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Psicologia Social


Enviado por   •  16 de Octubre de 2012  •  2.226 Palabras (9 Páginas)  •  375 Visitas

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¿Quiénes son los niños denominados discapacitados?

El estudio de mapeo electro-cortical computarizado de Darío lo considera anormal, “... con dominancias lentas durante el estudio, actividad focal de puntas y ondas octrotemporales derechas, y salvas generalizadas condominancias alternantes. El estudio fonaudiológico afirma: perdió temporalmente la masticación, se observaban dificultas al tragar, el marcado brucsismo hizo que se le colocara una placa dental. Hay ausencia de palabra, sílabas o sonidos con sentido”. Darío con sus 6 años deambula sin otro interés más que golpearse. Camina golpeando las cosas (paredes, ventanas, estufas, muebles, vidrios...) y su cuerpo, en especial el rostro: no se lo puede detener. No registra al otro, no habla, permanece inalterable, escéptico. Vive en un cuerpo sin dolor, indescifrable. La presencia de lo anónimo insiste, se hace patente, se impone en la desmesura que desborda el lenguaje capaz de aprehenderlo.

Al verlo por primera vez, me conmueve: me duele su falta de dolor y la indiferencia.

A los 6 años María no puede sostenerse de pie. Su diagnóstico neurológico lo confirma, posee una ataxia cerebelosa con hipoplasia de vermis. No camina ni habla, los temblores le repercuten en todo el cuerpo, tornándolo inestable. Al moverse se cae, babea, tiembla, gesticula en la tristeza. Su mirada vivaz alumbra y alienta el contacto con ella. Mirándonos en silencio, en la demora, registro la vibración de mi cuerpo.

¿Sería posible conectarse con ella sin vibrar frente al desamparo?

Cristina desde los 2 años fue estigmatizada con el diagnostico de trastorno general del desarrollo (TGD). Ella no se mueve, está parada en el cuerpo, endurecida sin gestualidad, se balancea inclinando el peso del cuerpo en una y otra pierna. Da la imagen de una estatua pétrea, inexpugnable e inconmovible. Frente a ella me inmovilizo, registro el profundo exceso de la letanía que dura sin pausa. Desde esa opacidad consistente busco una fisura, una variable, una intuición para encontrar lo diferente.

Martín a los 10 años no se comunica, el diagnostico orgánico indica esclerosis tuberosa progresiva, gira objetos y realiza movimientos estereotipados. Cuando lo veo por primera vez está tirado en el piso, la mirada se dirige al suelo. Totalmente hipotónico, aplastado, se queda profundamente dormido. El rostro en el suelo, el cuerpo desvencijado, aplanado en el piso, tal vez su único sostén. Procuro moverlo, hablarle, hacerle algo, pero no hay respuesta. Por unos instantes, quedo perplejo, desolado, comparto con él la caída, la agonía de un dormir sin sueño.

¿Será eso lo imposible de representar? Y entonces... la angustia. ¿Qué hacer, cómo actuar?

A sus 6 años, Ariel es catalogado por su discapacidad como perteneciendo al grupo del denominado “espectro autista”. Se presenta estereotipando todo el tiempo, con una soga, con sus manos y aleteando. El rostro asustado y triste delimita el exceso de sufrimiento que se enuncia porque habla escuetamente, tenuemente en tercera persona. No sonríe, continuamente (con la cabeza agachada) mueve la soga, la agita, tengo la sensación de que habla con ella. Decido comenzar a dialogar con la soga. ¿Será éste un modo de armar una relación con él y la tristeza?

Alberto es un niño que tiene 4 años, que llega a la consulta con un diagnostico de “síndrome de Asperberg” ya que cumplía con los items A, B, C, y F de DSMB IV. Muy temeroso, está atento a todo lo que pasa, tenso en la postura corporal, está muy angustiado, repite palabras y frases que parecen no tener sentido ni hilación una con otra. No entra en el juego, se queda mirando objetos o se aisla en ellos. Alberto reproduce cuentos de memoria, los narra con todos los detalles, sin emocionarse ni conmoverse. Siento que no puede entrar en el cuento, lo bordea sin salida, pero ¿cómo entrar y salir del cuento para que un acontecimiento se inscriba?

Necesito encontrar la respuesta en la misma escena del cuento que no cuenta, salvo el hastío de lo mismo siempre. ¿Podré entrar en la irrepresentable escena para contar otro cuento?

Carla, es una niña de 11 años, se autoagrede, golpea puertas, tira del pelo, pellizca, no habla. A veces grita, no se comunica con sus compañeros, no esgrime ninguna demanda. El sonido inmóvil del dolor se presentifica drásticamente en sus gritos anónimos. ¿Cómo abrir un eco distinto si Carla no demanda? ¿Podré encontrarme con ella respondiendo a su grito?

¿Cómo encontrar a Pablo en las caóticas estereotipias?

Daremos un breve ejemplo clínico del comienzo de un diagnóstico: Pablo es un niño de 7 años cuyo diagnóstico neurológico es de Síndrome Mioclónico Severo de la Infancia. Este cuadro provocó en él gran cantidad de episodios convulsivos que se desarrollaban día a día, los cuales han sido controlados recién en los últimos meses.

Pablo no habla, tampoco mastica y realiza estereotipias, se golpea, gira, mira poco sin detenerse mucho tiempo en los otros, muerde, deambula, se babea, toma objetos y los arroja sin sentido o los saca de un lugar y los coloca en otro. ¿Cómo establecer un lazo con él? ¿Cómo otorgarle un sentido a esos movimientos estereotipados?

En el comienzo, Pablo entraba al consultorio y tomaba objetos de una canasta o de los estantes y los tiraba para todos lados, yo intentaba tomar alguno, hablarle, saludarlo, comunicarme con él. Así noté que a algunos objetos (juguetes) él se detenía a mirarlos más, los tocaba, los babeaba o los arrojaba con más fuerza. A ese desborde caótico de objetos, movimientos, estereotipias que inundaban todo el consultorio, comencé a procurar colocarle un borde escénico. Así fue como me detuve en esos juguetes que más tiraba y más babeaba (un auto, una nena, un nene y un pajarito) y empecé a colocarles vida, a crear un enigma, o sea, a transformarlos en títeres o personajes, que comenzaban a tener un sentido para ambos y nos permitían establecer una primera relación entre nosotros.

Entonces Pablo llegaba, tocaba y tiraba objetos, pero al tomar a la nena, o al pajarito o al auto, yo comenzaba a hablar como si fuera uno de ellos, cambiaba el tono de la voz y hablaba como un auto o una nena que, por ejemplo decían: “¡Hola Pablo! No me tires al suelo... me duele, no quiero... ay, ay, llevame con Esteban”.

Ante estas palabras del personaje, a veces Pablo se detenía y me miraba entregándome el juguete, al que por supuesto yo saludaba y hablaba. Al hacerlo, incluía a Pablo en el diálogo imaginario y ficcional que construíamos.

Otra veces, Pablo no me miraba y, como si no escuchara a los personajes (títeres, juguetes), los tiraba sin ningún sentido... En ese momento, yo como

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