Libre Albedrio

El tema del Libre Albedrio para todos nosotros como personas, sin duda alguna no es más que una simple frase que indica que -con el debido respeto- podemos hacer y pensar lo que nos da la gana; sin embargo una vez que iniciamos el debido proceso de formación de vida, comienzan a abrirse pequeñas ventanas de luz que terminan por cambiar radicalmente nuestro punto de vista en relación a esta facultad humana. En el desarrollo del presente trabajo tratare de expresarla con la mayor claridad posible.

Desde el punto de vista de sus capacidades, el hombre es libre. Puede hacer y pensar lo que quiera, dado que tenemos la capacidad de poder superar cualquier tipo de impedimento externo que nos lo impida. Por lo tanto, el Libre Albedrío es la natural disposición de todo hombre a hacer cuanto le plazca. Pero entendamos que el hombre no está solo, sino que está rodeado de otros seres de su misma especie que también gozan de la misma libertad. Este sencillo razonamiento es una de esas pequeñas ventanas de luz a las que me refería anteriormente y que es básico para poder entender que la libertad del hombre no debe ni puede ser ilimitada, porque la existencia de otros hombres libres como él se lo impide.

Ahora si nos ponemos a analizar el impedimento o las limitaciones son sólo una cuestión de supervivencia, porque si un hombre hace lo que quiere sin tener en cuenta en que puede afectar a otro con su accionar, está autorizando al otro a hacer lo mismo; y de esa manera peligra también su propia existencia. Aunque suene paradójico, esta es una realidad de la vida que enfrentamos a diario, cuando por ejemplo nos molesta el volumen de la música que escucha el vecino, cuando hacemos una cola en el Banco y el cajero le da preferencia injustificada a otra persona; en fin cuando consideramos violentados nuestros sagrados derechos fundamentales como miembro de esta sociedad; es esos momentos cuando el accionar con Libre Albedrio –mal entendido, mal interpretado y muy mal aplicado- de los demás, nos afectan y producen en nosotros reacciones que a veces pueden ser desproporcionadas.

Ocasionalmente justificamos nuestras acciones basándolas en lo que llamamos la “Ley de Causa y Efecto”. Esta Ley no se puede ignorar porque funciona inexorablemente. Cada acción tiene una consecuencia que no necesariamente deberá manifestarse de inmediato, pero sí que se hará efectiva en algún momento, gracias a la propiedad que tienen todos los actos de combinarse entre sí y formar un hecho aún más grande y complejo. Pero existe otra razón muy importante que limita nuestro Libre Albedrío y es la existencia de una instancia natural dentro de nosotros mismos que se llama Conciencia, pero de esta vamos a hablar un poco más adelante.

Si nos detenemos solo un instante a pensar como un miembro más de esta gigantesca sociedad mundial, entenderemos que el Libre Albedrío, que pudiera pensarse como la relación entre nuestros pensamientos y nuestras acciones, es quizás una de las posesiones más queridas para el hombre, pero irónicamente es lo primero que intentamos sacudirnos de encima para librarnos de nuestras culpas cuando incurrimos en ciertos actos negativos e indebidos. Lo usamos como excusa de todo: nuestras malas acciones son causa de los malos tratos en la infancia, de la pornografía, del alcohol, las drogas, las letras de ciertas canciones, bueno de casi todo; menos de nuestra mal razonada y meticulosa toma de decisiones.

Quisiera ejemplificar un poco a que me estoy refiriendo hasta ahora y para ello les presento este caso: Durante un juicio se expone el caso de un hombre que disparó dos cargadores completos sobre un conductor por atropellar levemente a su hija y su defensa expuso que padecía una “patología psicológica grave” desde pequeño, derivada de que presenció el atropello mortal de un hermano suyo. Este hecho, -señalaba el abogado-, había marcado su vida y pudo influir en su actitud cuando vio a su hija tendida en el suelo. Y nos preguntamos ahora ¿Dónde queda aquí el Libre Albedrío?.

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