Las Reglas Sociologicas
Enviado por escape_092 • 1 de Junio de 2014 • 1.104 Palabras (5 Páginas) • 247 Visitas
Estamos tan poco habituados a tratar los hechos sociales de una manera científica que corremos el riesgo
de que algunas afirmaciones contenidas en este libro
sorprendan al lector. Sin embargo, si bien existe una
ciencia de las sociedades, no hay que esperar que
consista en una simple paráfrasis de los prejuicios
tradicionales, sino que nos haga ver las cosas de un
modo distinto a como aparecen al vulgo; pues todas
las ciencias tienen por objeto hacer descubrimientos,
y todo descubrimiento desconcierta en mayor o
menor grado las opiniones recibidas. Así pues, en lo
que respecta a la sociología, a menos que se preste al
sentido común una autoridad que ya hace tiempo
dejó de tener en las otras ciencias —y que no se ve de
dónde podría llegarle—, es preciso que el estudioso se
decida resueltamente a no dejarse intimidar por los
resultados a que le lleven sus investigaciones, si fueron conducidas de acuerdo con un método. Si buscar
la paradoja es propio de un sofista, esquivarla
cuando los hechos la imponen es propio de un espíritu sin coraje o sin fe en la ciencia.
Por desgracia, es más fácil admitir esta regla en
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principio y téoricamente que aplicarla con perseverancia. Todavía estamos demasiado acostumbrados a
zanjar estas cuestiones según lo que nos sugiere el
sentido común, para poder mantenerlo fácilmente a
distancia de las discusiones sociológicas. Cuando
más liberados de él creemos estar, nos impone sus
juicios sin que nos demos cuenta. No hay más que un
procedimiento largo y especial para prever tales
situaciones de debilidad. Es lo que pedimos al lector
que no pierda de vista: que tenga siempre presente
en su cabeza que las formas de pensar a las que está
más hecho son contrarias, antes que favorables al
estudio científico de los fenómenos sociales, y, en
consecuencia, que se ponga en guardia contra sus
primeras impresiones. Si nos dejamos llevar por ellas
sin oponer resistencia, corremos el riesgo de que nos
juzgue sin habernos comprendido. Así, podría suceder que nos acusara de haber querido absolver todos
los actos de delincuencia, valiéndose para ello como
pretexto de que nosotros lo convertimos en un fenómeno más de los que se ocupa la sociología. La
objeción, no obstante, sería pueril, porque, si es normal que en todas las sociedades se cometan delitos,
no lo es menos que se castigue por ellos. La institución de un sistema represivo no es un hecho menos
universal que la existencia de la criminalidad ni
menos indispensable para la salud colectiva. Para
que no hubiera delitos sería preciso un nivelamiento
de las conciencias individuales que, por razones que
luego veremos, no es ni posible ni deseable; en cambio, para que no hubiera represión no tendría que
haber homogeneidad moral, lo que es inconciliable
con la existencia de una sociedad. Pero el sentido
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común, partiendo del hecho de que el delito es detestado y detestable, concluyó, sin razón, que éste
nunca podría desaparecer por completo. Con el
simplismo que lo caracteriza, no concibe que una
cosa que repugna pueda tener una razón de ser útil, y,
sin embargo, no hay en ello ninguna contradicción.
¿No hay, acaso, en el organismo funciones repugnantes cuyo ejercicio regular es necesario para la
salud del individuo? ¿No detestamos el sufrimiento?
Y, sin embargo, un ser que no lo conociera sería un
monstruo. Hasta puede suceder que el carácter natural de una cosa y los deseos de alejamiento que inspira sean solidarios. Si el dolor es un hecho natural,
lo es a condición de que no se le ame. Si el delito es
normal, a condición de que se le deteste.' Nuestro
método no tiene, pues,
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