Matematicas
Enviado por bebefresita • 1 de Abril de 2013 • 12.291 Palabras (50 Páginas) • 269 Visitas
La victimación del general Eloy Alfaro y sus tenientes*
Pío Jaramillo A.
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I
Señores Jurados:
Diversos factores de orden político, social o el simple prejuicio de
bandería, han reflejado en el proceso seguido para el esclarecimiento del
crimen del 28 de enero de 1912, perpetrado en las personas de los
generales Eloy, Medardo y Flavio Alfaro, Ulpiano Páez, Manuel Serrano
y el periodista señor Luciano Coral, las exigencias justas para que haya
sanción en nombre de la dignidad del Ecuador, mancillado en su historia
por un hecho tan horroroso como la masacre referida, y debo empezar
por declarar categóricamente, que las mil páginas del juicio criminal, si
bien contribuyen a esclarecer ciertas responsabilidades, a acumular
presunciones y definir una situación jurídica de constante espectación
política, no contienen, con todo, el cúmulo de pruebas que permitan la
imputación perfecta del hecho punible.
El afán de justicia que el Ecuador expresó de modo elocuente para que
haya sanción, no ha encontrado en las Judicaturas toda la repercusión
que merecía, y si bien, el Juez Letrado señor doctor Carlos Gómez,
quien intervino en este juicio desde enero de 1913, esto es, un año
después de iniciado el sumario, y en una época en que la investigación
judicial se volvió casi impenetrable, por el silencio que han querido
guardar cuantos vieron, oyeron y palparon la infracción, sin embargo, se
ha esforzado este Juez probo por acumular algunos datos al escaso
caudal de los que existían, y singularmente por capturar a los sindicados,
obteniendo con esto, que el crimen del 28 de enero de 1912, tenga una
terminación decorosa para la Nación, ya que el procedimiento aquel de
apelar a un indulto, no debía ser el final de un proceso histórico que, sin
embargo de la tramitación deficiente anotada, tiene base para que
entienda de él un Jurado, y termine con un veredicto, desatando el nudo
de la cuestión, no rompiéndolo. Se trata del deslinde de
responsabilidades históricas, y esto obliga a que se pronuncie una
sentencia en que funden las generaciones por venir, las severidades de
sus juicios.1
Quien examine el proceso con la atención y el ánimo sereno que es
preciso, encontrará que no existe el deseo de esclarecer la verdad; que un
soplo de cobardes condescendencias conmueve todas sus páginas. Por lo
general, no se ha exigido que los testigos den razón de sus dichos, y
hasta hay ambigüedad en ciertas diligencias, por efecto de una redacción
descuidada. Sin embargo de que las fuentes de información estaban a la
mano, fue preciso que se usara de una lista anónima de testigos
publicada en Guayaquil y reproducida en Panamá, para fundar una
investigación y hasta una sindicación de procesados. Podemos dividir en
dos épocas la tramitación de este juicio: la correspondiente al
esclarecimiento de este hecho punible y la que se refiere a la captura de
los reos y la consiguiente tramitación de sus defensas. Es al señor doctor
Gómez a quien tocó dictar un auto motivado sobre investigaciones
imperfectamente realizadas por su antecesor, y a mí, como Fiscal,
formular también esta acusación con vista de un proceso que no satisface
al empeño que debió ponerse, para el esclarecimiento de un hecho que
perdurará con resonancias de gran responsabilidad política, y la urgencia
de que haya sanción para los autores y cómplices de este hecho criminal.
II
Desde la muerte del señor Presidente don Emilio Estrada, se sintió en
el Ecuador una gran inquietud relativa al problema de la sucesión
presidencial. Y si bien, en los primeros momentos nada perturbó el
orden público, y las promesas de los dignatarios y altos Jefes del Ejército
garantizan la conservación del orden constitucional, luego se empezó a
comprobar que germinaba la idea revolucionaria, con fulgores siniestros.
Se exigía una y otra vez el juramento de los servidores del ejército, y una
y otra vez esos juramentos fueron expresados, pero esto no obstó para
que en la tarde y noche del 28 de diciembre de 1911, se erigiera en Jefe
Supremo de la República el Gral. Pedro J. Montero, Jefe de Zona con
residencia en Guayaquil. Fue la chispa primera, esta inquietud, que se
convirtió luego en el gran incendio que desvastó al Ecuador, privándole
de millares de brazos para el trabajo, regando con sangre los campos de
batalla y obligando al empleo de los caudales públicos en la sofocación
de una revuelta inmotivada, y que reviste todos los caracteres de una
verdadera traición.
El golpe de estado de Montero produjo en esta Capital la indignación,
que no podía menos de producir el retorno de la eterna lucha fratricida
que tantos daños ha causado al país, a pesar también de los muchos
bienes que realizó el alfarismo. Puede aparecer como una verdadera
contraposición el mantenimiento de estas ideas, pero así antagónicas
expresan esa época caótica, de transición, llena de grandes hechos y de
grandes errores, de grandes ideales en bien del país, y de aberraciones
que no se compaginan con el afán de progresar que caracterizó a lo que
en la historia se llamará el Alfarismo.
El Gobierno provisorio del señor doctor don Carlos Freile
Zaldumbide, organizó rápidamente la defensa del orden constitucional,
confió la dirección del Ejército, con el carácter de General en Jefe, al
señor General don Leonidas Plaza Gutiérrez. El cargo de Jefe de Estado
Mayor General, fue conferido al señor General don Julio Andrade.
Después, ya no es preciso recordar, porque es de ayer, la historia de
las campañas que tuvieron su culminación con las victorias de Huigra,
Naranjito, Yaguachi y la ocupación de Guayaquil; pero sí es preciso
decir que en esos campos históricos quedaron algo así como tres mil
víctimas; y la miseria y la orfandad en los campos y ciudades, y el odio
y el rencor, y el deseo de la venganza, dominando los espíritus;
traduciéndose esas pasiones en la demanda enérgica, imperiosa,
impostergable del ejemplar castigo a los culpables. En Quito, en
Guayaquil y otras ciudades se efectuaban manifestaciones tumultuosas,
que indicaban claramente la intención
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