EL PLATO DE HABAS
Enviado por Andrea Manzano • 19 de Abril de 2017 • Resumen • 1.145 Palabras (5 Páginas) • 138 Visitas
EL PLATO DE HABAS
Esta es la historia de Micaelo, el hombre que se hizo leyenda en un pueblo de alguna ciudad perteneciente a algún país en el mundo.
Comencemos por describirlo. Un señor que, a pesar de no haber cumplido los cincuenta ya aparentaba un sexenio de edad. A quien la gente conocía, pero casi nunca le dirigía la palabra. Su apariencia parecía que ahuyentaba a los demás. Era un hombre alto, muy delgado, si se contaban, porque él lo hizo, tenía solo cincuenta y siete cabellos en la cabeza como puntos en un plano cartesiano, su tez morena, un tanto amarillenta en las partes del cuerpo a las que nunca llegaron los rayos de Sol. Y su vestimenta, siempre color marrón. Tenía en su ropero nueve trajes de diferentes tonos de marrón, que combinaba con camisas amarillas y blancas, acompañadas de una de las dos corbatas marrones que cuidaba más que a su propia vida. Sin olvidar la tercera corbata de moño marrón que solo utilizaba en eventos especiales. Dos pares de zapatos cafés, ambos con agujetas, que lustraba sin falta todas las noches, porque “los zapatos eran el reflejo de la limpieza en una persona”.
Pero él no lustraba, ni cuidaba su ropa por lo que los demás opinaran ¡No señor! Micaelo lo hacía porque así fue educado, porque el código de ética de su familia se iría con él hasta la tumba. Y claro que ya había pensado en cómo quería ser enterrado el día de su muerte. Ese día se le debía vestir con el traje marrón de gala, la camisa blanca, la corbata de moño y un par de los zapatos que apreciaba como más elegante. Su hermana Elia lo sabía bien, y tenía la misión de llevarlo a cabo el día que Micaelo dejara de respirar.
Elia y Micaelo vivían en el mismo pueblo que los vio nacer. Nunca se fueron de ahí después de la muerte de Don Álvaro y Doña Francisca, sus padres. Elia era la menor de los dos hermanos. Vivía con su esposo en una casa a cuatro cuadras de la de Micaelo. Nunca tuvo hijos porque así la naturaleza lo quiso. Se dedicaban a cuidar de la tienda de abarrotes que le habían dejado sus padres como herencia y que era la tradicional del pueblo. No por nada, la tienda se llamaba “La Tradicional”
Micaelo nunca se quiso hacer cargo de la tienda. El prefirió tomar la casa que le heredaron y vivir en ella. Se mantenía con las utilidades que le correspondían de las ventas de la Tradicional. Eso bastaba para él. Era un hombre hogareño. Y digo hogareño porque él y su casa eran lo que él llamaba “hogar”. Le gustaba la soledad, alguna vez trató de vivir con un gato al que terminó regalando a Elia porque siempre quería caricias y demandaba tiempo y dinero que no quería darle. Él podía describirse como alguien paciente, mesurado, solitario e insensible. Y la gente lo percibía así.
Un buen día, se encontraba comiendo un plato de habas que Elia le había llevado como todos los días. Ella siempre preparaba la comida para tres. Sabía que Micaelo no gustaba de comer en compañía, así que siempre, cuando el reloj marcaba las doce, el timbre tocaba para hacerle llegar su platillo diario. Y bien, estaba comiendo, cuando de pronto sonaron tres golpecitos en la puerta. Por supuesto se sorprendió, nunca nadie lo visitaba, excepto Elia. Se levantó de la mesa y con curiosidad preguntó antes de abrir: ¿Quién? La respuesta salió de una voz con un timbre muy bajo y delicado: Señor, ábrame por favor, necesito ayuda.
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