Etica A Nicomaco
Enviado por danidb96 • 19 de Noviembre de 2012 • 6.049 Palabras (25 Páginas) • 540 Visitas
Aristóteles, Ética a Nicómaco
Traducción de Julio Pallí Bonet
En: Editorial Gredos, Barcelona, 1997
Libro I
Sobre la felicidad
I
Todo arte y toda investigación científica, así como toda acción y toda elección, parecen tender a algún bien; por eso se ha definido con razón el bien como aquello a lo que todas las cosas aspiran. Con todo, resulta patente cierta diferencia entre los fines de las artes y los de las ciencias, pues mientras que algunos no pasan de ser sólo acciones, otros, además de la acción, dejan un producto; y en las artes en que a la acción sigue un producto, éste es, lógicamente, más valioso que la acción misma. Y como, en efecto, son muchas las acciones y las artes y ciencias, los fines serán, en consecuencia, muchos. Por ejemplo, el fin de la medicina es la salud; el de la construcción naval, el navío; el de la estrategia, la victoria; el de la economía, la riqueza. Pero cuando algunas de las ciencias y artes están subordinadas a alguna ciencia práctica específica, los fines de ésta son preferibles a los de aquellas que le están sujetas, pues es en función de dichos fines que se organizan los demás. Véase, por ejemplo, cómo la fabricación de los frenos y todos los avíos necesarios para el arreo de caballos está subordinada al arte de la equitación, y éste a su vez, junto con las actividades militares, está sometido a la estrategia. En relación con esto no tiene mayor importancia que el fin de las acciones consista meramente en la misma actividad o en otra cosa además de ella, como en las ciencias mencionadas.
II
Si, pues, existe un fin de nuestros actos buscado por sí mismo, y las demás cosas por causa de él; y si es cierto también que no siempre lo que elegimos está determinado por otra cosa (de ser así, el proceso proseguiría infinitamente, y nuestro anhelo sería estéril y miserable), entonces está claro que ese fin último no sólo será el bien sino lo mejor. En relación con nuestra vida, el conocimiento de este bien será por ende muy importante, y considerándolo, como los arqueros el blanco, acertaremos en el objetivo. Si esto es así, debemos intentar precisar, aunque sea esquemáticamente, cuál es ese bien y de qué ciencia teórica o práctica depende. En este sentido, todo parece indicar que este bien es competencia de la ciencia soberana, esto es, la ciencia política, más que todas las ciencias arquitectónicas. Porque, en efecto, la ciencia política determina cuáles son las ciencias necesarias en las ciudades, y cuáles las que cada ciudadano debe aprender y hasta dónde, siendo evidencia de esto el que las facultades más preciadas, como la estrategia, la economía doméstica y la retórica, le están subordinadas. Y puesto que la política se sirve de las demás ciencias prácticas y determina lo que debe hacerse y lo que no, entonces resulta que su fin se impone a los de todas las otras ciencias, constituyéndose en el bien humano por excelencia. Porque aunque este bien sea el mismo para el individuo y para la ciudad, es mucho mayor y más perfecta la gestión y la salvaguarda del bien de la ciudad, siendo cosa deseable hacer el bien a uno solo, pero mucho más bella y más divina procurarlo para el pueblo y las ciudades.
A esto tiende nuestra presente exploración, incluida de alguna manera entre las disciplinas políticas.
III
El resultado de nuestra investigación quedará claro si explicamos, satisfactoriamente, tanto como ella lo permite, la materia que nos proponemos tratar. En efecto, no debemos pretender el mismo rigor en todos los conceptos, como no se busca tampoco la misma precisión en la fabricación de todos los objetos. Las cosas buenas y justas de que se ocupa la ciencia política presentan tanta diversidad y desviaciones que parecen existir por pura convención más que por naturaleza. y, por su parte, similar incertidumbre presentan los bienes particulares a causa de los perjuicios que para muchos implican, como quienes mueren por su riqueza o su valentía. Por lo tanto, en este sentido, y partiendo de tales premisas, debemos sentirnos satisfechos con mostrar la verdad, aunque sea de un modo más bien general y hasta tosco, conformándonos con que nuestro discurrir llegue a conclusiones también generales y toscas sobre lo que sucede en la mayoría de los casos. En razón de ello, los estudiantes de la ciencia política han de aceptar con la misma disposición todos y cada uno de nuestros razonamientos, ya que es propio del hombre culto, en relación con un problema, no buscar más precisión que la que consiente la naturaleza de éste: sería absurdo exigirle a un matemático que sea persuasivo o a un orador que exponga demostraciones concluyentes. Cada uno juzga bien respecto de lo que es de su conocimiento, y mientras que los asuntos propios de una materia específica demandan un juicio instruido, sólo quien posee una cultura general puede juzgar adecuadamente un conjunto. Por esto, cuando se trata de política, los jóvenes no son jueces apropiados, ya que carecen de experiencia de las acciones de la vida, que es a partir de las cuales se extraen y sobre las cuales se aplican las proposiciones de la ciencia política. Además, como los jóvenes son más bien dados a dejarse llevar por sus pasiones, el aprendizaje de estas doctrinas les será vano y sin provecho, puesto que el fin de la ciencia política no es el conocimiento sino la acción. Y al decir jóvenes no hacemos diferencia entre el que es adolescente en cuanto a su edad y aquel que ostenta un carácter juvenil, ya que la causa de esa incapacidad de juicio no radica en el tiempo sino en llevar la vida en conformidad con y sujeción a las pasiones. Para estas personas, como para los incontinentes, el conocimiento sobre estas cosas es estéril; en cambio, para los que acomodan sus deseos y sus acciones en orden de razón, resulta de mucha utilidad.
Como introducción respecto de las disposiciones del discípulo, del estado de espíritu necesario para abrevar de esta ciencia y de lo que nos proponemos con ella, es suficiente esto que hemos dicho.
IV
Partiendo entonces de que todo conocimiento y toda elección tienden hacia algún bien, planteemos ahora cuál es el bien al que tiende la ciencia política, el cual será el más excelso de todos los bienes accesibles a la acción humana.
En relación con el nombre de este bien existe un acuerdo general, coincidiendo la mayoría de los espíritus (cultos o no) en llamarlo felicidad y en dar por sentado que es lo mismo vivir y obrar bien que ser feliz. La esencia de la felicidad, en cambio, es motivo de debate, y es explicada de muy distinto modo por el vulgo y por los doctos. Así, mientras que para algunos la felicidad es algo manifiesto y tangible, como el placer, la riqueza y el honor, para otros, en cambio,
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