Roger Chartier "Aprender A Leer"
Enviado por angie5555 • 21 de Abril de 2013 • 1.964 Palabras (8 Páginas) • 1.639 Visitas
Aprender a leer, leer para aprender
Roger Chartier
Desde el siglo XIX el saber leer y la práctica de la lectura definen las condiciones de acceso a los conocimientos. Leer es el instrumento imprescindible sin el cual aprender es imposible.
La imitación de los gestos, la escucha de las palabras, la adquisición del saber vehiculado por las imágenes constituyeron modalidades dominantes de los aprendizajes, no solamente por las conductas practicas sino también de los conocimientos abstractos. Lo importante de esta oposición no borraba ni negaba la capacidad de conocimiento de los ignorantes. La sabiduría de los humildes, que no sabían leer, ejemplifico la reivindicación de una docta ignorancia opuesta a los falsos saberes de autoridad.
Fernando Bouza ha propuesto que en los siglos XVI Y XVII este elevado grado de familiaridad con la escritura que tenían los no letrados.
Para quienes no sabían escribir ni siquiera leer, no era imposible entrar en el mundo de la cultura escrita. Para los iletrados la permanencia de las formas tradicionales de la transmisión de los conocimientos e informaciones iba a la par con una fuerte familiaridad con lo escrito por lo menos en las ciudades.
Si en la cultura no se borro el papel de la oralidad o de las imágenes es sin duda porque se mantuvieron altos porcentajes de analfabetismo hasta el siglo XVII. Los tres modos de comunicación (las palabras habladas, las imágenes pintadas o grabadas, la escritura en manuscrita o tipográfica estaban considerados como formas igualmente válidas del conocimiento.
Leer libros era la practica dominante para aprender no solamente conocimientos y saberes, si no técnicas y prácticas. Por un lado no podemos concluir que un libro práctico fuera necesariamente leído para la práctica. Sin embrago es evidente que los lectores populares, constituían la mayoría de sus compradores cuando escribían cartas sin una finalidad didáctica si no práctica.
No podemos limitar lo que se aprende leyendo a los requisitos del oficio como indica Armando Petrucci (1999) toda una clase de alfabeti liberi de lectores que quieren leer fuera de las obligaciones de la profesión buscan libros que desean leer por propio entretenimiento sin respetar las técnicas intelectuales. El ocioso es el desocupado el que no se detiene o se embaraza en alguna cosa, que no tiene ocupación. El “desocupado lector” no solamente es dueño de su tiempo si no que es un lector liberado de las lecturas profesionales. Si se define aprender en un sentido amplio, tal como propones Covarrubias: Aprender es aprehender en el entendimiento y conservar en la memoria alguna cosa”
En el siglo XIX los manuales escolares insistían en que el verdadero saber se encontraba en los libros. Los enemigos contra los cuales debe enseñarse a luchar en la escuela son las prácticas empíricas, las supersticiones arcaicas, los falsos conocimientos que transmite la tradición oral.
El acceso de casi todos a la capacidad de leer tal como se estableció a finales del siglo XIX en diversas partes de Europa, instauro por tanto una fuerte fragmentación de las prácticas de lectura.
Se multiplicaron los productos impresos dirigidos a los lectores populares colecciones baratas, revistas ilustradas etcétera.
En España la presencia de altos niveles de analfabetismo no deben hacer la creciente presencia de los impresos efímeros y baratos dentro de las capas populares inclusive analfabetas según la expresión de Jean-Francois Botrel (1993) tal impregnación debe matizar fuertemente los juicios clásicos sobre el retraso cultural español y retrasar la atención sobre las diferencias entre las ciudades y el campo entre las grandes ciudades y el campo.
Otro rasgo como en España es la constitución del siglo XIX de un campo literario. Se estableció un fuerte vinculo entre la reivindicación de una cultura “pura” al margen de las leyes de una producción económica, distanciada de las diversidades populares.
Antologías y colecciones dieron un conjunto editorial a un conjunto de obras y autores que identificaron la producción literaria nacional. Definieron un repertorio canónico definido por José Carlo Manier (2000) como el elenco de nombres que constituyen un terreno referencial del terreno de fuerzas de una literatura y en tal sentido una permanente actualización del pasado. Gracias a las bibliotecas populares y a las colecciones baratas los lectores artesanos u obreros compartieron los mismos textos que los miembros de las élites. Compartían a menudo los textos leídos en voz alta y copiaban y memorizaban.
Se multiplicaron también los libros instructivos dirigidos a estos mismos lectores. En toda Europa semejantes Biblioteca” propusieron a los lectores volúmenes de divulgación de saber científico histórico. En Francia inauguro este tipo de colección en pequeño formato. La dimensión del conocimiento entraba así en un proyecto que fundamentalmente trataba de construir un repertorio de obras literarias canonícas para los lectores sin muchos recursos. En España las lecturas instructivas pudieron apoderarse del siglo.
En el siglo XIX el crecimiento de la producción impresa dirigida a los lectores que querían aprender tenían un doble peligro: la invasión de los malos libros, de ahí las condenas y censuras transiten malos ejemplos y corrompen a los lectores. Los diagnósticos de los tiempos designaban los efectos físicamente desastrosos de la captura d l lector por la ficción.
En el siglo XIX el discurso se medicalizó y construyo una patología del exceso de la lectura considerado una enfermedad individual o una epidemia colectiva la lectura sin control es peligrosa porque asocia la inmovilidad del cuerpo con la excitación de la imaginación. Los profesionales de la lectura son los más expuestos a tales desarreglos de la enfermedad que por excelencia la suya: la hipocondría. De ahí proviene la cercanía entre el exceso de la lectura y los placeres sexuales solitarios.
Se afirmo la definición de la lectura como instrumento privilegiado, si no , único del acceso al conocimiento del mundo del pasado, de la sociedad o de uno mismo. Saber leer y saber escribir fue la promesa de un mejor control de su destino.
En toda la cristiandad, el libro sagrado fue objeto de usos propiciatorios y protectores que no suponían necesariamente la lectura de un texto, pero que exigían su presencia material lo más cerca posible de sus cuerpos.
El libro es el depositario de conocimientos poderosos y temibles. Permite someter a su voluntad la naturaleza
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