Aldo Huxley - Un Mundo Feliz
Enviado por selena300 • 6 de Abril de 2014 • 1.324 Palabras (6 Páginas) • 458 Visitas
Aldous Huxley - Un mundo feliz
CAPÍTULO I
Un edificio gris, achaparrado, de sólo treinta y cuatro plantas. Encima de la entrada
principal las palabras: Centro de Incubación y Condicionamiento de la Central de
Londres, y, en un escudo, la divisa del Estado Mundial: Comunidad, Identidad,
Estabilidad.
La enorme sala de la planta baja se hallaba orientada hacia el Norte. Fría a pesar del
verano que reinaba en el exterior y del calor tropical de la sala, una luz cruda y pálida
brillaba a través de las ventanas buscando ávidamente alguna figura yacente
amortajada, alguna pálida forma de académica carne de gallina, sin encontrar más que
el cristal, el níquel y la brillante porcelana de un laboratorio. La invernada respondía a
la invernada. Las batas de los trabajadores eran blancas, y éstos llevaban las manos
embutidas en guantes de goma de un color pálido, como de cadáver. La luz era helada,
muerta, fantasmal. Sólo de los amarillos tambores de los microscopios lograba arrancar
cierta calidad de vida, deslizándose a lo largo de los tubos y formando una dilatada
procesión de trazos luminosos que seguían la larga perspectiva de las mesas de trabajo.
—Y ésta —dijo el director, abriendo la puerta— es la Sala de Fecundación.
Inclinados sobre sus instrumentos, trescientos Fecundadores se hallaban
entregados a su trabajo, cuando el director de Incubación y Condicionamiento entró en
la sala, sumidos en un absoluto silencio, sólo interrumpido por el distraído canturreo o
silboteo solitario de quien se halla concentrado y abstraído en su labor. Un grupo de
estudiantes recién ingresados, muy jóvenes, rubicundos e imberbes, seguía con
excitación, casi abyectamente, al director, pisándole los talones. Cada uno de ellos
llevaba un bloc de notas en el cual, cada vez que el gran hombre hablaba, garrapateaba
desesperadamente. Directamente de labios de la ciencia personificada. Era un raro
privilegio. El D.I.C. de la central de Londres tenía siempre un gran interés en acompañar
personalmente a los nuevos alumnos a visitar los diversos departamentos.
—Sólo para darles una idea general —les explicaba.
Porque, desde luego, alguna especie de idea general debían tener si habían de llevar
a cabo su tarea inteligentemente; pero no demasiado grande si habían de ser buenos y
felices miembros de la sociedad, a ser posible. Porque los detalles, como todos sabemos,
conducen a la virtud y la felicidad, en tanto que las generalidades son intelectualmente
males necesarios. No son los filósofos sino los que se dedican a la marquetería y los
coleccionistas de sellos los que constituyen la columna vertebral de la sociedad.
—Mañana —añadió, sonriéndoles con campechanía un tanto amenazadora—
empezarán ustedes a trabajar en serio. Y entonces no tendrán tiempo para generalidades.
Mientras tanto...
Mientras tanto, era un privilegio. Directamente de los labios de la ciencia
personificada al bloc de notas. Los muchachos garrapateaban como locos.
Alto y más bien delgado, muy erguido, el director se adentro por la sala. Tenía el
mentón largo y saliente, y dientes más bien prominentes, apenas cubiertos, cuando no
hablaba, por sus labios regordetes, de curvas floreadas. ¿Viejo? ¿Joven? ¿Treinta?
¿Cincuenta? ¿Cincuenta y cinco? Hubiese sido difícil decirlo. En todo caso la cuestión
no llegaba siquiera a plantearse; en aquel año de estabilidad, el 632 después de Ford,
a nadie se le hubiese ocurrido preguntarlo.
—Empezaré por el principio —dijo el director.
Y los más celosos estudiantes anotaron la intención de director en sus blocs de
notas: Empieza por el principio.
—Esto —siguió el director, con un movimiento de la mano— son las incubadoras. —Y
abriendo una puerta aislante les enseñó hileras y más hileras de tubos de ensayo
numerados—. La provisión semanal de óvulos —explicó—. Conservados a la
temperatura de la sangre; en tanto que los gametos masculinos —y al decir esto abrió
otra puerta— deben ser conservados a treinta y cinco grados de temperatura en lugar
de treinta y siete.
La temperatura de la sangre esteriliza.
Los moruecos envueltos en termógeno no engendran corderillos.
Sin dejar de apoyarse en las incubadoras, el director ofreció a los nuevos alumnos,
mientras los lápices corrían ilegiblemente por las páginas, una breve descripción del
moderno proceso de fecundación. Primero habló, naturalmente, de sus prolegómenos
quirúrgicos, la operación voluntariamente sufrida para el bien de la Sociedad, aparte el
hecho de que entraña una prima equivalente al salario de seis meses; prosiguió con
unas notas sobre la técnica de conservación de los ovarios extirpados de forma
...