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Enviado por   •  4 de Octubre de 2011  •  8.107 Palabras (33 Páginas)  •  1.402 Visitas

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hasta que

se haga esto con los productos de aquéllos; lo cual se hace en algunos Estados por medios indirectos. También

es conveniente no conceder a los ricos, aun cuando lo pidan, el derecho de subvenir a aquellos gastos

públicos que son muy costosos, pero que no tienen ninguna utilidad real, tales como las representaciones

teatrales, las fiestas de las antorchas29 y otros gastos del mismo género. En las oligarquías, por el contrario,

debe ser muy eficaz la solicitud del gobierno por los pobres, a los cuales es preciso conceder aquellos empleos

que son retribuidos. También debe castigarse toda ofensa hecha por los ricos a los pobres con más

severidad que las que se hagan los ricos entre sí. El sistema oligárquico tiene también gran interés en que

las herencias se adquieran sólo por derecho de nacimiento y no a título de donación, y que no puedan nunca

acumularse muchas. Por este medio, en efecto, las fortunas tienden a nivelarse y son más los pobres que

llegan a adquirir medios de vivir.

29. Carreras ecuestres, en las que pasaban las antorchas encendidas de mano en mano, y cuya explicación se halla en el poema de

Lucrecio.

Es igualmente ventajoso en la oligarquía y en la democracia el reconocer un derecho igual, y hasta superior,

a todos aquellos empleos que no son de suma importancia en el Estado, a los ciudadanos que sólo tienen

una pequeña parte en el poder político; en la democracia, a los ricos; en la oligarquía, a los pobres. En

cuanto a las funciones elevadas, deben ser todas, o, por lo menos, la mayor parte, puestas exclusivamente

en manos de los ciudadanos que tienen derechos políticos. El ejercicio de las funciones supremas exige en

los que las obtienen tres cualidades: amor sincero a la constitución, gran capacidad para los negocios y una

virtud y una justicia de un carácter análogo al principio especial sobre que cada gobierno se funda, porque,

variando el derecho según las diversas constituciones, es de toda necesidad que la justicia se modifique en

la misma forma. Pero aquí ocurre una cuestión. ¿Cómo se ha de elegir y escoger cuando no se encuentran

todas las cualidades requeridas reunidas en el mismo individuo? Por ejemplo, si un ciudadano dotado de

gran talento militar no es probo y es poco afecto a la constitución, y otro es muy hombre de bien y partidario

sincero de la constitución, pero sin capacidad militar, ¿cuál de los dos se escogerá? En este caso, es preciso

fijarse bien en dos cosas: cuál es la cualidad vulgar y cuál es la cualidad rara. Y así, para nombrar un

general es preciso mirar a la experiencia más bien que a la probidad, porque la probidad se encuentra mucho

más fácilmente que el talento militar. Para elegir el guardador del tesoro público es preciso seguir otro

camino. Las funciones del tesorero exigen mucha más probidad que la que se halla en la mayor parte de los

hombres, mientras que el grado de inteligencia necesario

para su desempeño es muy común. Pero podrá decirse: si un ciudadano es a la vez capaz y adicto a la

constitución, ¿para qué exigirle, además, la virtud? ¿Las dos cualidades que posee no le bastarán para cumplir

bien? No, sin duda, porque al lado de estas dos cualidades eminentes puede tener pasiones desenfrenadas.

Si los hombres, hasta cuando se trata de sus propios intereses, que estiman y conocen, no se sirven

muy bien a sí propios, ¿quién responde de que, cuando se trata de intereses públicos, no harán lo mismo?

En general, conforme a nuestras teorías, todo lo que contribuye mediante la ley al sostenimiento del principio

mismo de la constitución es esencial a la conservación del Estado. Pero lo que más importa, como

repetidas veces hemos dicho, es hacer que sea más fuerte la parte de los ciudadanos que apoya al gobierno

que el partido de los que quieren su caída. Es preciso, sobre todo, guardarse mucho de despreciar lo que en

la actualidad todos los gobiernos corruptos desprecian, que es la moderación y la mesura en todas las cosas.

Muchas instituciones que en apariencia son democráticas son precisamente las que arruinan la democracia;

y muchas instituciones que parecen oligárquicas destruyen la oligarquía. Cuando se cree haber encontrado

el principio único verdadero en política, se le lleva ciegamente hasta el exceso, en lo cual se comete un grosero

error. En el rostro humano, la nariz, aunque se separe de la línea recta, que es la forma más bella, y se

aproxime un tanto a la aguileña o a la roma, puede, sin embargo, tener un aspecto bastante bello y agradable;

pero si se lleva al exceso esta desviación, por lo pronto se quitaría a esta facción las proporciones que

debe tener y perdería, al cabo, toda apariencia de nariz, a causa de sus propias dimensiones, que serían

monstruosas, y de las dimensiones excesivamente pequeñas de las facciones que la rodean; observación que

lo mismo podría aplicarse a cualquier otra parte de la cara. Lo mismo sucede absolutamente con toda clase

de gobiernos. La democracia y la oligarquía, al alejarse de la constitución perfecta, pueden constituirse de

manera que puedan sostenerse; pero si se exagera el principio de la una o de la otra, al pronto se convertirán

en malos gobiernos y concluirán por no ser siquiera gobiernos. Es preciso que el legislador y el hombre de

Estado sepan distinguir, entre las medidas democráticas u oligárquicas, las que conservan y las que destruyen

la democracia o la oligarquía. Ninguno de estos dos gobiernos puede existir ni subsistir sin encerrar en

su seno ricos y pobres. Pero cuando llega a establecerse la igualdad en las fortunas, la constitución tiene

que cambiar; y al querer destruir las leyes hechas teniendo en cuenta ciertas superioridades políticas, se

destruye con ellas la constitución misma. Las democracias y las oligarquías cometen en esto una falta

igualmente grave. En las democracias, en que la multitud puede hacer soberanamente las leyes, los demagogos,

con sus continuos ataques contra los ricos, dividen siempre la ciudad en dos campos, mientras que

deberían en sus arengas sólo ocuparse del interés de los ricos; lo mismo que en las oligarquías el gobierno

sólo debía tener en cuenta el interés del pueblo. Los oligarcas deberían, sobre todo, renunciar a prestar juramento

del género de los que prestan actualmente; porque he aquí los que en nuestros días hacen en algunos

Estados: Yo seré enemigo

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