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Sofistas Y Socrates


Enviado por   •  4 de Mayo de 2015  •  1.839 Palabras (8 Páginas)  •  181 Visitas

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III. LOS SOFISTAS Y SÓCRATES

PARCIAL RUPTURA CON LA TRADICIÓN EN EL SIGLO V. HERENCIA JÓNICA

Los cincuenta años (pentecontaetía) transcurridos desde las guerras médicas y el

comienzo de las del Poloponeso, fue cuando Atenas consiguió ser la más grande

potencia griega y cuando toda Grecia, especialmente Atenas, alcanzó la cumbre de su

prosperidad material y el mayor esplendor de su realización artística. Merece destacarse

el hecho de que la religión y la moral griegas de ese tiempo, con excepción de las

pequeñas sectas órficas, estaban basadas exclusivamente en costumbres y tradiciones

ancestrales. Los griegos carecían de libros sagrados y, en consecuencia, no tenían

Iglesia ni un cuerpo de teólogos autorizado para interpretarlos. Tampoco tenían por

entonces ningún gran sistema de teología o de ética filosóficas. El culto de los dioses, las

fábulas que acerca de ellos se narraban, los preceptos de moral pública y privada, todo

dependía de la tradición heredada, con ligeras variaciones de ciudad a ciudad y, como es

natural, enteramente distinta de las tradiciones religiosas y morales de los pueblos no

helénicos con quienes los griegos fueron estableciendo creciente contacto. Y en la Grecia

del siglo V, especialmente en Atenas, su centro político, económico e intelectual, los

fundamentos del orden tradicional en lo moral y en lo religioso fueron pareciendo cada

vez menos sólidos.

La filosofía jónica desempeñó su parte en ese proceso negativo del descalabro de

la tradición antigua sin que se pusiera nada positivo en su lugar, pero la parte que le tocó

desempeñar fue, hablando de manera general, más bien lateral e indirecta. Pero

normalmente los filósofos no se colocaron en abierta oposición a las antiguas tradiciones;

se limitaron a ignorarlas, presentando imágenes del universo en las que, simplemente, no

podían caber los dioses y donde el nexo de omnímodo de causas naturales, concebidas

de manera cada vez más mecánica, no dejaba sitio para el sencillo aparato de las

sanciones divinas y de la divina guía, de los rayos y presagios que la moral tradicional

había logrado conservar. Además, los filósofos naturalistas ni siquiera concordaban entre

sí. Los ciudadanos más cultos de las ciudades griegas, sintiendo crecer sus dudas en

cuanto a los fundamentos tradicionales de su vida, se volvieron, durante la segunda mitad

del siglo V, hacia una intensa concentración en el arte y los quehaceres propios de su

vida como tales. A este respecto es preciso recordar que para el ciudadano de un Estado

griego, y en especial modo para el de vida acomodada, sus deberes políticos constituían

la ocupación no sólo más importante y absorbente, sino la que a veces exigía poco

menos que todo su tiempo. Es natural, entonces, que el arte al que se consagró haya

sido el de obtener éxito en la vida pública. Era un arte que requería maestros, y éstos

iban a llegar a su debido tiempo.

ENSEÑANZA SOFISTA Y REACCIÓN DE LOS TRADICIONALISTAS

Esos maestros fueron los llamados "sofistas", nombre que, con anterioridad a

ciertos diálogos de Platón, no tenía el sentido peyorativo que actualmente nos sentimos

inclinados a darle. La mejor manera de describirlos quizá sea la de decir que eran

profesores viajeros de ese importantísimo arte de obtener éxito en la vida pública. eran

figuras internacionales, originarias de diversos lugares del mundo griego: Protágoras de

Abdera, Gorgias de Leontinos, Pródico de Ceos e Hipias de Elis, para nombrar tan sólo

los cuatro más importantes. El tema principal de sus cursos era la retórica, es decir, el

arte de la persuasión mediante elocuentes discursos, y se precisaban de poder enseñar a

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sus discípulos a hablar de modo convincente en cualquier litigio judicial, así como a

sostener alternativamente los dos grandes argumentos opuestos de cualquier causa.

Junto con la retórica iban las artes verbales subordinadas: la gramática y el estudio del

significado de las palabras (en esta última se interesó Pródico de manera particular),

además de un énfasis general puesto en todas las artes elegantes y dotes mundanas.

Los ideales que tanto ellos como sus discípulos profesaron fueron los de un virtuosismo

acabado y una suprema habilidad en el arte de la persuasión.

Por cierto que estos sofistas no fueron en ningún sentido filósofos y jamas

pretendieron ser nada semejante y nunca se valieron de la filosofía tal como entonces se

la entendía, es decir, como especulación naturalista y cosmológica. Protágoras expresó

cumplidamente esta actitud en un par de frases que han llegado hasta nosotros: "El

hombre es la medida de todas las cosas, de la realidad de las que son y de la irrealidad

de las que no son"; "Respecto de los dioses, no puedo saber si existen o no; muchos son

los obstáculos en el camino, la oscuridad del problema y la brevedad de la vida". Sin

embargo, es indudable que la influencia de estos sofistas favoreció el proceso de

desintegración, puesto que destruyeron la santidad de la tradición en le espíritu de sus

discípulos y no colocaron nada adecuado en su reemplazo.

SÓCRATES. LOS TESTIMONIOS QUE SOBRE ÉL POSEEMOS

Así pues, los sofistas no remediaron mucho la situación. En realidad, sólo lograron

empeorar las cosas, aun cuando no se hallaran animados de ningún mal designio. Y

aquellos que permanecían aferrados a las antiguas tradiciones se veían intelectualmente

impotentes, aunque sintiéndose cada vez más enconados, irritados y exacerbados contra

esas execrables y subversivas "lumbreras". Mientras tanto, sin embargo, había un

hombre (y, por lo que podemos saber, uno solo) que, en medio de todo ese desconcierto

y todo ese proceso de desintegración, trataba de hallar al problema de la vida virtuosa

una solución mejor que la del humanismo superficial, el inmoralismo cínico o la

malhumorada e irracional adhesión a las costumbres tradicionales. Ese hombre era

Sócrates. Vivió durante todo el período de la efervescencia intelectual y de su

desintegración y desmoralización final.

En toda la historia de la filosofía europea no se dio otro caso de alguien que, por el

mero hecho de ser lo que fue,

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