La Consolidación De Los Estados Nacionales Y El Proyecto Histórico Y Político De Las Burguesías Europeas En El Poder
noehsotelo2417 de Mayo de 2015
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Introducción
A comienzos del siglo XIX, el emperador de Francia, Napoleón Bonaparte había vencido militarmente a sus enemigos continentales -Austria, Rusia y Prusia-, pero no había conseguido doblegar a la rubia Albión. Pero a fin de impedir el comercio británico con Europa, ordenó el bloqueo continental al tráfico marítimo inglés.
Portugal, aliado histórico de Gran Bretaña no acató la orden imperial, negándose a participar del bloqueo. En respuesta, los ejércitos franceses tomaron la decisión de invadir territorio portugués. La Corte lusitana se refugió en su colonia americana del Brasil donde permaneció hasta 1821. En su tránsito por la península Ibérica, las tropas francesas también se apoderaron de España. El rey Fernando VII fue destituido y quedó prisionero del emperador galo. En nombre del monarca cautivo, los españoles reaccionaron a la invasión. Para luchar por la reconquista de su territorio formaron juntas en distintas ciudades, coordinados después por una Junta Central en Sevilla.
En la Campaña de Rusia, el ejército napoleónico sufrió un gran número de bajas no sólo a causas de los sucesivos y cruentos combates sino -y sobre todo- a causa del frío extremo que padecieron. Finalmente, en octubre de 1813 -ya en franco retroceso y con sus ejércitos diezmados- fue derrotado por los aliados (Austria, Rusia y Prusia) en la batalla de Leipzig. El 31 de marzo de 1814 los vencedores entraron a París. Napoleón fue desterrado a la Isla de Elba, cerca de la costa italiana. Así se inició en Francia la Restauración bajo el reinado de Luis XVIII.
Napoleón logró fugarse en marzo de 1815. Entró triunfalmente a París, retomó las riendas del poder e inició así su segundo reinado, conocido como el período de los Cien Días. Derrotado nuevamente en Waterloo el 18 de junio de 1815, lo enviaron a la Isla de Santa Elena, en el Atlántico Sur. Allí murió en 1821, con la fuerte sospecha de que fue envenenado por sus captores. Vencido definitivamente Napoleón, los representantes de los Estados europeos se reunieron en el Congreso de Viena con el objeto de trazar la nueva geopolítica y los nuevos límites de los países europeos. Francia, derrotada, debió retornar a las fronteras que tenía antes de la revolución de 1789.
I. La Europa de la Restauración
Las naciones vencedoras se propusieron implantar un sistema de seguridad colectiva tratando de subordinar las relaciones internacionales a un derecho que no fuera necesariamente el de la fuerza, aunque sostenido por ella. La obra de estas naciones-imperios, fundadas en el Antiguo Régimen, iba encaminada a restaurarlo y a destruir no sólo la configuración del mapa europeo post-napoleónico, sino también a desterrar las ideas difundidas por la Revolución Francesa. Por ende, el nuevo orden europeo lo definirían cinco potencias: Inglaterra, Rusia, Austria, Prusia y Francia.
La Restauración fue planteada como la reorganización de la política exterior e interna de los países europeos, conforme a los principios del absolutismo, el tradicionalismo o simplemente como el restablecimiento institucional del Antiguo Régimen. Esta iniciativa se manifestó en el Congreso de Viena en 1815, y en contra de ella se desataron las oleadas revolucionarias de 1820, 1830 y 1848. Tema que retomaré a posteriori. La reacción restauradora se sintetizó en dos hechos importantes: a. la configuración de un nuevo mapa político europeo y b., la organización de un sistema de equilibrio internacional (a partir de la constitución de la Santa Alianza y la Cuádruple Alianza).
El término restauración en Francia fue utilizado para viabilizar el restablecimiento de Luis XVIII en el poder del Estado, monarca de la rama dinástica de los Borbones. Los dos pilares básicos del Antiguo Régimen eran la monarquía absoluta (trono) y la iglesia (altar), y la restauración les devolvió sus antiguas atribuciones. El tradicionalismo suponía desde una visión conservadora una utopía reaccionaria, una vuelta al pasado, pero aceptando algunos valores nuevos. Los autores de la misma se basaron en las ideas de una serie de teóricos que, a partir de las "Reflexiones sobre la República en Francia", del ingles E. Burke, defendieron el principio del origen divino del poder monárquico, a través del Papa, representante de Dios en la tierra (es decir, alianza entre trono y altar). Por lo mismo, la monarquía adquiría un carácter absoluto: el rey era el propietario legítimo de la nación y no tenía que rendir cuentas a nadie más que a Dios. Por lo tanto la soberanía popular y las constituciones eran un atentado contra esa propiedad: el hombre no tenía facultad para limitar ese poder proveniente de Dios.
Otros teóricos como Luis de Bonald, filósofo y político francés defensor de los principios monárquicos y religiosos (Teoría del poder político y religioso, 1796), Ludwig von Haller, Montalembert y Joseph de Maistre, en cuya principal obra política, Consideraciones sobre Francia (1797), presentan la Revolución Francesa -sujeto central de sus reflexiones- como un acontecimiento satánico y "radicalmente malo", tanto por sus causas como por sus efectos. Enemigo declarado, al igual que el filósofo británico E. Burke, de las ideas propugnadas por la Ilustración, condenó igualmente la democracia, por ser causa de desorden social, y se mostró firme partidario de la monarquía hereditaria. Los principios de la Restauración surgieron de las ideas tradicionalistas ya comentadas y se intentaron llevar a la práctica en el Congreso de Viena:
• Principio de legitimidad. Es la devolución del trono a su legítimo poseedor, el rey, que lo recibe de Dios y al que nadie, ni ninguna institución (es decir, constituciones) le pueden arrebatar o limitar su poder (carácter absoluto de la monarquía). Las monarquías, por tanto, no estuvieron limitadas por ninguna constitución revolucionaria o documento que recordara a Napoleón o alguna revolución, excepto en el caso de Francia, país en el que para poder negociar y mantener la paz y el equilibrio se realizó una carta otorgada.
• Principio de equilibrio. Recaba un nuevo orden internacional dirigido por las grandes potencias, ya que existe una relación entre el poder de un país y la responsabilidad internacional que le corresponde desempeñar. Se aplicó el principio regulador, con la necesidad de restaurar el mapa, para plantear un equilibrio de fuerzas, y que ningún país fuese hegemónico.
• Principio de intervención o solidaridad. Consiste en el derecho a intervenir en los asuntos internos de un Estado cuando lo que sucede en él repercute a los demás o solo para restaurar por solidaridad, los derechos de un rey legítimo.
II. El Congreso de Viena y la Cuádruple Alianza
Tras la derrota de Napoleón y con la firma del Tratado de Paris (1814) entre Francia y los estados coligados acordaron el retorno de Francia a las fronteras constituidas en 1791 y la convocatoria a un Congreso Internacional que reorganizase el mapa europeo y garantizase una versión monárquica de la paz continental.
El Congreso se celebró entre 1814-1815, pocos días antes de Waterloo. Participaban, en especial, las cuatro grandes potencias: Rusia (representada por Neselrode y el propio Zar Alejandro I), Austria (por Metternich y el emperador Francisco I), Prusia por (Hardenberg y el rey Federico Guillermo III) e Inglaterra (por Castlereagh). Más tarde, Francia gracias a los oficios de hábil conde de Talleyrand, consiguió ser admitida en el grupo de los "grandes" en el Congreso.
Las mismas ambiciones de las potencias dividieron el sentido político en dos bloques: Inglaterra y Austria, y Rusia y Prusia. Estas rivalidades enfrentaban a Rusia con Austria, porque las dos pretendían expansionarse por los Balcanes ante la descomposición del Imperio Turco, y con Inglaterra, porque Rusia deseaba el predominio en el continente e Inglaterra quería un equilibrio para conservar su hegemonía en el mar. Austria rivalizaba con Prusia puesto que el engrandecimiento de la segunda podría unificar Alemania, acabando con la hegemonía austriaca. La combinación de principios y ambiciones de las potencias produjo como resultado la configuración de un nuevo mapa europeo que favorecía a los grandes e ignoraba las realidades y deseos nacionales de otras. Los cambios geopolíticos que se produjeron fueron los siguientes:
Francia volvió a sus fronteras de 1791 y, después del Imperio de los Cien Días, el Congreso decidió rodearla de unos estados tapón para evitar su engrandecimiento: al norte los Países Bajos (Holanda, Bélgica y Luxemburgo); al este la Confederación Helvética que pasó de 12 a 26 cantones; al sureste el reino de Piamonte-Cerdeña, agrandado con Saboya, Niza y Génova.
Rusia recibió Finlandia, Besarabia y las dos terceras partes de Polonia, aunque Cracovia quedó como república independiente. Rusia se convirtió en la mayor potencia continental. Austria renunció a Bélgica y recibió en compensación el reino Lombardo-Véneto del norte de Italia, una parte de Polonia, las provincias Ilíricas y el Tirol. Prusia tomó una parte de Polonia (Danzig y el ducado de Pozen), la Pomerania sueca, parte de Sajonia y la rica zona de Renania al oeste de Alemania. Pero quedó separada en dos partes por Hannover y Francfort. Inglaterra obtuvo una serie de puntos estratégicos que la convirtieron en la dueña del mar: Malta y las islas Jónicas (el control del Mediterráneo); la isla de Helgoland y Hannover (el control del mar del Norte y del Báltico); el Cabo, Ceilán, y algunas islas en las Antillas. Alemania no restableció el imperio sino que creó la Confederación Germánica formada
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