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Los 7 saberes de la educación del futuro, del autor Edgar Morín


Enviado por   •  29 de Mayo de 2013  •  Resumen  •  3.788 Palabras (16 Páginas)  •  496 Visitas

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INTRODUCCIÓN

En este ensayo se tratara el tema: los 7 saberes de la educación del futuro, del autor Edgar Morín. Él cual se interesa por mejorar el pensamiento de los docentes y que ellos empiecen a utilizar nuevas estrategias, que produzcan cambios en la enseñanza.

Los saberes que el autor considera necesarios para lograr una mejora en la educación del futuro son: el capítulo I: las cegueras del conocimiento: error y la ilusión, el capítulo II: los principios de un conocimiento pertinente, el capítulo III: enseñar la condición humana, el capítulo IV: enseñar la identidad terrenal, el capitulo V: enfrentar las incertidumbres, el capítulo VI: enseñar la comprensión y el ultimo es el capítulo VII: la ética del género humano.

Todos estos saberes fueron escritos con la intención de dar a conocer que la educación actual tiene grandes obstáculos para avanzar. Y por eso los esfuerzos para tener una mejor educación no prosperan. Es por este motivo que es de suma importancia mejorar la perspectiva que se tiene de la educación, no solo para mejorarla sino para que los alumnos logren tener en cuenta que hoy en día es necesario desarrollar una serie de competencias que sirvan en la vida diaria y ayuden a fortalecer los hábitos, valores y formas de vida. Ya que de seguir así estamos creciendo dentro de un mundo deshumanizado y una sociedad sin principios éticos y morales, que se encuentra despreocupada por saber que pasara mañana, y solo se encuentra viviendo en un mundo globalizado lleno de tecnología, que en ocasiones no es bien utilizada.

LOS SIETE SABERES DE LA EDUCACION DEL FUTURO DE EDGAR MORIN

Los siete saberes necesarios

Capítulo I: Las cegueras del conocimiento: el error y la ilusión

Es muy mencionado el hecho de que la educación, que es la que tiende a comunicar los conocimientos, permanezca ciega ante lo que es el conocimiento humano, sus disposiciones, sus imperfecciones, sus dificultades, sus tendencias tanto al error como a la ilusión y no se preocupe en absoluto por hacer conocer lo que es conocer.

En efecto, el conocimiento no se puede considerar como una herramienta que se puede utilizar sin examinar su naturaleza. El conocimiento del conocimiento debe aparecer como una necesidad primera que serviría de preparación para afrontar riesgos permanentes de error y de ilusión que no cesan de parasitar la mente humana. Se trata de armar cada mente en el combate vital para la lucidez.

Todo conocimiento conlleva el riesgo del error y de la ilusión. La educación del futuro debe afrontar el problema desde estos dos aspectos: error e ilusión. El mayor error sería subestimar el problema del error; la mayor ilusión sería subestimar el problema de la ilusión. El reconocimiento del error y de la ilusión es tan difícil que el error y la ilusión no se reconocen en absoluto.

La educación debe mostrar que no hay conocimiento que no esté, en algún grado, amenazado por el error y por la ilusión. La teoría de la información muestra que hay un riesgo de error bajo el efecto de perturbaciones aleatorias o ruidos, en cualquier transmisión de información, en cualquier comunicación de mensajes.

Un conocimiento no es el espejo de las cosas o del mundo exterior. Todas las percepciones son a la vez traducciones y reconstrucciones cerebrales, a partir de estímulos o signos captados y codificados por los sentidos; de ahí, es bien sabido, los innumerables errores de percepción que sin embargo nos llegan de nuestro sentido más fiable, el de la visión. Al error de percepción se agrega el error intelectual.

El conocimiento en forma de palabra, de idea, de teoría, es el fruto de una traducción/reconstrucción mediada por el lenguaje y el pensamiento y por ende conoce el riesgo de error. Este conocimiento en tanto que traducción y reconstrucción implica la interpretación, lo que introduce el riesgo de error al interior de la subjetividad del conociente, de su visión del mundo, de sus principios de conocimiento.

De ahí provienen los innumerables errores de concepción y de ideas que sobrevienen a pesar de nuestros controles racionales.

La proyección de nuestros deseos o de nuestros miedos, las perturbaciones mentales que aportan nuestras emociones multiplican los riesgos de error. Nuestra mente, de manera inconsciente, tiende a seleccionar los recuerdos que nos convienen y a rechazar, incluso a borrar, los desfavorables; y cada uno puede allí adjudicarse un rol adulador. También tiende a deformar los recuerdos por proyecciones o confusiones.

Es necesario introducir y desarrollar en la educación el estudio de las características cerebrales, mentales y culturales del conocimiento humano, de sus procesos y modalidades, de las disposiciones tanto síquicas como culturales que permiten arriesgar el error o la ilusión.

Debemos considerar que el conocimiento es una interpretación limitada de nuestros sentidos. La realidad y su conocimiento sufren una reconstrucción continua, a medida que nuestras ideas evolucionan. Así como no hay seres humanos falsos o verdaderos, tampoco hay ideas falsas o verdaderas. Cargamos ideas que creemos que son inalterables pero no lo son.

Debemos abrirnos a nuevas ideas en conjunto, y no aferrarnos a creer ciegamente en las ideas aceptadas por la sociedad.

La racionalidad es el mejor pretil contra el error y la ilusión. Está la racionalidad crítica que se ejerce particularmente sobre los errores e ilusiones de las creencias, doctrinas y teorías. Pero la racionalidad también lleva en su seno una posibilidad de error y de ilusión cuando se pervierte en racionalización como se acaba de indicar. La racionalización se cree racional porque constituye un sistema lógico perfecto basado en la deducción o la inducción; pero ella se funda sobre bases mutiladas o falsas y se niega a la discusión de argumentos y a la verificación empírica. La racionalización es cerrada, la racionalidad es abierta. La verdadera racionalidad, abierta por naturaleza, dialoga con una realidad que se le resiste. Ella opera un ir y venir incesante entre la instancia lógica y la instancia empírica; es el fruto del debate argumentado de las ideas y no la propiedad de un sistema de ideas.

Lo inesperado nos sorprende porque nos hemos instalado con gran seguridad en nuestras teorías, en nuestras ideas y, éstas no tienen ninguna estructura para acoger lo nuevo. Lo nuevo brota sin cesar; nunca podemos predecir cómo se presentará, pero debemos contar con su llegada, es decir contar con lo inesperado. Y, una vez sobrevenga lo inesperado, habrá que ser capaz de revisar nuestras teorías e ideas en vez de dejar entrar por la fuerza el hecho nuevo en la teoría la cual es incapaz de acogerlo verdaderamente.

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