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Qué es la etnografía?


Enviado por   •  28 de Mayo de 2014  •  Práctica o problema  •  2.847 Palabras (12 Páginas)  •  191 Visitas

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¿Qué es la etnografía?

La etnografía es un método de investigación que consiste en observar las prácticas culturales de los grupos humanos y poder participar en ellos para poder contrastar lo que la gente dice y lo que hace, es una de las ramas de la Antropología social o cultural que en un principio se utilizó para comunidades aborígenes, actualmente se aplica también al estudio de las comunidades urbanas, personas con trastornos mentales y, en general, a cualquier grupo que se quiera conocer mejor.

Una exploración etnográfica del espacio urbano

La ciudad es un escenario apto para ser explorado en todas sus partes, con curiosidad atenta al detalle visual revelador y a la palabra anotada a vuelapluma.

Ésta puede ser una experiencia propia del sentido común inherente a cual- quier persona y más todavía cuando hay en ella una inclinación observadora. El viajero que se adentra en una ciudad desconocida tiene ante sí un mundo a des- cubrir, un conjunto de nuevas experiencias que le esperan casi en cada esquina.

Todo esto es posible porque la ciudad es un espacio denso, multiforme, enrevesado y siempre lleno de vida.

El antropólogo urbano es antes que nada el viajero que desciende de un tren, cargando una maleta, que sale de la estación y se zambulle de inmediato en las calles de una ciudad desconocida, atento a cual- quiere detalle revelador por si éste le proporciona una primera información valiosa. En pocos textos antropológicos ha quedado reflejada esta experiencia tan acertadamente como en The Broken Fountain de Thomas Belmonte.

Construyendo su propia memoria etnográfica y al dar los primeros pasos en una ciudad que se convertirá en el escenario de su monografía, Bel- monte ya registra un contraste que después vendrá a ser fundamental en su obra, la distancia entre la centralidad urbana y la marginalidad de un barrio lumpen.

Otro ejemplo relevante y a la vez distinto es el de Stanley Milgran en The Experience of living in cities, pues refleja la inicial experiencia de la masifica- ción.

Todas estas circunstancias son sintomáticas de una cuestión sobre la que pretendo incidir a lo largo de estas páginas. La etnografía es una reconstrucción imaginativa que tiene en la memoria del autor su hilo conductor. Como tal memoria es una recuperación del pasado seleccionando aquello que es re- levante para un presente desde el que se escribe. Cuando Belmonte recuerda sus primeros pasos no es casualidad que aparezca ya en ellos el vívido con- traste que es fundamental en toda su narración, ya que está reviviendo, gracias a la memoria, unos acontecimientos reelaborados por un recuerdo dirigido desde el presente de la narración.

Mi objeto de atención no es otro que la creación etnográfica en el espacio urbano y más específicamente la construcción del «yo» etnográfico en este contexto. Sin embargo no hay mejor comienzo para esta tarea que recordar las enormes posibilidades que nos ofrece la curiosidad enfrentada a la novedad de un espacio abigarrado. Por eso y en el propio proceso de la experimentación etnográfica posterior, recordarse uno mismo como visitante primerizo atento a la novedad, viene a ser siempre una actividad estimulante. Explotar nuestras propias cualidades personales, sea la capacidad de observación o la curiosidad, es un recurso etnográfico esencial. Cualquier investigación de campo en una ciudad desconocida se inicia con una experiencia semejante a ésta y los frutos que nos puede rendir son siempre muy valiosos.

Siempre me ha interesado reflexionar a posteriori sobre mis experiencias etnográficas, puesto que en la sucesión de todas ellas he encontrado lugares para afincarme y acontecimientos insertos plenamente en mi propia biografía. El antropólogo que ha llevado a cabo períodos prolongados de trabajo de campo acaba experimentándolos en un ámbito personal, íntimo incluso y a la vez formando parte de su propia biografía. El etnográfico no es otra cosa que una personalidad que en confrontación experiencial con él se va haciendo. Este «yo» se construye personal y etnográfica- mente en una fusión existencial que convierte a estas dos dimensiones en algo inseparable. El antropólogo es siempre un «yo» situado en el espacio y en el tiempo. Cabe por tanto reflexionar, retrospectivamente, acerca de uno mismo y si acaso preguntarse: ¿cuál ha sido mi lugar? y ¿cómo ha sido mi biografía?

Es en relación a preguntas como éstas, cuando adquiere relevancia el re- cuerdo de un comienzo en el que un sujeto etnográfico se introduce por vez primera en los espacios de los espacios urbanos en este caso y da comienzo a una historia particular. En el primer capítulo de su magnífica etnografía sobre el barrio de Fontana del Re, en Nápoles, Belmonte rememora esta experiencia primeriza, la de ver y aprender «sólo la superficie de las cosas», aunque —y como señala él mismo— «hay mucho que aprender de las superficies». Que estas primeras experiencias nos suministran un fondo in- consciente de conocimiento cuyo valor sólo podremos explotar transcurrido el tiempo, es bien cierto, porque la tensión que hay en estas semanas iniciales es extraordinariamente creativa.

Al fin del camino y al movernos con cierta destreza por entre los múltiples vericuetos de un barrio o ciudad, siendo duchos en el manejo de las categorías propias de un nativo, formando parte de una red de relaciones interna a la comunidad que estudiamos, cuando en definitiva estamos componiendo un texto con pretensiones etnográficas, la activación del recuerdo de nuestros primeros pasos nos permite reconstruir unos acontecimientos y vivencias que de repente, mágicamente, parecen, y lo son, mucho más densos en significados múltiples. La memoria es ante todo un ejercicio de creatividad e intuyo que la propia creatividad etnográfica tiene mucho que ver con el uso que hacemos de la memoria en la reconstrucción imaginativa que da forma a nuestras propias narraciones.

En el comienzo de su investigación de campo el antropólogo es un ser despersonalizado, ya que para la comunidad en la que pretende integrarse ca- rece de una identidad específica. Su dominio es impersonal y no tiene un espacio propio que le identifique, tampoco tiene una historia tras de sí y, a falta de un sistema propio de relaciones, es algo semejante a lo que Marc Auge (1993) ha denominado un «no lugar». Es bien difícil acudir a una definición profesional en términos antropológicos, ya que con toda seguridad la comunidad que se desea estudiar no tiene un lugar específico para el antropólogo, y en todo caso éste no es sino un «extraño profesional» en la acertada definición de Michael Agar. El gran reto que

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