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Anteproyecto

OstinDeejay28 de Mayo de 2012

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INTRODUCCIÓN: LAS CONDICIONES DE LA TRANSICIÓN

EN LOS PEQUEÑOS PAÍSES PERIFÉRICOS

José Luis Coraggio

Carmen Diana Deere

1. LA AUTODETERMINACIÓN COMO SENTIDO DE LA TRANSICIÓN

El socialismo, como movimiento anticapitalista, puede ser visto como exteriorización y comienzo de superación de las contradicciones antagónicas del sistema capitalista mundial. Pero antes que manifestarse como movimiento triunfante en el interior de las sociedades capitalistas desarrolladas, se expresa como movimientos de liberación nacional en la periferia. Los “eslabones más débiles” del sistema imperial-colonialista son entonces lugar privilegiado de realización de un proyecto cuya génesis se remite a la contradicción principal del capitalismo, cuyos sujetos antagónicos más desarrollados están asentados en los países centrales regidos por ese sistema. A la vez, el portador de esta contradicción no es, como la lógica interna del desarrollo capitalista permitía teorizar, el proletariado industrial periférico, sino un heterogéneo conglomerado de fuerzas sociales y étnicas en que predominan el campesinado y sectores urbanos difícilmente ubicables en el sistema tradicional de clases, como fuerza social, y una pequeña burguesía revolucionaria, como grupo dirigente.

La consolidación y extensión del socialismo, fundamentalmente como resultado de la segunda guerra mundial incorporó sociedades europeas considerablemente desarrolladas, configurando un verdadero bloque hegemonizado por la Unión Soviética. Por otro lado, la República Popular China, con gran peso cuantitativo y cualitativo en el movimiento mundial, conformó otro polo socialista de gran peso. Sin embargo, el sistema económico y político mundial siguió marcado, fundamentalmente, por el desarrollo de las contradicciones del capital. En ese sentido el “tercer mundo” es históricamente la periferia del centro capitalista (“primer mundo”). Pero los procesos de descolonización y fragmentación nacional que también se precipitan después de la segunda guerra mundial, así como algunos procesos de lucha antidictatorial, iban a incorporar al mundo una nueva categoría de países “en transición al socialismo”, la mayoría de los cuales se caracterizaban también por ser relativamente pequeños, periféricos, y con un grado considerable de atraso en relación tanto al centro capitalista como al socialista.

¿Cuál es el objetivo que orienta tanto la ruptura con un sistema como la intención de adherirse a otro? Si excluimos a los movimientos mesiánicos contrapuestos al modelo de las sociedades industrializadas, podemos afirmar que los movimientos que en estos países aspiran a romper con la subordinación imperialista han tendido a ver al socialismo (teórico o real) como paradigma para la construcción de una nueva sociedad. Pero al subtitular este volumen indicando el sentido práctico de la difícil transición que emprenden estos pequeños países en la periferia, hemos creído inapropiado utilizar el término “socialismo”. Dudamos en cambio entre utilizar el término “desarrollo” o el finalmente adoptado de “autodeterminación”, como caracterización general del sentido de la transición.

Una parte fundamental de la teoría revolucionaria demuestra que el capitalismo no puede resolver a escala mundial los problemas del desarrollo de las fuerzas productivas y del desarrollo social en su conjunto. Pero esta proposición científica no produce revoluciones populares, a menos que sea asumida como teoría revolucionaria por fuerzas sociales de gran magnitud. Las revoluciones que nos ocupan no han sido materializadas por agentes deseosos de desarrollar las fuerzas productivas per se, sino por fuerzas acumuladas predominantemente a partir de los deseos de liberación de la opresión político-cultural y la explotación que sufren las mayorías en estas sociedades.

También suele afirmarse que no puede haber auténtica autodeterminación nacional sin un desarrollo económico previo, que provea las bases materiales para que la autonomía no sea meramente formal. Pero al optar por nuestro título estamos afirmando otro aspecto que suele quedar olvidado por el economicismo: la autodeterminación política nacional es a su vez condición de posibilidad del desarrollo, un desarrollo que no reproduzca –bajo nuevas formas- la subordinación al centro imperial. Y esa autodeterminación sólo puede hacerse efectiva si se “realiza” la nación a través de la constitución del pueblo como sujeto revolucionario soberano. Destacamos, entonces, la primacía de lo político en la praxis revolucionaria.

La relación centro-periferia –que caracteriza al sistema capitalista de naciones- reproduce el subdesarrollo, el atraso. Cientos de millones de seres, las grandes masas del mundo subdesarrollado capitalista, ven acrecentar sus penurias económicas y espirituales en aras del contradictorio desarrollo del capital que, lejos de generar un derrame beneficiosos hacia la periferia, está precipitando al mundo en un crisis económica y política de proporciones inéditas cuyo costo cae fundamentalmente sobre millones de campesinos, marginados, desocupados y sobre todo jóvenes de la periferia. Mayor privación, mayor represión, mayor alienación, creciente pérdida de expectativas, es la propuesta real y consecuente que el sistema capitalista brinda a la desesperante situación de su periferia. Las esperanzas del desarrollo por la vía de la modernización capitalista –asociando las sociedades periféricas a algún centro dinámico, o creando condiciones atractivas para el “redespliegue industrial”, o a partir de programas especiales de ayuda para el desarrollo- se esfuman en medio de una crisis que acentúa el proteccionismo, que aumenta los costos de una deuda impagable, que centrífuga lo peor de las relaciones tecnológicas y sociales capitalistas a la periferia y que, por sobre todo, revitaliza la estrategia de la zanahoria y el garrote. El escaso desarrollo que el capital pueda tener en la periferia implicará reproducir de manera ampliada el subdesarrollo de esos pueblos. El juego “libre” del comercio y los movimientos de capital, incluso con sus canalizaciones multilaterales de “ayuda”, han sido probados y mostraron la imposibilidad del desarrollo dependiente. La subordinación política, ideológica y cultural tendieron a acentuarse por esa vía en un ámbito de polarización social creciente.

Este proceso no es meramente económico, ni sus agentes son las empresas transnacionales exclusivamente. Los poderes políticos, los estados de los países capitalistas centrales –con la complicidad de las burguesías periféricas- tienen y ejercen la autonomía que se requiere para velar por el interés del sistema capitalista en su conjunto. Los mecanismos político-militares de dominación a nivel mundial, el control y manipulación de la comunicación social, no son un mero acompañamiento de las relaciones económicas, e incluso pueden entrar en contradicción con el desarrollo de importantes fracciones del capital. La dimensión político-militar del imperialismo emerge con claridad en épocas de crisis como la actual.

La única vía que tienen los países periféricos para romper con este estado de cosas es afirmar políticamente la emancipación popular, contenido real de la autodeterminación nacional, como condición de posibilidad del desarrollo. Autodeterminación ¿para qué? Para elegir, como los mismos revolucionarios norteamericanos propugnaban, la forma política que permita a los pueblos “...tener mayores probabilidades de asegurar la seguridad y la felicidad”. Se trata de poder elegir las formas y ritmos de socialización de la vida económica, política, cultural, que mejor se ajusten al legado histórico de cada población y que mejor la protejan de las fuerzas que pretenden sojuzgarla, permitiendo la realización de la nación como entidad en el concierto mundial. Autodeterminación para relacionarse con otros pueblos con la intensidad y formas que sean mejor para los mismos objetivos. Autodeterminación para establecer un modelo económico que se oriente a la satisfacción de las necesidades básicas de la población, rechazando las falsas alternativas como el modelo de Puerto Rico, o la Iniciativa para la Cuenca del Caribe –basada en la libre empresa extranjera y la balcanización- o la “taiwanización”, que consume los recursos humanos en una exportación sin límites. Los intentos de “modernización” o de integración económica de pequeños o aun de grandes países no han podido resolver –de por sí y en ausencia de transformaciones estructurales- los problemas sociales, y en general están en una fase de franco agotamiento.

La pauperización de la periferia lleva a lógicas rebeliones ante las cuales la respuesta del centro hegemónico no es la rectificación, el cambio estructural, o al menos la reforma significativa de las injusticias que la provocan. La respuesta sistemática, más allá de excepciones de corta duración, es la imposición de una más férrea represión física, donde el derecho a la vida no sólo se pierde por la vía de la desnutrición por generaciones, la enfermedad y la indefensión ante catástrofes naturales, sino directamente por el asesinato, la tortura y la desaparición, aplicados a quienes intentan confrontar los regímenes que se arrogan la representación nacional, pero responden a minorías asociadas al proceso de explotación y dominación imperial. Esa respuesta se institucionaliza en escuelas

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