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ANTOLOGIAS


Enviado por   •  27 de Octubre de 2013  •  2.694 Palabras (11 Páginas)  •  257 Visitas

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RESUMEN DEL LIBRO

ANTOLOGIA DE LOS MEJORES RELATOS

Realizado por Mateo Eduardo Mendoza Moreno.

CAPÍTULO I

“La leyenda del legado del Moro” de Washington Irving

Hubo una vez en la fortaleza de la Alhambra, una gran plaza de pozos: la plaza de los aljibes, todos los días pasaban por allí aguadores con sus borricos, cargados con cántaros de agua. Entre ellos se distinguía un hombrecillo fuerte y grande, de la ciudad de Galicia, llamado Pedro Gil apodado ‘perejil’. Era conocido por tratar bien a su asno, y ser extremadamente generoso. A sabiendas que en el interior de la fortaleza el chisme corre como reguero de pólvora, los más reconocidos chismosos eran el alcalde, un alguacil, un barbero vecino de perejil y la esposa de perejil, siendo todos ellos muy codiciosos.

Un día perejil, trabajando incansablemente, descubrió al caer el sol, a un moro, que a leguas se veía que estaba agonizando. El moro le suplicó que le diera posada y alimentos, a lo cual el gallego aceptó. Cuando perejil volvió a su casa, su mujer le reprochó, argumentando que aquel moro les traería problemas, mas perejil se opuso y permitió que el moro se quedara en su casa. Durante toda la noche, el moro estuvo delirando y al final murió, dejándole a perejil una caja de sándalo.

Al morir, perejil lo cargó en su asno y lo llevó a un lugar desolado de la fortaleza para sepultar el cadáver. Mas el chismoso barbero, observando el cuerpo, supuso que se trataba de un asesinato por robo, y fue a quejarse con el alguacil y con el alcalde, los cuales al enterarse de esto, mandaron a apresar al pobre perejil. Este les explicó lo ocurrido y les mostró el legado que había dejado el moro. El alguacil abrió la caja y descubrió en ella una vieja vela y un pergamino con caracteres musulmanes. Al ver esto, dejaron ir a perejil, no sin antes exigir que le dieran su borrico.

Al día siguiente, perejil trabajando, encontró una tienda de un moro que vendía chucherías, y abandonando su trabajo, corrió a su casa agarró el legado del moro y se dirigió a la tienda del moro. El moro le explicó lo que decía el pergamino: “debajo de la fortaleza había muchos tesoros escondidos”, el pergamino contenía la fórmula para abrir la puerta secreta. La fórmula debería leerse a la luz de la vela que había en el cajón, el inconveniente era que si se apagaba la luz de la vela, habiendo alguien dentro de la cueva, este quedaría encantado con el tesoro hasta que la cueva volviera abrirse, si no hasta el fin del mundo. El moro y el gallego decidieron probar suerte, y a la noche siguiente, abrieron el portal, encontrando allí muchos tesoros, tantos que perejil pudo comprarle joyas a su esposa. Con la desgracia que brillaba tanto, que el chismoso y codicioso barbero le comentó todo al alguacil y al alcalde. El último mandó a llamar a perejil quien a su vez mandó llamar al moro, y juntos explicaron todo lo que sucedió. El barbero, el alguacil y el alcalde, engañaron al moro y al perejil para que abrieran de nuevo la bóveda de los tesoros y pudieran repartir equitativamente los tesoros. Cargaron al borrico de perejil tesoros que había en la cueva, mas, el alcalde, alguacil y el barbero, no satisfechos, decidieron sacar todo lo que quedaba. Al bajar a la cueva, el moro apagó la luz de la vela cerrando la bóveda, luego, destrozó la vela y rompió el pergamino para que ningún otro codicioso y chismoso pudieran entrar allí. El moro, volvió a su tierra natal a seguir haciendo fortuna con parte del tesoro, mientras que perejil, se fue con su mujer e hijos, además con su borrico a Portugal a disfrutar de su fortuna, dejando el estúpido apodo de perejil y adoptando el nombre de Don Pedro Gil. Lo que pasó con el barbero, el alguacil y el alcalde es bien conocido: quedarán encantados hasta el día del juicio final”.

CAPÍTULO II

El extranjero de Pedro Antonio de Alarcón

Un abuelo, le estaba contando a un señorito algo muy curioso que sucedió en la guerra de la independencia española. Narra la historia de Iwa: un día, él andaba camino a su trabajo, en el cementerio. De pronto, vio a un par de soldados españoles llevando consigo un preso muy enfermo, polaco por su aspecto, más tarde se enteraría que era el tal Iwa. Los soldados maltrataban cruelmente al preso quien trataba de huir. En eso, el abuelo, entonces joven, trató de defender al preso, pero solo consiguió que mataran a Iwa. El que lo mató, observó que tenía una cadena de oro muy hermosa en la que estaba impresa la figura de una mujer, y luego él y su compañero se marcharon.

Mientras el joven gritaba vanamente auxilio para el preso, escuchó claramente, que el que había matado al polaco, recibía el nombre de “risas”. Muchos años después, el joven hombre ahora, estaba atendiendo un bar, cuando escuchó que un coronel retirado, narraba lo que le había pasado al pobre de risas: estaba delirando por culpa de unas heridas de batalla, sin embargo logró llegar a una posada polaca; allí, la mujer que lo atendió, le causó cierta sorpresa una cadena que llevaba risas al cuello: una cadena con figura impresa de una mujer. Al verla, la mujer se puso como loca, gritando el nombre de Iwa. Entonces, mató a risas con una navaja. El hombre, no pudiendo contenerse, se dirigió al coronel retirado y le contó la verdad, mientras pensaba para sí “definitivamente, el que a hierro mata a hierro muere”.

CAPÍTULO III

La rosa de Emilia Pardo Bazán

Cuenta que una vez, un viejo cruzado, antes joven, había llegado a la cueva de un ermitaño, llevando dos cofres consigo. El cruzado le narró su dilema al ermitaño pidiendo consejo; uno muy simple: debía ir a la guerra, pero la mujer que él amaba lo retenía. En un cofre que había llevado, había joyas y oro: botín de guerra. En el segundo había una rosa. El cruzado le explicó al ermitaño que aquella rosa era muy especial para él ya que su amada misma, la había cultivado, regado y perfumado y se la había dado a él. El cruzado pidió el favor al ermitaño que cuidara los dos cofres, que si era indispensable, se perdieran las joyas, pero no toleraría que la rosa se perdiera. El ermitaño aceptó. Pasaron muchos años, y el cruzado se había vuelto viejo cuando regresó a la cueva del ermitaño. El ermitaño le mostró el roble donde había escondido los dos cofres. El cruzado, se abalanzó sobre el roble y desenterró una caja, al abrirla se encontró con las joyas. Pero no debía ser lo que buscaba ya que lo arrojó lejos. Desesperado siguió cavando hasta que tocó el otro cofre. En un ataque de desesperación, locura y emoción, abrió el cofre, y lo que sacó fue…ceniza. El aroma se había

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