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Via Crucis


Enviado por   •  17 de Abril de 2014  •  1.763 Palabras (8 Páginas)  •  254 Visitas

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PRIMERA PALABRA

Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lc 23,34).

"Y cuando llegaron al lugar llamado La Calavera, lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Y se repartieron sus ropas, echándolas a la suerte". (Lc 23,33-34)

Hablar de la cruz es hablar del perdón. ¡Quién puede comprenderlo! De ahí el escándalo de la cruz. Sí, puede constituir un verdadero obstáculo para la fe. Ya el apóstol san Pablo lamentaba que a algunos les resultase un obstáculo la idea de un Mesías crucificado y que otros consideraran que era un vano absurdo. ¡Un Dios crucificado! ¡Imposible! ¿No será una locura de unos exaltados?

En la humillación de la cruz está nuestra fuerza y la fuente de sabiduría cristiana.

Una paradoja. El instrumento de insulto y humillación se transforma en triunfo y gloria. Jesús vence a Satanás, el pecado y la muerte a través del fracaso aparente de la cruz. Un misterio.

¿Habría podido, Dios, redimir al mundo de tal manera que Cristo no hubiese tenido que pasar por el martirio?. Rotundamente, sí. Pero por qué ha sido necesario es un secreto divino que hay que contemplar con silencio y agradecimiento. Pensando que Dios actúa acomodándose a nuestra manera de ser. El dolor, surco de vida, es asumido por el mismo Dios. Demasiado a menudo olvidamos el dolor como forja de la madurez y elemento de humanización.

Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. ¿No aclara eso el misterio del amor que implica la cruz de Cristo? ¿No es más clara la coherencia del Señor? El no ha dicho simplemente palabras, no ha expuesto doctrinas a los demás, sino que su vida entera es un hecho.

Recordemos como Pedro, un buen día, se acerca a Jesús y le dice: Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces? La respuesta de Jesús ya la sabemos: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Después de esta lección, ¿causa extrañeza que Jesús pida al Padre el perdón de los que le crucifican? Pidiendo el perdón para sus verdugos, lo pide para la humanidad entera. Pide también tu perdón.

La muerte de Jesús es luz que ilumina toda su vida. Y revela la inmensidad del amor de Dios. Cristo, siempre libre, vive la muerte con lucidez. Nada puede ensombrecer su corazón. Ni en el tormento hay un indicio de rencor. Sólo grandeza de Dios, resumida en aquello de: Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su propio Hijo ... para la salvación del mundo. No, la generosidad del Hijo de Dios no es ninguna sorpresa. Es de pura lógica. La mezquindad no cabe en el corazón del Señor.

El misterio del Calvario es cada vez más luminoso. Perdonar es signo de grandeza. Es la prueba de que el amor en plenitud nunca se puede extinguir. Siempre, como el agua viva, busca caminos para renacer. El amor divino no es un amor cualquiera.

No es un amor que, porque está herido, se retrae. El amor de Dios es gratuito. Es fidelidad y misericordia. Lo revela un texto profético estremecedor y reconfortante: ¿Es que una madre puede olvidarse del hijo se sus entrañas? Pues aunque una madre se olvidara de su hijo, yo no me olvidaría nunca de ti.

Perdonar es grandeza. Una muestra de verdadero coraje. Vengarse, aunque sea sólo diciendo mal del que nos ha ofendido, está al alcance de todos. Perdonar es un acto que sólo lo pueden llevar a cabo los que tienen un espíritu recio.

El Cristo del perdón y de la gracia llama a sus seguidores a saber perdonar siempre. Es decir, a volver a amar. Amar de verdad, sin ningún lastre. Amar, no como fruto de la justicia de las aplausos, sino de la misericordia, la única realidad que hace posible el amor. El primer paso de todo bien es el perdón. Con la seguridad de que el mal es vencido por el amor. Y eso aparece tan claro, en el caso de la muerte del Señor, que es desconcertante. Nos pone en evidencia. También nosotros hemos de ser magnánimos. Aquí, ante el Crucificado, somos llamados al perdón.

Perdón en el seno de las familias. El esposo que perdone a su esposa, y la esposa a su esposo. Que hijos y padres se reconcilien de todo corazón. Que los parientes que ni se saludan sean capaces de rehacer los lazos de la sangre. Que la generosidad sea aplicada en la vida social y también en la de la comunidad cristiana. Perdonar es la expresión de la grandeza del hombre, creado a imagen de Dios y de Cristo.

Claro está que a menudo somos sujetos de injusticia. Lo decimos: "Fíjate en lo que me han hecho. A mí, que no me lo merecía, y que tanto había hecho por ellos... " ¿Y Cristo? ¡El había actuado mucho mejor que nosotros! ¡Callemos, no nos quejemos! Dirijamos al Padre, en el silencio, una súplica de perdón por los enemigos, por los que nos ofenden y por los que nos molestan. Cuando hayamos pedido así de corazón, saldremos a la calle con el corazón limpio para actuar con serenidad ante el prójimo y permanecer en el camino de la tolerancia. Y nos iremos disponiendo para perdonar siempre que sea necesario. Sabiendo que el

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