Caritas In Veritate

La caridad es "la vía maestra de la doctrina social de la Iglesia"[1], menciona el Papa, y ésta siempre debe ir unida, para que no peligre la ética vivida, con la verdad porque "un cristianismo de caridad sin verdad se puede confundir fácilmente con una reserva de buenos sentimientos, provechosos para la convivencia social, pero marginales"[2], en consecuencia, una caridad de la verdad nos brindaría “una sociedad libre y justa, sobre la base del Evangelio”[3].

Uno de los pilares para lograr ese desarrollo es el humano, cuyo actuar para que sea óptimo debe estar orientado al bien común como fin último, debido a que "El objetivo exclusivo del beneficio, cuando es obtenido mal…corre el riesgo de destruir riqueza y crear pobreza"[4]. Todos los problemas derivados de ese mal actuar que obvia al bien común, en conjunto, podrían tener solución con "una nueva síntesis humanista"[5], que es necesaria porque el desarrollo recae en muchos ámbitos, lo que puede generar grandes beneficios o riquezas pero que van de la mano con inaceptables desigualdades, ya conocidas o nuevas, perjudicando la vida que debe siempre respetarse y "en modo alguno puede separarse de las cuestiones relacionadas con el desarrollo de los pueblos[6]".

Otro pilar para el desarrollo es la economía,

cuya importancia en la actualidad es indudable y de su tratamiento depende que se produzcan grandes desigualdades o no, por esto no puede dejar de estar vinculada a la acción política porque ésta es responsable, de cierta manera, del bien común, entonces, “separar la gestión económica, a la que correspondería únicamente producir riqueza, de la acción política, que tendría el papel de conseguir la justicia mediante la redistribución, es causa de graves desequilibrios"[7], pero el Papa no repudia la economía, al contrario, para lograr el progreso debe existir el mercado sólo que se requieren "formas de economía solidaria[8]”. Solidaridad, que no sólo queda ahí, sino que debe abarcar todos los aspectos, es decir, tiene que ser la base de la globalización.

La familia, que es otra de las que he denominado pilares, debe ser fuente de políticas que promuevan su unión porque "el desarrollo de los pueblos depende sobre todo del reconocimiento de ser una sola familia"[9], éste es un deber indiscutible del estado debido a "la objetividad y la indisponibilidad”[10] de los derechos en la actualidad que ha vulnerado a nuestra sociedad. Por eso, el principio de subsidiaridad, que consiste en “el antídoto más eficaz contra cualquier forma de asistencialismo paternalista”[11], es esencial para amparar

al ser humano "a través de la autonomía de los cuerpos intermedios"[12] y, también para que la globalización se humanice de manera correcta.

Finalmente, nuestro

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