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Manual De Procesos


Enviado por   •  26 de Noviembre de 2012  •  602 Palabras (3 Páginas)  •  566 Visitas

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Muerte traumática:

Hace tiempo tuve la oportunidad de hacer una guardia de urgencias un viernes por la noche en el hospital central. Necesitaba terminar las guardias para mi materia de urgencias. Aproximadamente una hora después de la media noche, toda la sala se agita con la llegada de pacientes por accidentes de carro, pelea de borrachos etc. Sin embargo esta vez la ambulancia nos trajo un paciente que olía a problemas desde que abrieron las puertas de la patrulla. El paciente tenía múltiples heridas por arma de fuego, llamándome la atención una que pasó exactamente por la mitad de su antebrazo, exactamente entre el radio y cúbito, que podía ver la sábana a través de la herida. El paciente estaba inconsciente. Los paramédicos explicaron que lo traían de una fiesta al sur de la ciudad. Al momento de analizar su nivel de Glasgow, me fije en su vestimenta, llevaba unas botas más picudas que he visto, cinto y camisas con alusiones de dragones y muchas cadenas que no sabría decir si eran de oro o no. Mientras la enfermera quitaba las prendas para poder observar las balas del pecho. Eran 4 cerca de la región cardiaca y otra en el hemitórax derecho. Entonces inicio todo el personal de una forma unánime y rápidamente maniobras de resucitación. En fin nos llevo más de media hora y costillas fracturas pero el paciente perdió mucha sangre. No venía con ningún familiar. Y servicio social tomaría el caso al día siguiente para identificarlo ya que traía cartera y credencial, y poder hablar con algún conocido o familiar. Sin embargo, sumergidos en el helado silencio que emanaba la muerte, la sala se congeló. Todo era tranquilo, todo era ruido dentro del alma. Había susurros de algunos pacientes, apenas ecos de aquellas enfermedades de larga edad. Empero eran ruidos que se desvanecían como la luz de una vela en una penumbra infinita. Se podía sentir el frío caer sobre la ciudad y el bacilar de las lámparas de mercurio en la calle congeladas por instante en el tiempo. Nadie se movía, nadie dormía, nadie preguntaba y nadie se atrevía a contestar aquellas voces dentro de si, dentro de todos.

Pero el momento inminente llegó, de repente existió de nuevo el ruido tranquilizante de los enfermos y los movimientos de los estetoscopios y camillas, la enfermedad hacía ruido en el hospital y cualquiera se sentía tranquilo de oírla, se sentía en paz. Pero los gritos de un hombre furioso, hacían un contraste como la rosa blanca en una docena de rosas rojas. Era el hermano de nuestro occiso en aquella madrugada de sábado. El señor parecía una copia de su difunto hermano, pero parecía albergar un demonio dentro, con una mirada inyectada en sangre y una labia que escupía saliva y coraje, donde el viento se derretía frente a él, se condensaba y evaporaba. El hermano del paciente estaba furioso, tanto que amenazó de muerte al guardia, quién tenía una cara de preocupado. “quiero verlo, quiero hablar

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