El Cantar Del Mio Cid
Enviado por alexander0007 • 5 de Abril de 2014 • 2.413 Palabras (10 Páginas) • 295 Visitas
El Cantar de mio Cid es un poema épico anónimo del siglo XII que refiere las hazañas de madurez del Cid, en torno al episodio central de la conquista de Valencia, tras ser desterrado de Castilla por el rey Alfonso. Éste lo condena al exilio por haber dado crédito a los envidiosos cortesanos enemigos del Cid, quienes lo habían acusado falsamente de haberse quedado parte de los tributos pagados a la corona por el rey moro de Sevilla. El texto conservado se inicia cuando el Cid y sus hombres se preparan para salir apresuradamente de Castilla, pues se acerca el final del plazo impuesto por el rey Alfonso. Tras dejar el pueblo de Vivar, de donde era natural, dejando allí su casa abandonada, el Cid, acompañado de un pequeño grupo de fieles, se dirige a la vecina ciudad de Burgos. Los ciudadanos salen a las ventanas a verlo pasar, dando muestras de su dolor, pero su pena por el héroe no es capaz de hacerles contravenir la orden real que prohíbe hospedar y abastecer al desterrado. El Cid y los suyos se ven entonces obligados a acampar fuera de la ciudad, a orillas del río, como unos marginados.
En esta situación reciben el auxilio de un caballero burgalés vasallo del héroe, Martín Antolínez, que prefiere abandonarlo todo antes que dejar al Cid a su suerte. Sin embargo, su ayuda no es suficiente, pues el héroe, que carece del oro supuestamente malversado, no posee los recursos necesarios para mantener a sus hombres. Por ello, con la ayuda del astuto Martín, urde una treta: empeñarles a unos usureros burgaleses, Rachel y Vidas, unas arcas aparentemente llenas de los tributos desfalcados, pero que en realidad están rellenas de arena. Consigue así seiscientos marcos de oro, cantidad suficiente para subvenir a las necesidades más inmediatas. A continuación el Cid y los suyos siguen viaje hacia San Pedro de Cardeña, un monasterio benedictino donde se ha acogido la familia del héroe, mientras este se halle en el destierro. La estancia es, sin embargo, muy breve, porque el plazo para salir del reino se agota. Tras una desgarradora despedida, el Cid prosigue viaje y, esa misma noche, llega la frontera de Castilla con el reino moro de Toledo. Antes de cruzarla, el héroe recibe en sueños la aparición del arcángel Gabriel, quien le profetiza que todo saldrá bien.
Animado por el aviso celestial, el Cid entra tierras toledanas dispuesto a sobrevivir en tan duras condiciones, iniciando su actividad primordial en la primera parte del destierro: la obtención de botín de guerra y el cobro de tributos de protección a los musulmanes. Para ello desarrolla una primera campaña en el valle del río Henares, compuesta de dos acciones combinadas: mientras el Cid, con una parte de sus hombres, consigue tomar la plaza de Castejon, la otra parte, al mando de Álvar Fáñez, su lugarteniente, realiza una expedición de saqueo río abajo, hacia el sur. Las dos operaciones resultan un éxito y se obtienen grandes ganancias, sin embargo, al ser el reino de Toledo un protectorado del rey Alfonso, es posible que éste tome represalias contra los desterrados. Por ello, el Cid vende Castejón a los moros y sigue viaje en dirección nordeste. La segunda campaña tendrá como escenario el valle del Jalón. Tras recorrerlo saqueándolo a su paso, el Cid establece un campamento estable, con dos objetivos: cobrar tributos a las localidades vecinas y ocupar la importante plaza de Alcocer. La caída de esta localidad, que el Cantar de mio Cid presenta como la clave estratégica de la zona, hace cundir la alarma entre la población musulmana circundante, que acude a pedir auxilio al rey Tamín de Valencia. Éste, preocupado por la pujanza del Cid, envía a dos de sus generales, Fáriz y Galve, para que lo derroten. Éstos lo asedian en Alcocer, pero el héroe, aconsejado por Álvar Fáñez, decide atacar a los sitiadores por sorpresa al amanecer, lo que le proporcionará una sonada victoria.
Pese al triunfo, el Cid considera que se halla en una situación difícil, así que, como en Castejón, vende Alcocer y prosigue viaje hacia el sudeste. En ese momento, ha adquirido ya tantas riquezas que se decide a enviar a Álvar Fáñez con un regalo para el rey Alfonso, como muestra de buena voluntad y un primer paso hacia la obtención de su perdón. Mientras su embajador va a Castilla, el Cid se adentra por el valle del Jiloca, hasta hacerse fuerte en un monte llamado El Poyo del Cid, nombre que, según el poema, se debe a este asentamiento de su héroe. Desde allí, el Cid realiza diversas incursiones y obliga a los habitantes de la zona a pagarle tributo. Más tarde se desplaza hacia el este, a la zona del Maestrazgo, que se hallaba bajo el protectorado del conde de Barcelona. Éste, al conocer la actuación del Cid, se propone darle un escarmiento y se dirige en su busca con un fuerte ejército. La batalla se producirá en el pinar de Tévar y, como siempre, el Cid resulta victorioso. Además de obtener un rico botín, el héroe y los suyos capturan a los principales caballeros barceloneses y al propio conde. Éste, despechado, decide dejarse morir de hambre, pero al cabo de tres días, cuando el Cid le propone dejarlo en libertad sin pagar rescate, a cambio de que coma a su mesa, el conde accede muy contento, olvidando sus anteriores promesas.
Tras su victoria (bélica y moral) sobre el conde de Barcelona, el Cid comienza su campaña en Levante. Su objetivo último ya no es el saqueo y la ocupación transitoria, como en Castejón y Alcocer, sino la conquista definitiva de Valencia y la creación de un nuevo señorío, donde el héroe y sus vasallos puedan vivir permanentemente. Para ello, el héroe comienza por controlar la zona que rodea Valencia, para estrechar el cerco en torno a ella. Tras la toma de Murviedro (Sagunto), los moros valencianos intentan detener su avance asediándolo allí. Sin embargo, como había pasado antes en Alcocer, las tropas del Cid los derrotan por completo, lo que aún les da más ímpetu en sus propósitos de conquista. Al cabo de tres años, han ocupado casi todo el territorio levantino, dejando aislada a Valencia. Sus habitantes, desesperados, piden ayuda al rey de Marruecos, pero éste no puede dársela. Perdida toda esperanza de socorro, el Cid cierra el cerco y, tras nueve meses de asedio, cuando el hambre aprieta ya a los valencianos, se produce la rendición.
La conquista de Valencia no asegura aún su posesión. Al conocer la noticia, el rey moro de Sevilla organiza una expedición para intentar recuperarla, pero fracasará por completo, al ser derrotado por el Cid y los suyos, que completan con el enorme botín las grandes riquezas obtenidas tras la toma de la ciudad. Afianzada la situación, el Cid toma una serie de medidas para garantizar la adecuada colonización de la ciudad y su organización interna. Incluso aprovecha la llegada de un clérigo guerrero, el
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