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Cazadores De Microbios


Enviado por   •  12 de Noviembre de 2013  •  11.264 Palabras (46 Páginas)  •  286 Visitas

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Índice

“Los cazadores de microbios” 2

CAPÍTULO I. 2

CAPÍTULO II. 3

CAPÍTULO III 6

CAPÍTULO IV. 8

CAPÍTULO V 11

CAPITULO VI. 14

CAPÍTULO VII. 17

CAPÍTULO VIII 18

CAPÍTULO IX 20

CAPÍTULO X. 23

CAPÍTULO XI 25

CAPÍTULO XII. 26

“Los cazadores de microbios”

CAPÍTULO I.

ANTÓN VAN LEEUWENHOEK.

El primer cazador de microbios.

Hace 250 años un holandés llamado Antón Van Leeuwenhoek fue el primero en asomarse a un mundo poblado de especies de seres pequeñísimos y desconocidos; época en la cual Europa se sacudía de las supersticiones obscuras.

Antón Van Leeuweenhoek nació en Delf, Holanda. A la edad de 21 años fue nombrado conserje de la casa Consistorial de Delft, se le despertó una extraña afición a tallar lentes; había oído decir que fabricando lentes de un trozo de cristal transparente se podían ver las cosas de mucho mayor tamaño. Visitó tiendas de óptica y aprendió las rudimentarias técnicas para tallar lentes; frecuentó el taller de alquimistas y boticarios, curioseó sus métodos secretos para obtener metales de los minerales, y se inició en el arte de los orfebres. Montó lentes en cuadriláteros de oro, plata o cobre, que el mismo había extraído de los minerales.

Leeuwenhoek examinó con sus lentes diversos objetos, tales como fibras musculares de ballena y las escamas de su propia piel, lana de oveja, pelos de castor de y liebre; así como también disecó la cabeza de una mosca.

Pasados los años Leeuwenhoek provocaba la burla de los habitantes de Delft; sin embargo, había en Delf un hombre que no se burlaba de Leeuwenhoek, llamado Regnier de Graaf, a quien una sociedad de intelectuales de la época, llamada “La Real Sociedad”; había llamado miembro correspondiente por haberle dado cuenta de sus estudios sobre el ovario humano.

Graaf se maravilló de las lentes de Leeuwenhoek y escribió una carta a la Real Sociedad donde les decía que se le rogara a Leeuwenhoek que le escribiera la carta relatándoles sus descubrimientos. Leeuwenhoek hizo llegar a este grupo una carta titulada “Exposición de algunas observaciones hechas con un microscopio ideado por Mr. Leeuwenhoek, referentes a las suciedades que se encuentran en la piel, en la carne, etc.;el aguijón de una abeja, etc.”; carta que dejo maravillada a los miembros de la Real Sociedad.

El descubrimiento más grande llevado a cabo por Leeuwenhoek se dio cuando manipulaba un tubo de cristal e intentaba darle la forma de un cabello; lo calentaba en rojo y los estiraba, lo rompe en pedacitos, sale al jardín y se inclina sobre una vasija de barro con una cantidad de lluvia caída; vuelve al laboratorio, enfila el tubito de cristal en la aguja del microscopio...

Leeuwenhoek quedó maravillado de lo que se mostró frente a el, bichos pequeños, pequeñísimos, mil veces más pequeños que los bichos que vemos a simple vista.

Volvió a observarlos y distinguió distintos tipos de especies, una más grande y ágil que la otra.

Leeuwenhoek creía en Dios con un inmenso fervor, lo parecía absurdo que esos animalillos cayeran de la lluvia del cielo. Leeuwenhoek realizó otra observación, esta vez lavó cuidadosamente el vaso, lo enjuagó y lo puso debajo del tubo de la bajada del canalón del tejado, estaba lloviendo, tomó una gotita en uno de sus tubos capilares y entonces corrió al microscopio y observó estos microorganismos. Entonces tomó un gran plato de porcelana “esmaltado de azul al interior”, lo lavó y saliendo al jardín lo colocó encima de un gran cajón, para evitar que las gotas de la lluvia salpicaran de barro dentro del plato; tiró la primera porción de agua recogida, y después recogió unas gotas en uno de sus delgados tubitos y regresó a su laboratorio, recogió unas gotas en sus capilares y observó esta vez no había nada.

Leeuwenhoek no entendía este asunto y como parte de su investigación manipulo pimienta seca, no lograba descubrir nada; de tal modo que mojó la pimienta por varias semanas. Observó cabriolas de microorganismos de varía clases; indirectamente Leeuwenhoek había descubierto el primer medio de cultivo.

Un día al verse al espejo se dio cuenta que entre ellos quedaba una sustancia blanca, viscosa; que al observar al microscopio dejaba ver otras especies de animalillos. El beber café caliente le condujo a observar otro hecho en relación con sus animalillos, examinó la sustancia que cubría sus dientes y no encontró ningún solo animalillo. Volvió a examinar la sustancia, pero esta vez examinó la sustancia que provenía de sus muelas, una parte que el café no tocó, esta vez encontró pocos animalillos, sin querer había establecido las bases de la esterilización.

Leeuwenhoek murió en el año de 1723, no sin antes haber establecido las bases de la bacteriología moderna y convertirse en el primer “cazador de microbios”.

CAPÍTULO II.

LÁZARO SPALLANZANI.

“Los microbios nacen de microbios”.

Seis años después de la muerte de Leeuwenhoek, no hubo nadie que se ocupara en serio de los estudios que aquel holandés dejo, en 1729 nació en Scandiano, Italia; un hombre que dejaría huella en el mundo de la microbiología: Lázaro Spallanzani..

A los 25 años escribió un ensayo intentado explicar la mecánica de las piedras que caen al agua. Se ordenó de sacerdote. Antes de cumplir los 30 años fue nombrado profesor de la Universidad de Regio y en sus lecciones explicaba sobre los animalillos descubiertos por Leeuwenhoek años atrás.

En esa época se acostumbraba creer en la generación espontánea y los mismos animalillos de Leeuwenhoek eran objeto de controversia, era desconocido asta entonces el origen de esos seres y se creía que provenían de la generación espontánea. Spallanzani negaba la posibilidad de que existiera la generación espontánea, y leyó un libro que demostraba experimentalmente como la generación espontánea era un hecho ciertamente falso:

“Tomo dos tarros y tome un poco de carne cruda en cada uno de ellos; deja al descubierto uno y tapa el otro con una gasa. Se pone a observar y ve como las moscas acuden a la carne que hay en el tarro destapado, y poco después aparecen en el larvas y posteriormente moscas. Examina el tarro tapado con la gasa y no encuentra ni una sola larva y ninguna mosca.”

El escritor de ese libro era un hombre llamado Redi.

En la misma etapa de Leeuwenhoek había un hombre que también era sacerdote llamado Needham, que había resuelto el problema sugiriendo que el caldo de carnero engendraba maravillosamente aquellos microorganismos.

Había tomado cierta cantidad de caldo de carnero recién

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