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Autoestima


Enviado por   •  13 de Junio de 2014  •  1.026 Palabras (5 Páginas)  •  149 Visitas

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LA AUTOESTIMA: EJERCICIOS PRÁCTICOS

Carta al padre

“Para el niño que yo era, todo lo que me gritabas era positivamente un mandamiento del cielo: no lo olvidaba nunca, y aquello era para mí, en adelante, el criterio más importante de que disponía para juzgar al mundo, y, sobre todo, para juzgarte a ti: en esto fallabas por completo. De niño te veía principalmente durante las comidas, y la mayor parte de tu enseñanza consistía en la manera de instruirme a la hora de comer con educación. Había que comer de todo lo que se sirviera y abstenerse de hablar de calidad de los manjares: pero con frecuencia sucedía, que encontrabas la comida incomible, y decías que los alimentos eran bazofia, que habían sido estropeados por aquella idiota (la cocinera). Como tenías un enorme apetito y una peculiar propensión a comerlo todo muy caliente, con rapidez y a grandes bocados, el niño tenía que darse prisa. Reinaba durante la comida un silencio lúgubre, interrumpido por tus advertencias: “primero come, ya hablarás después”, o bien: “más deprisa, más deprisa, más deprisa”: o bien: “ya hemos terminado hace mucho”. Uno no tenía derecho a absorber el vinagre, tú sí. Era esencial cortar limpiamente el pan; pero tú lo cortabas con un cuchillo manchado de salsa, y no tenía importancia. Ni una sola migaja debía caer al suelo; pero era precisamente debajo de tu sitio donde más había. Durante la comida, uno no debía preocuparse más que de comer; pero tú te limpiabas las uñas, te las cortabas, sacabas punta a los lápices, te limpiabas los oídos con un palillo. Por favor, padre, entiéndeme bien; todas estas cosas eran detalles sin importancia, que sólo se me hacían agobiantes en la medida en que tú, que tan prodigiosa autoridad tenías ante mis ojos, no respetabas las leyes que me imponías.

“De aquí resultó que el mundo se dividió en tres partes: una, aquella que yo vivía como esclavo, sometido a leyes que habían sido inventadas sólo para mí, y que, por añadidura, nunca podía cumplir satisfactoriamente, sin saber por qué; otra, que me era infinitamente lejana, en la cual vivías tú, ocupado en gobernar, en dar órdenes y en irritarte porque no se cumplían; por último, la tercera, en la que las demás vivían dichosos, exentos de órdenes y de obediencia”.

“Cuando emprendía algo que te desagradaba y tú me amenazabas con un fracaso, mi respeto a tu opinión era tan grande que el fracaso era inevitable, aún cuando no debía producirse hasta más tarde. Perdí toda confianza en mis propios actos; me torné vacilante, indeciso. A medida que me iba haciendo mayor iba aumentando el material que podías oponerme como prueba de mi escasa valía. Poco a poco, los hechos te dieron razón en ciertos aspectos”.

“No recuerdo que jamás me hayas injuriado de manera directa ni con palabras realmente gruesas……”.

“Tenías una confianza especial en la educación por la ironía, que, por los demás, armonizaba mejor con tu superioridad frente a mí. En tu boca, una reprimenda cobraba generalmente esta forma: ¿no puedes hacer eso de tal o cual forma? ¿es pedirte demasiado, supongo? ¡ claro, no tienes tiempo para ello!, y así sucesivamente. Cada una de estas frases iba acompañada por una risa y una cara avinagrada. Uno se sentía ya, en cierto modo, castigado antes de saber que había hecho algo malo.”

“También es verdad que puede decirse que nunca llegaste a pegarme de veras. Pero tus gritos, tu rostro congestionado, tu apresurada manera de quitarte la corre y disponerla sobre el respaldo de una silla. Todo esto era casi peor que los golpes. Era como cuando un hombre está a punto de ser colgado. Si se le cuelga de veras, muere y todo ha concluido.

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