Los Sofistas Y Socrates
Enviado por cdgt • 20 de Abril de 2014 • 4.636 Palabras (19 Páginas) • 466 Visitas
LOS SOFISTAS Y SÓCRATES (Se descubre al hombre) Sofistas: sabio, producto típico de la Polis, enseñan el arte de gobernar . Llegan a Atenas atraídos por su cultura, preparan a los jóvenes que dirigirán los destinos de la polis a través de la retórica, la gramática y la dialéctica. Sócrates Platón y Aristóteles fueron los adversarios de los sofistas y los consideraban como traficantes del saber que hablaban para engañar. Los sofistas no constituyen de hecho una escuela homogénea. Se trata mas bien, de una denominación común para una multitud de pensadores individuales frecuentemente con opiniones muy opuestas entre sí, pero con una característica común, el escepticismo ante los problemas planteados por los problemas anteriores. Las palabras nacen, viven y a veces mueren. Tienen un origen y una biografía. El significado de una palabra está en su etimología, pero también está en su historia; y en ocasiones puede ocurrir que ambas no coincidan. Esto es, podemos encontrar algunos casos en que el significado o contenido fundamental de una palabra cambie a través del tiempo, de acuerdo a circunstancias de carácter histórico, al extremo de alejarse completamente de su sentido primitivo. Un ejemplo de lo anterior es la palabra sofista. En sus orígenes, en la antigua Grecia, el vocablo sofista se utilizó para designar a quien se mostraba experto en alguna actividad. Podía ser la filosofía, la poesía, la música o la adivinación, pero siempre un sofista era un maestro de sabiduría, alguien que se proponía hacer sabio a quien recibiera sus enseñanzas. Hombres célebres como los míticos Siete Sabios fueron llamados sofistas, implicando con ello un profundo reconocimiento a su condición de hombres de excepción. El filósofo Tales, hijo de Hexamias de Mileto, o el estadista y poeta Solón, hijo de Execéstides de Atenas, recibieron esta designación como una expresión clara de respeto y admiración.
Otros pueblos tienen santos, en cambio los griegos tienen sabios, hacía notar Nietzsche. Mucho antes de que se popularizara la palabra filósofo, con su sentido de amor a la sabiduría, los hombres capaces de hacer grandes contribuciones eran sencillamente sabios, sophós, y por extensión sofistas, sophistés. Todo esto sucedía todavía a la altura de la Olimpíada 80, (mitad del siglo V). Lo que viene después es diferente: Llegan a Atenas hombres como Protágoras de Abdera, Gorgias de Leontini, Pródico de Ceos, Hipias de Elis o Trasímaco de Calcedonia, a los que habría que sumar el nombre del ateniense Antifón, (Antifonte). Todos ellos se atribuyen el calificativo genérico de sofistas y son reconocidos por desarrollar una influyente actividad intelectual. Luego, en virtud principalmente de la intervención de Sócrates, quien vivió contemporáneamente, y Platón, quien sin conocerlos personalmente recoge esta experiencia en sus diálogos, el nombre sofista pasa a formar parte de la controversia y termina siendo una categoría infamante. Más bien un estigma que pocos desearían para sí mismos.
En una época en que ya comenzaba a ser sospechoso el nombrarse sofista, Platón nos ofrece un testimonio de la forma asertiva en que Protágoras asume sin reservas su condición, haciendo al menos dudosa la misma interpretación que luego les asignará el papel de engañadores sin moral:
En cuanto a mí, tomo un camino opuesto; hago francamente profesión de enseñar a los hombres y me declaro sofista. El mejor de todos los disimulos es, a mi parecer, no valerse de ninguno; quiero más presentarme, que ser descubierto. (...) Ningún mal me ha resultado por hacer ostentación de ser sofista, a pesar de muchos años que ejerzo esta profesión, porque a mi edad podría ser el padre de todos los que están aquí, (Protágoras, 317 b).
Pese a todo, inevitablemente, la palabra no volverá a ser la misma. Su primitiva identidad queda destrozada. Ahora tiene un nuevo sentido, y ya no goza del mismo prestigio. En síntesis, una buena palabra se fue transformando gradualmente hasta llegar a ser una expresión vergonzante e indeseable. Un término de censura según la expresión de Jenofonte.
En distintos diálogos de Platón, en los que Sócrates actúa como personaje central, se califica duramente a los sofistas. En el Protágoras, por ejemplo, Sócrates aconseja a su amigo diciéndole: "Vas a poner tu alma en manos de un sofista, y apostaré a que no sabes lo qué es un sofista", (311 c). Agregando luego: "¿No adviertes, Hipócrates, que el sofista es un mercader de todas las cosas de que se alimenta el alma?", (312 a). En un diálogo posterior, El Sofista, se agrega una singular lista de descalificaciones: Cazadores interesados de jóvenes ricos, mercaderes en asuntos referentes al alma, fabricantes y vendedores al detalle de conocimientos, atletas que compiten con la palabra y se muestran hábiles en el arte de la disputa, (231 d).
Platón reprocha a los sofistas básicamente el hecho de que sólo enseñan medios para alcanzar un fin, sin reparar en las exigencias de la moral. Los acusa de ofrecer, según conveniencia, el triunfo para el razonamiento débil por sobre el más fuerte, de hacer prevalecer la apariencia por sobre la realidad. Los reduce a la condición de simples artesanos de la persuasión.
Aportando otro capítulo en esta historia, algún tiempo después, Aristóteles define a la sofística como un arte de la apariencia, completamente ajena a la verdadera sabiduría, y al sofista como aquel que comercia con una sabiduría aparente y no real. Para completar su contribución, inventa el término sofisma como sinónimo de falacia, de una refutación aparente, mediante la cual se puede defender algo falso y confundir al adversario, (Refutaciones Sofísticas, 164-65 a)
Así, finalmente, el pasado luminoso del nombre sofista queda sepultado bajo una montaña de autoridad socrática, platónica y aristotélica. En la actualidad, aun para quienes se han aproximado a la filosofía, sofista equivale a demagogo, a un engañador que no tiene otra moral que su interés particular, a un traficante de apariencias.
No es nada fácil incursionar en la trama de esta polémica historia. La mayor parte de la información disponible sobre los sofistas es indirecta y fragmentaria. De sus obras, que debieron ser numerosas, escasamente se conservan algunos restos no siempre sencillos de interpretar. En contraste, la obra del mayor de sus adversarios nos ha llegado en su totalidad. Con todo, parece haber buenas razones para sostener una nueva interpretación sobre el papel de los primeros sofistas, y reconocer en ellos la categoría de educadores y el papel de grandes innovadores sociales.
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