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Sexualidad Humana

valeleont25 de Noviembre de 2013

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ALGUNOS ASPECTOS DE LA SEXUALIDAD HUMANA

El ser humano es un ser social y como tal su supervivencia y desarrollo están ligados absolutamente a las formas en las que su cultura organice su medio social, incluidas las formas de relación, de reproducción y las manifestaciones sexuales.

Nos referimos aquí al termino cultura entendiéndolo en su sentido amplio como el modo en que un grupo humano se organiza para sobrevivir y perpetuarse en un medio determinado.

Aqui se incluyen tanto las expresiones artísticas, acepción cotidiana del término, como los modos de producción, las formas de relación y organización social.

Con un sentido equivalente al del concepto de civilización.

Nuestra cultura, nuestra civilización, en las últimas décadas ha sufrido una serie de cambios sustanciales en cuanto al conocimiento y los valores vinculados a la sexualidad de las personas que la componen.

Queremos dedicar este apartado a tratar de forma sucinta y descriptiva algunas características científicas y sociales que determinan nuestras experiencias sexuales y que indudablemente condicionan las vivencias de la sexualidad de nuestros hijos e hijas y continuarán haciéndolo en el futuro.

Evidentemente, los conocimientos seguirán aumentando y es difícil pensar que los valores y las actitudes vayan a quedar inmutables en las próximas décadas pero no cabe duda que conocer los distintos aspectos de la realidad actual es la mejor manera de enfrentar con posibilidades el futuro.

Sexo, género y sexualidad

Durante mucho tiempo, las diferencias entre la sexualidad masculina y femenina han sido explicadas en términos de diferencias biológicas, atribuyéndose a los distintos modos de actuación unas causas biológicas de las que dependían los comportamientos de hombres y mujeres. Esta lectura, a todas luces ideológica, útil para mantener conceptos como el carácter masculino o femenino, que servían para legitimar una moral determinada y obligar a las personas a mantenerse dentro de "lo establecido", ha sido sustituida en los últimos tiempos por una propuesta que separa acertadamente sexo y género. Según este planteamiento los sexos masculino y femenino tienen una serie de características diferenciales propias de orden biológico, de las que se derivan una serie limitada de diferencias (por ejemplo en aspectos reproductivos).

Distinto del sexo, el género (masculino o femenino) incluye todas aquellas características que una determinada cultura atribuye a los integrantes de uno y otro sexo, tales como las formas de comportamiento, actitudes, valores, etc..

Esta separación terminológica, que superficialmente podría resultar banal, permite separar, sin temor a introducir lecturas parciales e interesadas, las características de las mujeres y los hombres que pertenecen a su realidad biológica de aquellas que corresponden a una instrumentación social.

En el campo de la sexualidad podemos aprovechar esta clasificación para estudiar cuáles son las atribuciones culturales que nuestra sociedad realiza en función del sexo. Muchas de estas diferencias genéricas no son patrimonio exclusivo de la sexualidad. Con más corrección podríamos ver como los estereotipos sociales y culturales sobre lo masculino y lo femenino afectan, entre otros, al ámbito de la experiencia sexual individual.

En nuestra cultura los hombres poseen unos referentes culturales como la capacidad de excitación, la potencia sexual, la necesidad de desempeñar un papel activo en toda relación sexual o el estar siempre disponibles, que marcan una forma de comportarse y sentir determinada y que en muchas ocasiones dificulta el desarrollo de un comportamiento sexual propio y satisfactorio.

Si se pudiera expresar con una palabra cómo la cultura condiciona la sexualidad masculina, esta sería actividad. Así es el hombre quien debe tomar la iniciativa ante la sexualidad de la pareja; debe estar siempre "activo", disponible, en cualquier momento y situación; un hombre siempre tiene que "cumplir"; además la realización sexual no debe ser alterada por ningún estímulo externo. A todo esto hay que sumar la importancia que se presta a los atributos externos como manifestación de potencia. De esta manera tanto el tamaño de los genitales masculinos como de los atributos sexuales femeninos (senos, vagina, vulva o nalgas) son tomados como signos de capacidad sexual. Desde otro punto de vista se dice técnicamente que la sexualidad masculina tiende a la genitalización. Esto quiere decir que para los hombres es muy frecuente dar valor sexual sólo a sus órganos genitales que aparecen como los únicos posibles centros de estimulación y de placer. De forma similar tienden a otorgar un valor extraordinario al coito y al orgasmo, sin prestar en muchas ocasiones la más mínima atención a otros momentos placenteros de la actividad sexual.

Esta posición hacia la sexualidad se adquiere de muy diversas formas y de una manera coherente y continua a lo largo de toda la vida. Los comentarios entre amigos y familiares, la televisión, el cine, la literatura, emiten continuos mensajes que refuerzan estas posiciones.

Como consecuencia de todo ello los hombres de nuestra cultura se ven encerrados en uno solo del los papeles que pueden desempeñar en sus relaciones sexuales y en muchas ocasiones son víctimas de todos estos condicionantes. Víctimas tanto por verse imposibilitados de desarrollar otras actitudes que reporten mayor satisfacción y riqueza en sus experiencias sexuales y víctimas también porque en ocasiones estos modelos de funcionamiento llevan de forma extrema a la aparición de trastornos en su conducta sexual.

La configuración del modelo de sexualidad femenina en un alto grado responde a la complementariedad del modelo masculino. Con toda certeza esto es así porque socialmente es preciso que las posturas de los dos sexos que integran la vida sexual se acomoden y generen el menor número de problemas.

De esta manera el rol sexual femenino se puede caracterizar como pasivo, con ausencia de iniciativa, frágil y de alguna forma secundario. La expresión más peligrosa de este modelo, aún por desgracia harto frecuente, es la que entiende que la experimentación de placer es una cuestión exclusivamente masculina y el papel de la mujer es solo para colaborar en él: el descanso del guerrero.

La sexualidad femenina aparece como subordinada de la masculina dando como consecuencia un alto coste en frustración y desinterés. Así parece que las competencias de la sexualidad femenina pasan por satisfacer los deseos del otro y en ocasiones esperar a que sea el hombre el que proponga la actividad sexual.

El lenguaje cotidiano está lleno de muestras de esta situación. La valoración coloquial de los atributos sexuales masculinos tiene un significado absolutamente distinto de los femeninos. Como muestra, un botón: de "vaya huevos" a "vaya coñazo". De la misma manera los calificativos utilizados para hablar de los órganos sexuales femeninos, tanto por hombres como por mujeres, reflejan el desconocimiento de la realidad femenina, sirvan como ejemplo las palabras "agujero" o "raja" para referirse a la vagina.

Este desconocimiento general de la fisiología femenina posee una triste traducción en el autoconocimiento corporal de muchas mujeres. Son muchas las personas que desconocen hasta el aspecto de su vagina y mucho menos el papel que desempeña el clítoris en su sexualidad. El grado de desconocimiento hacia la sexualidad femenina ha sido de tales dimensiones que hasta hace pocas décadas se desconocía en ámbitos científicos esta función.

Ante esta situación no es extraño comprender que hasta hace muy poco tiempo la vivencia de la sexualidad de muchas mujeres atrapadas en este modelo de sexualidad, fuera un cúmulo de sinsabores y frustraciones que desembocaban en la apatía y el desinterés hacia el sexo.

Tristemente aún hoy en día no resulta nada difícil encontrar un elevado número de mujeres que desconocen la experiencia del orgasmo y un número mayor todavía que lo experimentan sólo en ocasiones contadas.

Como vemos, tanto hombres como mujeres podemos ser víctimas de estas concepciones culturales, que siguen ahí completamente activas, si no somos capaces de descubrirlas y neutralizarlas. Debemos tener en cuenta que estos modelos inciden en los dos sexos y con los dos pasan factura. Con ello nos referimos a que estos conceptos de lo masculino y lo femenino se encuentran los dos en las cabezas de muchos hombres y mujeres de manera que un hombre tiene tanto una imagen de sí mismo como la de su pareja, de la misma manera que ocurre con una mujer.

Un instrumento para obtener una vida sexual enriquecedora pasa por examinar personalmente de que manera estos moldes culturales inciden en nuestra realidad concreta. Para ello es preciso experimentar y hablar. En este terreno nuestra pareja puede ser una compañía fundamental para llegar a descubrirnos y conocernos mutuamente.

Puede ser útil tratar estos temas con nuestros hijos e hijas, aprovechando las infinitas posibilidades que nos prestan los medios de comunicación. No resulta difícil abordar el tema con ellos después de ver una película o un anuncio de los tantos que utilizan estos modelos.

Como ya comentábamos antes, el sexismo en sexualidad no es más que una parte de la discriminación hacia la mujer de nuestra sociedad. Si no queremos que nuestros hijos e hijas la padezcan, debemos adoptar un papel activo en favor de la igualdad en todos los ámbitos de sus vidas en los que ejercemos un papel de modelos y educadores. Si no es así, si dejamos hacer, estaremos siendo partícipes y

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