El Oceano Del Cielo
Enviado por Ahap Mor • 27 de Enero de 2023 • Documentos de Investigación • 4.584 Palabras (19 Páginas) • 117 Visitas
EL OCÉANO DEL
CIELO
-A Philip K. Dick y a Rod Serling
I
Yo... no sé quién soy. Tampoco sé en donde estoy ni como llegué hasta aquí. Un nimbo obscuro eclipsa mi mente. Nada hay en mis reminiscencias. Un misterioso personaje con el epíteto de “El Mnemonista” me ayudará a resolver el enigma de mi criptomnesia. Eso es lo único que sé. Sin embargo, para hacer más onerosa mi tarea, ignoro la manera de encontrar a esta figura, sea quien sea.
Algo aberrante está corrompiendo a la frágil copa de cristal de mi mente. No sé qué cosa sea pero es algo de naturaleza monstruosa. Me es difícil expresar mis sensaciones. La afasia que abacora mi lengua me lo impide. Ni siquiera hay catacresis que me ayude a definir mis embarulladas emociones. Sin embargo, intentaré hacerlo. Todo me parece raro. Como si perteneciera a los imperios de la inexistencia. Como si la república de la realidad fuera reflejada a través del cristal anarquista de un espejo empañado. Como si ni tú ni yo fuéramos reales ni existiéramos. Esa es una disquisición demente, ¿no es así?
Mientras cavilo estas cosas, me percato de otra anomalía. El aire que respiro presenta un olor
repugnante. No es una peste cualquiera sino un hedor increíblemente anormal, como el pútrido aroma de una miasma que corrompe mi cuerpo y mis sentidos. Nadie más parece darse cuenta de esta insondable fetidez. Solo yo la percibo y, tras moverme de un lugar a otro, parece seguirme a donde quiera que yo vaya. ¿Qué significa esto? ¿Solo yo puedo olerla o acaso soy yo el que emana ese hedor tan agudo y penetrante?
Miro a mí alrededor. Estoy en un callejón. Atrás de mí hay una pared. Enfrente veo a gente que va y viene. Todo parece normal a excepción de un extraño y muy tenue resplandor que parece emanar en forma de vapor del interior de los objetos en mis cercanías. Tras examinarme a mí mismo por completo, me doy cuenta que también presento este inusual brillo gaseoso.
Me muevo hacia la salida del callejón, y al hacerlo, voy dejando en el aire una estela de fisiogramas que desaparece en poco tiempo, como si fueran un mapa ageométrico de mis movimientos. El efecto es impresionante. Detengo mi caminar y me pongo a reflexionar en mi atípica situación.
“¿En qué clase de estado alterado de consciencia estoy?”, me digo, “¿Por qué tengo esta clase de alucinaciones?”.
Sospecho fuertemente que me han suministrado algún tipo de narcótico desconocido y experimental, pues aunque las imágenes y aromas que llegan a mi cerebro están completamente corrompidas, conservo en gran parte mi lucidez y capacidad de pensamiento.
Tengo la sensación de estar padeciendo este abyecto estado por horas. Tal vez por días. No lo sé. ¿Qué clase de sustancia enteógena habrán inoculado en mi torrente sanguíneo? Ninguna dura tanto tiempo. ¿Soy una especie de experimento cruel? ¿Una rata de laboratorio en un laberinto? ¿Soy solo un triste psiconauta que se perdió en un viaje alucinógeno?
No tengo respuestas para ello. Debo apresurarme a hallar a “El Mnemonista”. Solo él contestará mis preguntas y nadie más. No debo perder mi tiempo. No sé cuánto más pueda resistir. Mi mente se puede astillar en cualquier momento.
Reanudo mi andar y salgo rápidamente del callejón en donde estaba pero mis piernas responden
de manera extraña. Como si flotaran. Entonces, otro inquietante suceso acaece. En un instante me hallaba situado en el fondo del callejón y al siguiente estaba en la esquina contraria del mismo. No recuerdo el recorrido intermedio. ¿Cuál es la razón de ello? ¿Acaso he comenzado a perder más recuerdos? ¿Qué fue lo que hice o me hicieron durante ese lapso de tiempo?
Muchas preguntas y ninguna respuesta. Decidido a dar con ellas, busco la manera de orientarme nuevamente y comenzar la búsqueda de “El Mnemonista”, así que miro la esquina del callejón, donde hay un letrerito que muy claramente dice:
“ESTA CIUDAD SE LLAMA ÁVALON”.
“¿Ávalon?”, me pregunto yo con gran desconcierto, “¡No existe ninguna ciudad llamada Ávalon! ¿En dónde diablos estoy?”.
Súbitamente, todo da vueltas. El vértigo me invade. Cierro mis ojos. Doblo las rodillas un poco.
Me llevo los dedos índice y cordial de ambas manos a las sienes de mi cabeza.
La gente pasa a mi lado con indiferencia. En su ajetreado paso, algunos de ellos me rozan, otros me empujan y algunos más me golpean. Caigo al suelo. Me sostengo sobre mis dos rodillas y una mano. A nadie le importa mi estado. Mi cara mira la dura acera de concreto.
Repentinamente, tal como llegó, el vértigo me abandona y yo me levanto con calma del suelo.
¿Qué me está sucediendo?
Dirijo mi vista nuevamente hacia la esquina del callejón, en busca del letrerito que decía: “Esta Ciudad Se Llama Ávalon”. Para mi gran sorpresa el anuncio ya no está.
Parpadeó dos o tres veces. Me froto los ojos y me acerco a la esquina donde anteriormente lo vi, pero el cartel ha desaparecido. Lo busco en el piso. Tal vez por alguna extraña razón se haya caído de su anterior sitio durante mi ataque de náuseas. Sin embargo, tras examinar minuciosamente el piso jamás aparece el objeto buscado.
¿Lo imaginé? ¿Lo aluciné? ¿Qué diferencia hay entre imaginación y alucinación? ¿Puede ser posible que el letrerito jamás existiera?
La angustia oprime mi pecho. La amargura anida en mi garganta y la paladeó lentamente a tragos pequeños como un vino tinto. Nada de esto tiene sentido. Me siento afligido. Lleno de incertidumbre y confusión. Deseo saber que está pasando pero presiento que eso jamás sucederá.
Me siento impelido a mirar hacia arriba, sin saber bien la causa por la cual lo hago, así que solo alzo la vista al cielo. Lo que veo me deja sin aliento.
Veo un cielo tan vasto, sin nubes y grande que más bien parece un océano majestuoso e inmenso agitándose de manera perturbadora y suave. Su calmada danza me hipnotiza sin remedio y me pierdo en su inquietante rotación y balanceo. ¡Oh, no puedo creerlo! ¡Que cielo tan hermoso e imponente! ¡Jamás en mi vida había visto algo así! Ante tan impresionante visión iconográfica no puedo evitar que unas lágrimas escapen de mis ojos.
...