas principales capacidades requieren un tiempo para desarrollarse y poder actuar".
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