Comunicación, cultura y educación
Enviado por Ire Rodriguez • 24 de Septiembre de 2019 • Ensayo • 3.267 Palabras (14 Páginas) • 112 Visitas
[pic 1]
LICENCIATURA EN PEDAGOGÍA
MATERIA:
COMUNICACIÓN, CULTURA Y EDUCACIÓN
PROFESOR:
JUAN PABLO MÉNDEZ POZOS
ALUMNOS:
Alejandri Trinidad Karen
De la Rosa Salazar Katy Margaret
Hinojos Camargo Itzel Ramona
Méndez Cruz José Iván
GRUPO: 5GM1
Educación y cultura
Podríamos decir que la educación es el proceso en el que los seres humanos van desarrollando sus habilidades, realizando sus capacidades, adquiriendo la cultura propia de los demás seres humanos que nos rodean y van formando nuestra identidad propia en relación con el resto de personas. Un proceso dialéctico entre ‘lo que ya se es’ y lo que ‘se aspira a ser’ (dos dimensiones complementarias en la cultura), que precisamente por esta naturaleza abierta, inconclusa y siempre perfectible de los seres humanos, exige una realización efectiva del propio ser, de la propia esencia humana. Como consecuencia de esta premisa se deriva la necesidad de concebir la educación como un camino integral, que tenga cuenta de las diversas y unificadas dimensiones que conforman la persona humana, sea su parte física y espiritual, emotiva y racional, personal y social… una relación dialéctica cultural entre conocimientos, ciencias, arte, moral, hábitos y capacidades del hombre como miembro de una sociedad[1].
Humanizar la vida escolar, hacerla coincidir con la naturaleza humana debería ser el objetivo de toda propuesta educativa[2]. Y esto implica recurrir a la cultura, sacarla a la luz, hacer conscientes sus supuestos, su ideología de base, clarificar sus premisas y sus metas; una cultura que implícitamente propone una filosofía de la educación, los ideales (uno de los productos culturales socialmente constituidos) que persigue nuestra propia concepción de hombre, de sociedad, de educación, revelar los fines formativos que perseguimos. La cultura, un constructo social formado históricamente, hecho por los seres humanos y para los seres humanos, congruentemente con su propia naturaleza debiera educar solamente para humanizar a sus miembros, socializarlos para para aprender a ser humanos, enseñar a ser humanos. “La cultura es una cosa propia de la naturaleza humana”[3], que por medio de la educación (que en este sentido sería la asimilación de cultura, una ‘aculturación’), tiene la finalidad de producir individuos que sean humanos, de realizar las capacidades ya intrínsecas en los miembros de una sociedad, para que sean lo que ya son, y caminen hacia lo que están llamados a ser: humanos.
La educación cumple una ineludible función de socialización: los grupos humanos a lo largo de sus conquistas históricas idean sistemas de transmisión para garantizar la supervivencia y el bienestar de las nuevas generaciones. La escuela contribuye decisivamente a la interiorización de las ideas, valores y normas de la comunidad y en búsqueda del equilibrio de la convivencia en las sociedades requiere tanto la conservación como el cambio[4]. La cultura se adquiere mediante un proceso de socialización, la cultura es siempre una cultura aprendida, una interiorización de valores, creencias y formas de comportamiento de una comunidad[5].
La propia esencia y la identidad personal, la vida de cada uno y la forma de nuestra sociedad no fue dada de antemano, ni se da por generación espontánea, sino que es el producto de nuestras elecciones, de las decisiones que hemos tomado a través de nuestro recorrido por la historia, tanto como individuo y como humanidad en general. “Cada generación hereda una cultura transgeneracional de nuestra especie: cada generación hereda una cultura de la anterior, se apropia de ella, la renueva, la recrea y la transmite a la siguiente (…) las culturas son, en esencia, dinámicas y cambiantes”[6]. Desde esta perspectiva, la educación entonces pude convertirse el medio idóneo para moldear nuestra vida personal y social según lo decidamos proponer, transformando así nuestra esencia, nuestro ser, sea individual o social. Para esto necesitamos decidir quiénes queremos ser, quiénes somos y qué aspiramos a ser. “Nuestra identidad sólo puede consistir en la apropiación distintiva de ciertos repertorios culturales que se encuentran en nuestro entorno social (…) la primera función de la identidad es marcar fronteras entre un nosotros y los “otros”, y no se ve de qué otra manera podríamos diferenciarnos de los demás si no es a través de una constelación de rasgos culturales distintivos. Por eso (…) la identidad no es más que el lado intersubjetivo de la cultura, la cultura interiorizada en forma específica, distintiva y contrastiva por los actores sociales en relación con otros actores”[7].
En un sentido amplio, la cultura puede entenderse como ‘una manera global de vivir’, de estar en este mundo, de pensar, de sentir, de aspirar y de comportarse; un proceso general de desarrollo sensible e intelectual propio de un grupo social[8]. Por eso, es precisamente la cultura la que establece una propia filosofía de la educación: nos orienta en el ‘para qué’ de la educación, nos empuja hacia una cierta determinación de nuestro futuro como humanidad (un futuro concebido culturalmente que la educación quiere alcanzar), aún más: conlleva supuestos sobre la condición humana[9], sobre qué es el ser humano, cuál es en el sentido de su vida y cómo debería desenvolverse en el transcurso de su existencia. Esto necesariamente nos remite a una fundamentación de la educación (y cada una de las tareas humanas) en la propia cultura, que lleva implícita una filosofía propia; la educación se nutre y se fundamenta necesariamente en una ontología (teoría de la realidad y del ser en su totalidad, una concepción de mundo, una cosmovisión), una antropología (qué es el ser humano), y una ética (los valores e ideales y pautas de comportamiento en nuestras sociedades), además de una epistemología (el estudio del conocimiento, la manera de hacer ciencia y producir otros saberes; el cultivo de nuestras ideas), tan pertinentes en el quehacer cotidiano de nuestras escuelas y demás espacios formativos. “Los filósofos, desde Platón (…) han sido muy conscientes de que una buena o mala educación es, antes que nada, un asunto de buena o mala filosofía”[10].
...