El Papel Del Docente Ante Los Jovenes De Hoy
preparator24 de Octubre de 2013
3.217 Palabras (13 Páginas)449 Visitas
Ensayo :Los docente ante los jóvenes de hoy
Introducción
Indudablemente que no existe un proceso de aprendizaje que no involucre a sus principales actores: los docentes y los alumnos. Vivimos en un mundo complejo, con sociedades gobernadas por la tecnología y los procesos de producción y de comercialización, cuyos cambios han generado también relaciones sociales distintas. A nuestros actuales alumnos se les conoce como nativos digitales o hijos de la globalización.
Si queremos mejorar su calidad educativa y potenciarlos como individuos y profesionales, debemos asumir esta nueva realidad. Este trabajo pretende analizar las características del alumno de la era postmoderna, con el propósito de comprenderlo mejor, adaptándonos como docentes a este nuevo contexto y asumiendo los cambios pertinentes: con ello, trabajar en su desarrollo integral, que les permitirá insertarse con éxito en un mundo cambiante y ser los gestores de un mejor futuro.
Los seres humanos somos eminentemente sociales: pertenecemos a un conjunto social y, gracias a la socialización, incorporamos ideas, creencias, normas, actitudes y formas de ser y actuar, que nos permiten adecuarnos mejor a dicho entorno. Muchas veces cuestionamos, como docentes, las actitudes y conductas de nuestros alumnos, sin ser conscientes de que ellos han nacido en una era postmoderna, globalizada y virtual. El alumno de hoy se encuentra en un entorno que influye, de forma diferente, en la estructura de su individuación, así como en sus actitudes, conductas y sistemas de creencias y valores.
Castells (2006) señala lo siguiente:
Una nueva sociedad surge siempre y cuando se observe una transformación estructural en las relaciones de producción, en las relaciones de poder y en las relaciones de experiencia.
Estas transformaciones conllevan una modificación igualmente sustancial de las formas sociales del espacio y del tiempo, y la aparición de una nueva cultura. (p.410)
Desde mediados del siglo XX, la sociedad ha sufrido una gran transformación: la modernidad ha dado paso a la postmodernidad. Entre las principales características que tenían los individuos de la era moderna, podríamos enumerar las siguientes: eran individuos que confiaban en la razón y los valores humanos, optimistas, altamente comprometidos con la humanidad y convencidos de sus posibilidades de desarrollo. El individuo moderno establecía proyectos de vida con ideales firmes. No tenía demasiadas oportunidades de conocer el mundo, por lo que se asombraba y maravillaba con la información proveniente de otros lugares (Encarta, 1999),
En la sociedad postmoderna, en tanto, las relaciones productivas se han orientado a lo social y lo técnico: presenciamos el auge de un capitalismo informacional, liderado por la globalización productiva y los sistemas de intercambio: estos provienen de la innovación, competitividad, flexibilidad, adaptabilidad y coordinación simultáneas, con redes financieras globales como centro nervioso. Los individuos, para enfrentar este entorno, requieren desarrollar las tecnologías de la información y ser capaces de aprovecharlas (Castells, 2006).
Fernández Cox (1995) sostiene que, ideológicamente, la postmodernidad surge del desencanto frente a la modernidad: es decir, de la pérdida de la ilusión de re-significación constante, que obliga a desengañarse y reformular perspectivas. Los individuos postmodernos conviven en un mundo exigente, que no creen posible de mejorar; en consecuencia, el presente y la despreocupación gobierna sus mentes. La postmodernidad es el tiempo del ‘yo’, antes que el de todos. En esa línea, Colom (1997) remarca lo siguiente:
El hombre no posee, pues, un punto de referencia, un fundamento; el hombre se encuentra en términos absolutos sin nada y sin nadie; es, en definitiva, el origen del moderno nihilismo, que no cree en la existencia de los valores y ni tan siquiera en la necesidad de los mismos (….) Es la filosofía de la desmitificación y de la desacralización, lo que implica graves repercusiones en el terreno de la ética al no existir imperativos categóricos. (p 10)
El narcicismo es el comando personal y la ética se vuelve relativa: dependiendo de las circunstancias, se valoran más los sentimientos que la razón. Se niegan ideas sin analizarlas: los individuos postmodernos obedecen a lógicas múltiples e, incluso, contradictorias entre sí. Todo se asume sin conflictos ni tensiones, pero también sin demasiada pasión. El individuo se somete a un cúmulo de informaciones y estímulos difíciles de organizar: no se aferra a nada, pues no tiene certezas absolutas; nada le sorprende y puede modificar sus opiniones con facilidad, bajo el precepto de “vive y deja vivir”.
Este es el entorno macro de la actualidad: en este han nacido y crecido nuestros alumnos. Es una sociedad compleja, en la que la tecnología ha transformado la transmisión de la información, y donde, como señala Colom (1997), “la historia desaparece, pues queda reducida a la memoria de los ordenadores que guardan los datos necesarios para la instantaneidad del hombre y de su necesidades” (p.11). Nos encontramos en una sociedad que requiere trabajadores en red, con tiempo flexible, que se gobiernen a sí mismos, que puedan acceder a niveles superiores de educación, y que incorporen conocimiento e información con facilidad. La cualificación tiende a ser obsoleta con rapidez: lo que sirve hoy será casi inservible mañana, debido a los progresos tecnológicos y organizativos.
La educación es un sistema social que procura otorgar a las personas la cualificación necesaria para desempeñar una labor; les brinda fuentes y métodos para conseguirlo. Acceder a la educación permite que las personas se reprogramen hacia tareas que cambian constantemente.
El trabajador, que antes solo recibía órdenes y las ejecutaba, representa ahora una pequeña fracción del valor generado por y para la organización. En nuestro mundo globalizado, existe una tendencia al autoempleo, la subcontratación, la descentralización coordinada, la individualización laboral y la híper-especialización (Malone, Laubacher & Johns, 2011).
Las instituciones cambian: la cultura es una fuente de poder y se establece una nueva jerarquía social en torno a ella. Se redefinen la familia, las relaciones de género, la sexualidad y la personalidad. Los individuos son más flexibles y deben reestructurar permanentemente su ‘yo’; hoy producen formas de socialización, en lugar de seguir modelos de conducta. Las relaciones humanas se generan en los espacios atemporales de redes y medios, donde no existe lo predecible.
Lipovetsky (1990) afirma que es la información la que produce los efectos culturales y psicológicos más significativos: sustituye, globalmente, a las obras de ficción a favor de la socialización democrática individualista, al tiempo que ayuda a homogeneizarla. Las redes de comunicación electrónica constituyen el eje de las vidas de las personas. El trabajo se modifica, porque también puede producirse más con menor esfuerzo; el trabajo físico tiende a ser reemplazado por el mental, pero, para ello, el acceso a la educación es indispensable, porque, en una economía globalizada, se incrementan las telecomunicaciones y los procesos informativos. A través de estos cambios, los individuos son parte del conjunto, en contraste con el individualismo egocéntrico y nihilista, muchas veces solitario y con una frágil escala de valores.
En el mismo tenor, Darley (2002) nos explica cómo la cultura postmoderna privilegia la forma, lo efímero, lo superficial, la imagen por la imagen; en la cultura postmoderna pasan a un segundo plano el contenido, la permanencia, la profundidad, la imagen como referente.
Rifkins (2000) en su texto “La era de Acceso”, hace referencia a un nuevo arquetipo humano que vive en el mundo virtual del ciberespacio, y que se concentra sobre todo en experiencias entretenidas y excitantes, adecuándose con mucha facilidad a las realidades reales o simuladas.
Neyra (2009), por su parte, resalta que el joven actual anhela la intensidad y la fugacidad, detesta la monotonía y la constancia, y gusta del eclecticismo; desecha, asimismo, la noción lineal del tiempo, está sometido a grandes cantidades de información, no valora lo permanente y siempre se encuentra en procura de cambios y nuevas experiencias.
Todo cambio en el conjunto de la sociedad, si bien incide en sus estructuras e instituciones, no implica un cambio y una transformación radical. Las sociedades tienden a encumbrar una estructura específica, pero coexisten otras estructuras previas que no terminan de ser incorporadas por los nuevos modelos y paradigmas (o, por la resistencia al cambio, se mantiene el propio status quo). Por ende, en muchas ocasiones, observamos una gama diversa de estructuras individuales, que se basan en la complejidad de subsistemas que conforman los entornos sociales actuales. Tal como sugiere Waisman (1991), en América Latina vivimos, simultáneamente, tres tiempos históricos: el premoderno, el moderno y el postmoderno, “porque mantenemos vivas ciertas ideologías típicamente modernas, como el progreso material, con el consiguiente culto a la tecnología y la adopción de modelos y procesos de diseños modernistas y posmoderno, porque aceptamos el pluralismo, hacemos la crítica de la modernidad, adherimos al crecimiento el rechazo de ciertos modelos y estamos tomando conciencia de la propia identidad, pero también caemos en la frivolidad y reduccionismo con los que colabora la comunicación de masas” (pp. 89-90)
Este cambio social, donde coexisten estructuras diferentes, se manifiesta también en el ámbito académico.
...