Transformación del paradigma: hacia el trabajo liberado
Sergio IvánTrabajo15 de Febrero de 2018
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Transformación del paradigma: hacia el trabajo liberado
Juan Felipe Castañeda Durán
Cesar David Álvarez González
Sergio Iván Ortíz Arévalo
Tras las últimas revoluciones culturales derivadas de la tecnificación y de las nuevas tecnologías digitales, se ha llegado a una desregulación del trabajo que trae consigo efectos adversos o dañinos para los trabajadores, pues precarizan sus condiciones de vida y limitan los derechos que por su condición son titulares: los derechos laborales. Es por ello, que mostraremos a través de este ensayo las posturas contemporáneas sobre el derecho del trabajo y asimismo, justificaremos porqué el trabajo es un valor que se llena de contenido según el periodo histórico que se analice, convirtiéndose en un valor en continua transformación; y por último, justificaremos la necesaria transformación de la noción del trabajo hacia el trabajo liberado, que permitirá que se termine la explotación a los trabajadores causada por las recientes posturas económicas derivadas del «nuevo mundo»*[1] creado tras las revoluciones culturales ya mencionadas.
Desde los años 80’, el mundo ha sufrido una serie de transformaciones culturales surgidas a partir de la llamada «tercera revolución industrial», que se dio en cinco (5) niveles, a saber: (a) la revolución robótica –que se dio desde la creación de los primeros robots, que le quitó una buena parte del mercado laboral a los operarios–, (b) la revolución genética –que se dio tras el descubrimiento del genoma humano, la forma de alterarlo y la forma de descifrar enigmas humanos a partir de él, que demostró que los seres humanos ya no eran indescifrables–, (c) la revolución energética –que le dio a las grandes industrias la posibilidad de potenciar su producción al tiempo que reducía los costos para transportar sus mercancías a mayores distancias–, (d) la revolución de los medios de comunicación y las telecomunicaciones –que abrieron camino para nuevas líneas de comunicación y potencializaron la globalización, dejando a su paso, nuevas formas para crear el vínculo social y desfigurando la forma en la que se sentía la presencia: ya no era necesaria la presencia física para estar en el lugar– y (e) la revolución estadística –que a la par con el just in time (Hay, 2003), dio pie a un mejor cálculo de beneficios y pérdidas, lo que generó una búsqueda de la optimización, que generó, de manera ostensible, una pérdida de trabajo significativa para los trabajadores– (Roel, 1998). Estas transformaciones, junto con el surgimiento y consolidación de las posturas económicas neoclásicas, representadas por Friedman (2012), Hayek (2011), Nozick (1991) y otros autores, dieron pie a ciertos fenómenos como lo fueron (i) el de la globalización y, en consecuencia de ello y sus políticas económicas a (ii) la desregulación estatal del trabajo.
(i) Por globalización, entendemos todos los fenómenos de apertura de mercados y eliminación de barreras físicas y arancelarias (aunque siempre manteniendo barreras económicas a los menos favorecidos y barreras culturales a los países no occidentales) con la subsiguiente imposición de los países del norte a los países del sur de políticas públicas y económicas tendientes a liberalizar el país y hacerlo más eficiente económicamente; que si bien trae desarrollos importantes, como el desarrollo industrial en los países, sumado a un continuo flujo cultural que puede ser dialéctico y enriquecer a quienes se unen al sistema mundial (Zolo, 2000); también trae algunas repercusiones importantes en algunos campos de la sociedad, como lo son el social, el ecológico y el cultural, debido a que ese constante flujo de conocimiento, intercambio cultural, tecnológico y económico, no es bidireccional, pues en muchas ocasiones solamente responde a los intereses de los países del norte (Ray et. al., 2003) sin que importe la profunda afectación que puedan dejar en los países a los que le imponen esas políticas de apertura, que en muchas veces son nefastas en todos los campos antes mencionados (Forero & Parada, 2005).
(ii) El proceso de desregulación estatal del trabajo, en este sentido, responde a los intereses del neoliberalismo (o neoclasicismo económico), pues este, en su afán de hacer la economía más productiva, lleva a todos los ordenamientos la idea de desregulación: a favor de la economía y en contra de la condición de vida de los sujetos involucrados en este proceso, es por esto, que las estructuras del Estado y en sí, todas las estructuras sociales, tienden a derrumbarse, para beneficiar este proceso de «optimización» del mercado. Esto trae consecuencias serias a los trabajadores, ya que, aquellos pierden todas las reivindicaciones que habían conseguido mediante el uso de sus derechos colectivos y pasan a estar en una situación desfavorable: donde se eliminan las garantías laborales para atraer más capital y se minimiza el trabajo subordinado a favor de nuevas formas de trabajo que al ser «más independientes» no son objeto de regulación por el derecho del trabajo; lo que por supuesto crea una situación de miseria para los trabajadores que repercute en su calidad de vida y en sus medios de subsistencia, limitando así el ascenso social, propagando los círculos de pobreza y aumentando la inequidad (Rifkin, 2010).
Ahora bien, antes de continuar, vale la pena señalar que el trabajo, tal como sostuvimos en el primer párrafo de este texto, es un valor que se llena de contenido según el periodo histórico vivido (Méda, 1998), y por tanto, resulta siendo un valor en continua transformación, o dicho de manera sucinta: el trabajo y el derecho del trabajo no desaparecen ni se mantienen sino que se transforman según la condición socio-cultural o el espíritu de una época determinada (Hegel, 2010); en este orden de ideas nos remitiremos, en primer lugar, a la noción de trabajo de San Agustín (2010), puesto que para este autor el trabajo era un castigo que tenía como fin purgar el alma del hombre, ya que por medio de tal suplicio se purificaba el alma para que aquél pudiera volver algún día a descansar en la ciudad de Dios; en contraste con ello, y a partir de la primera revolución industrial –con el auge del liberalismo y el capitalismo– se transformó radicalmente esa postura, pues, pasó de verse como un castigo a verse como un método para satisfacer los placeres y las necesidades básicas (Bentham, 2008) y el medio idóneo para la realización personal (Smith, 2011). Sin embargo, esta postura, más que responder a la realidad, respondía a los intereses de la clase dominante, que, con el fin de acrecentar su productividad, marginó a los campesinos por medio de las «leyes sanguinarias», arrojándolos a la miseria de las ciudades y las condiciones de vida más precarias (Marx, 2001), y como si fuera poco, dividió a los trabajadores de manera absurda con las teorías de la administración pública surgidas desde regulaciones de Napoleón, que mantuvo, además, dividida a la clase obrera entre los trabajadores privados y los trabajadores públicos (De la Cueva, 1984).
Por otro lado, se tiene que actualmente, por la desregulación de los acuerdos estatales del trabajo, la globalización y las nuevas tendencias intermedias de laboralización que no resultan dentro de la órbita del derecho del trabajo, no se puede predicar sobre aquellos principios que pregonaba con ímpetu el capitalismo sobre el trabajo, pues se tiene que el trabajo (i) no es autorrealizador, y por tanto, no es un fin en sí mismo, (ii) no dignifica a la persona que labora, (iii) es utilitario y (iv) no realiza la cohesión social, como lo hacía en la época de las fábricas.
(i) El trabajo no es autorrealizador por cuanto que el trabajo no es como tal el que realiza, sino son los beneficios secundarios del trabajo los que realizan a las personas (si obtengo dinero, obtengo otro medio para satisfacer mis necesidades y para llevar a cabo actividades que sí autorrealicen: aquellas que me den más status, aquellas que me alegren, aquellas que me generen recuerdos positivos y aquellas que permitan suplir todas mis necesidades, en fin, todas las que dentro de ellas lleven algún factor que permita o bien realizar la cohesión social o bien satisfacer mis necesidades básicas); además, tomar el trabajo como autorrealizador genera la alienación, pues mantiene el statu quo y solo sirve al modelo económico (que es marcadamente individualista y utilitario), sin que en realidad el trabajador pueda liberarse del trabajo. Además de ello, no es un fin en sí mismo, pues el trabajo resulta siendo un medio al no contener dentro de sí un fin: nadie trabaja por puro amor al trabajo -ni siquiera los académicos, pues ellos trabajan por amor al conocimiento, que es diferente al trabajo, pues el conocimiento sí es un fin en sí mismo-, sino que se trabaja por los beneficios que se obtienen de él, dígase el status, o el dinero -que es otro mero medio- para satisfacer las necesidades naturales y las necesidades sociales.
(iii) El trabajo no dignifica a las personas, pues, de hecho, el trabajo es un factor alienante, y la alienación es la antítesis total de la dignidad humana; en efecto, al haber surgido el trabajo de la teoría utilitaria de Bentham (2008) y la teoría individualista de Smith (2011), vienen con el virus del utilitarismo y el individualismo dentro de sí, y el utilitarismo es per se contrario a la dignidad humana, pues instrumentaliza al ser humano: lo vuelve un medio, siendo que el ser humano es un fin en sí mismo. No dignifica tampoco porque, al provenir de las doctrinas liberales, es, como puede inferirse por el contexto histórico, un discurso que tiene la vocación de controlar a las masas para que no sientan que les están despojando de su dignidad para satisfacer intereses económicos.
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