¿Por Qué Las Mujeres Matan?
Enviado por taniiagrr • 20 de Marzo de 2014 • 1.785 Palabras (8 Páginas) • 418 Visitas
¿Por qué matan las mujeres?
Hay pocas asesinas seriales en la historia.
Desde tiempos inmemoriales el asesinato de mujeres ha sido una práctica habitual del patriarcado: es historia vieja; sin embargo, a partir del siglo XXI se ha intensificado y recrudecido al extremo que estamos ingresando a la “era del crimen sexual”, con violación, tortura y asesinato. Durante siglos las prostitutas fueron el blanco preferido del asesinato sexual; en la nueva era el blanco se amplía en abanico abarcando a todo el género, sobre todo a las clases sociales más desprotegidas, como demuestran los feminicidios de Ciudad Juárez.
El objetivo es uno: aterrorizar a las mujeres y delimitar muy claramente quién ostenta el poder.
Objetivo
Dar a conocer porqué matan las mujeres. Ya que, estadísticamente existen pocas asesinas seriales, en comparación con asesinos seriales hombres. Mediante la investigación se podría decir que Librarse del maltrato una de las causas más frecuentes por la cual las mujeres matan. Se explicará de una forma breve y clara el posible inicio de esta “era”.
Según Julia Monárrez, esta nueva era arranca en 1888 con los crímenes de cinco prostitutas a manos de Jack El Destripador, cuyos asesinatos en un principio no merecieron la atención de Scotland Yard (el departamento de policía británico), pues, a decir de Jess Franco, “la desaparición de una puta en Whitechappel, un barrio de prostitución y miseria, no era más importante que la de una paloma en Marbel Arch o una rata en las cloacas de Mayfair. Sólo en semejante ambiente puede un hombre asesinar impunemente con extraña perfección”.
La alarma que despertó el poli asesinato cometido de manera casi idéntica, entre agosto y noviembre de ese año, se fue diluyendo: primero vendió bien en la prensa británica, porque sirvió para relegar asuntos peligrosos para el gobierno y la corona, pero con el tiempo todo quedó en el olvido y más de un siglo después permanece convenientemente oculta la identidad del asesino y, desde luego, el castigo quedó pendiente. Y no sólo eso sino que El destripador es hoy una figura respetada en el cine, la literatura y la misma sociedad por su “inteligencia”: es una leyenda construida a la sombra de la impunidad y la tolerancia.
Muchos años después de esos crímenes, refiere Franco, Scotland Yard publicó, casi silenciosamente, documentos desclasificados, como el diario de Jack en el cual daba pormenores de sus asesinatos para vanagloriarse y firmaba con su nombre completo: Eduardo, duque de Clarence, quien no era otro que hijo de Eduardo VII, nieto de la reina de Inglaterra.
Eduardo, alias Jack El Destripador, murió de sífilis a los 28 años, casualmente poco después de la serie de crímenes. Quizá la muerte le impidió completar la lista de 16 prostitutas que envió a la policía. O tal vez paró cuando vio que le pisaban los talones.
El duquecillo era cazador y sabía descuartizar a sus presas, lo que demostró con creces en sus víctimas; además frecuentaba los prostíbulos de Whitechappel. William Gull, médico de cabecera de palacio, confirmó la identidad de Jack, testimonio que como era de esperarse, desató la defensa a ultranza de Eduardo, no obstante que la autoinculpación en el diario y la caligrafía no dejaban dudas. Pero como se trataba de prostitutas y de un noble, comenta Franco, “se echó tierra al asunto, ya que esas desheredadas de la fortuna sólo podían terminar violentamente (…) Poco importaba si morían devoradas por la sífilis, la malaria o el cólera. No existían, no estaban censadas, no podían esperar ninguna protección. (…) Si El Destripador hizo de Whitechappel su coto de caza, fue por diversión: matar y destazar mujeres era más apasionante que perseguir animales salvajes (…) No sabemos si la reina Victoria conoció las hazañas de su nieto, o si sólo lo supo al final. Tanto da. En el fondo, puede que a ella no le importara demasiado, como no le importaron las ejecuciones masivas en India o en Pakistán”.
Las matanzas del Asesino del bisturí hace más de cien años en Inglaterra o las de los autores de los feminicidios en Juárez ahora, son expresión del poder patriarcal que necesita humillar sexualmente a la víctima, degradarla y colocarla en su valía por debajo de un objeto inanimado.
El asesinato sexual “no es fruto de una maldad inexplicable o del dominio de monstruos. Por el contrario”, señala Monárrez, “es la expresión última de la sexualidad como una forma de poder”, razón que descartaría a las mujeres de practicar el asesinato sexual.
Un caso de asesinato colectivo a manos de mujeres registrado en Hungría dibuja con nitidez los móviles que pueden llevar a una mujer a segar vidas. Durante la Primera Guerra Mundial, Nagyrev fue convertido en campamento de prisioneros de guerra; algunas mujeres solas tomaron a los extranjeros como amantes, otras como confidentes, pero sobre todo experimentaron libertad. Cuando sus maridos, padres, hermanos u otros parientes volvieron del frente con el machismo exacerbado por el combate, recrudecieron los malos tratos habituales hacia ellas, por lo que más de 50 esposas utilizaron arsénico: hubo más de 300 muertos. Se dice que Julia Fazekas –detenida en 10 ocasiones entre 1911 y 1921 acusada de realizar abortos– les proporcionó el veneno que elaboró con una receta casera, mientras su primo era el encargado de levantar las actas de defunción…
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