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La Condicion Humana


Enviado por   •  1 de Febrero de 2013  •  2.918 Palabras (12 Páginas)  •  466 Visitas

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La condición humana actual <BR>Erich Fromm*

Una vez destruido el mundo medieval, el hombre de Occidente pareció encaminado hacia el logro final de sus

más anhelados sueños y visiones. Se liberó de la autoridad de una Iglesia

totalitaria, del peso del pensamiento tradicional, de las limitaciones

geográficas de nuestro globo, sólo a medias descubierto. Construyó una ciencia

nueva que con el tiempo llevó a la aparición de fuerzas productivas desconocidas

hasta entonces y a la transformación completa del mundo material. Creó sistemas

políticos que parecieron asegurar el desarrollo libre y provechoso del

individuo; redujo el tiempo de trabajo hasta un punto tal que el hombre

occidental tiene libertad para gozar de horas de ocio en una medida que sus

antepasados difícilmente habrían podido imaginar. <BR><BR>¿ Y a qué hemos

llegado hoy? <BR><BR>El peligro de una guerra que lo puede destruir todo, pende

sobre la humanidad: un peligro que no es superado en modo alguno por los

vacilantes intentos que hacen los gobiernos para evitarlo. Pero aun en el caso

de que a los representantes políticos del hombre les quede suficiente cordura

como para impedir una guerra, la condición del hombre dista mucho de satisfacer

las esperanzas de los siglos XVI, XVII y XVIII. <BR><BR>El carácter del hombre

ha sido moldeado por las exigencias del mundo que él creó con sus propias manos.

En los siglos XVIII y XIX el carácter social de la clase media mostraba fuertes

tendencias a la explotación y a la acumulación. Este carácter estaba determinado

por el deseo de explotar a otros, de reservarse las propias ganancias y de

obtener mayor provecho. En el presente siglo, el carácter del hombre se orienta

más hacia una pasividad considerable y una identificación con los valores del

mercado. El hombre contemporáneo es ciertamente pasivo en gran parte de sus

momentos de ocio. Es el consumidor eterno; "se traga" bebidas, alimentos,

cigarrillos, conferencias, cuadros, libros, películas; consume todo, engulle

todo. El mundo no es más que un enorme objeto para su apetito: una gran mamadera

(sic), una gran manzana, un pecho opulento. El hombre se ha convertido en

lactante, eternamente expectante y eternamente frustrado. <BR><BR>En cuanto no

es cliente, el hombre moderno es comerciante. Nuestro sistema económico se

centra en la función del mercado como determinante del valor de todo bien de

consumo y como regulador de la- participación de cada uno en el producto social.

Ni la fuerza ni la tradición, tal como en períodos previos de la historia, ni

tampoco el fraude ni las trampas, rigen las actividades económicas del hombre.

Tiene libertad para producir y para vender; el día de mercado es el día del

juicio para valorar sus esfuerzos. En el mercado no sólo se ofrecen y venden

bienes de consumo; el trabajo humano ha llegado ser un bien de consumo, vendido

en el mercado laboral en iguales condiciones de comercio reciproco. Pero el

sistema mercantil se ha extendido hasta sobrepasar la esfera de bienes de

consumo y trabajo. El hombre se ha transformado a sí mismo en un bien de

consumo, y siente su vida como un capital que debe ser invertido

provechosamente; sí lo logra, habrá "triunfado" y su vida tendrá sentido; de lo

contrario será un "fracasado". Su "valor" reside en el precio que puede obtener

por sus servicios, no en sus cualidades de amor y razón ni en su capacidad

artística. De allí que el sentido que tiene de su propio valor dependa de

factores externos y que sentirse un triunfador esté sujeto al juicio de otros.

De allí que viva pendiente de estos otros, y que su seguridad resida en la

conformidad, en no apartarse nunca más de dos pasos del rebaño. <BR><BR>El

mercado no es empero lo único que determina el carácter del hombre moderno. Otro

factor, estrechamente vinculado con la función mercantil, es el modo de la

producción industrial. Las empresas se agrandan cada vez más; el número de

personas que trabaja en ellas, sean obreros o empleados, crece incesantemente;

la propiedad está separada de la dirección, y los gigantes industriales están

gobernados por una burocracia profesional más interesada en el buen

funcionamiento y expansión de su empresa que en los beneficios personales en si

mismos. <BR><BR>¿Qué clase de hombre requiere por lo tanto nuestra sociedad para

poder funcionar bien? Necesita hombres que cooperen dócilmente en grupos

numerosos, que deseen consumir más y más, y cuyos gustos estén estandarizados y

puedan ser fácilmente influidos y anticipados. Necesita hombres que se sientan

libres e independientes, que no estén sometidos a ninguna autoridad o principio

o conciencia moral y que no obstante estén dispuestos a ser mandados, a hacer lo

previsto, a encajar sin roces en la máquina social; hombres que puedan ser

guiados sin fuerza, conducidos sin líderes, impulsados sin meta, salvo la de

continuar en movimiento, de funcionar, de avanzar. El industrialismo moderno ha

tenido éxito en la producción de esta clase de hombre: es el autómata, el hombre

enajenado. Enajenado en el sentido de que sus acciones y sus propias fuerzas se

han convertido en algo ajeno, que ya no le pertenecen; se levantan por encima de

él y en su contra, y lo dominan en vez de ser dominadas por él. Sus fuerzas

vitales se han transformado en cosas e instituciones: y estas cosas e

instituciones han llegado a ser ídolos. No son vividas como el resultado de los

propios esfuerzos del hombre sino como algo separado de é1, algo que adora y

reverencia y a lo que se somete. El hombre enajenado se arrodilla ante la obra

de sus propias manos. Sus ídolos representan sus propias fuerzas vitales en

forma enajenada. El hombre se vive a si mismo no como el portador activo de sus

propias fuerzas y riquezas sino como una "cosa" empobrecida, dependiente de

otras cosas que están fuera de él, en las que ha proyectado su substancia

viviente. <BR><BR>El hombre proyecta sus sentimientos sociales en el Estado.

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