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Las cruces sobre el agua


Enviado por   •  15 de Julio de 2013  •  Ensayo  •  1.803 Palabras (8 Páginas)  •  343 Visitas

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asd“LAS CRUCES SOBRE EL AGUA”

Alfredo Baldeón vivía en una vieja covacha llamada “La Artillera” en la ciudad de Guayaquil con su madre Trinidá y su padre un panadero llamado Juan, él era muy apegado a las faldas de su madre. Su padre era el más bravo de toda la covacha nadie se atrevía a meterse con él, por lo cual Alfredo empezaba a sentirse orgulloso y de grande esperaba ser como su taita.

Sus padres peleaban mucho, Trinidá vivía rabiosa. Se quejaba del mercado caro, de la blancas angurrientas a las que lavaba la ropa, de las vecinas y del marido que el daba una miseria del jornal y que correteaba detrás de otras.

Todos los días Alfredo jugaba con su grupito de amigos, sus vecinos en La Artillería; Segundo hijo de doña Manuela era como una especie de jefe de los más chicos, una noche hicieron una travesura por la cual se lo iban a llevar detenido a Alfredo, pero una joven mujer blanca intercedió por él para que no se lo llevasen desde ese momento él quedó muy agradecido, nunca había conocido persona igual; era como si su madre fuera blanca.

A Trinidá no le gustaba vivir en la sucia y vieja covacha, bueno en realidad no se acostumbraba a vivir en Guayaquil, siempre que pelea con Juan, amenazaba con que regresaría donde su mamá, a Daule porque ahí tenía una vida mejor y no llena de miseria como la que tenía con él, pero a la vez ella decía que si no se iba era únicamente por su hijo, por Alfredito, el cual en una ocasión defendió a su mamá para que su taita no le pegara.

Todas las mañanas Alfredo al disimulo intentaba ver a la blanca porque desde aquel día solo pensaba en ella, a toda hora del día ella estaba en su pensamiento, un día al regresar a la casa después de verla; encontró a su padre envuelto en la penumbra de la habitación, sentado en el catre, le tendió la mano y le dijo que su madre se había ido a Daule y que no podía llevárselo. Alfredo salió corriendo, llorando y gritando ¡Mamacita! ¡Mamacita mía!

Después de una semana entera de no salir a jugar, de solo llorar y llorar, prometió nunca más hacerlo y que en cuánto pudiera se iría a buscar a su madre.

Alfredo había escuchado que Segundo estaba enfermo y quería verlo así que se metió a su casa a escondidas, encontró a Segundo tirado en una cama, ardiendo en fiebre y con una pestilencia muy grande; tenía peste bubónica. No querían llevarlo al hospital porque decían que ahí mataban a los pestosos; pero al enterarse de que en la covacha había un enfermo los del hospital se lo llevaron Al Lazareto. En ese tiempo los extranjeros llamaban a Guayaquil el hueco pestífero del Pacífico.

Juan también se había contagiado de la bubónica y Alfredo no sabía qué hacer si llevarlo Al Lazareto, porque se lo había recomendado el tendero, el cual le había dicho que no sea tonto que lo llevase, que ahí si quiera hacen algo para evitar que se muera o si dejarlo morir en la casa sin hacer nada. Juan fue llevado y al contario de Segundo quien había muerto, se sano y retornó a su casa.

Pasaron varios años, Juan ya tenía nueva mujer, Magdalena, con la que tuvo dos hijos más; Alfredo había crecido y ahora tenía quince años y la nueva familia se mudó a la plazuela Chile abandonando la vieja covacha.

Alfredo a menudo iba con sus amigos al Muelle del Gas, a nadar y a bañarse, allí había acoderados dos barcos, uno de ellos de guerra, de casco gris, “El Cotopaxi”, el cual iba a zarpar en ese momento. Cuando retornaban a su casa Onésimo le propuso a Alfredo irse pelear con él y con su patrón a Esmeraldas, claro formarían parte de los rebeldes.

Después de varios días de pensarlo decidió darse de baja del colegio porque no le gustaba, e irse a la guerra con Onésimo, pero él no le diría nada a su padre se iría a escondidas de Juan.

Llegó el día de embarcarse, Alfredo salió en la madrugada de su casa, aprovechando que todos dormían sin hacer ruido alguno, para que nadie se diera cuenta de su salida, al llegar a la casa del patrón de Onésimo ayudo a subir el equipaje y partieron hacia el muelle donde se embarcaron.

Al darse cuenta Juan de que su hijo no estaba quiso ir a investigar donde encontraba, preguntando a los amigos de Alfredo, pero no fue necesario porque Magdalena encontró una nota en su cama que decía que se iba a la guerra a pelar del lado de los negros por su propia decisión. El padre decidió dejarlo porque decía que así es como uno se hace hombre.

Alfredo se había hundido hasta el fondo en la guerra: en meses había crecido varios dedos, se curtió, se le anchó el pecho, en los ojos le brilló fuego que ya no se apagaría. De la balandra desembarcaron en un estero de la costa norte de Manabí y llegaron a la hacienda del coronel, cuartel general de la revuelta. Se volvió pronto un soldado, o mejor un guerrillero más, era un experto en utilizar el fusil, por lo que en el bando era el único que lo manejaba.

La tropa gobiernista entró en la arena de la playa, no se imaginaban que en lo alto del

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