Cruces Sobre El Agua
Enviado por anazea • 18 de Agosto de 2013 • 1.758 Palabras (8 Páginas) • 336 Visitas
La matanza, el primer baño de sangre del proletariado ecuatoriano, fue durante el GOBIERNO LIBERAL DE JOSÉ LUIS TAMAYO. Y fue el Ejército Nacional, con sus batallones Constitución, Zapadores del Chimborazo, Montúfar, Marañón, Artillería Sucre No. 2 y Cazadores de los Ríos, el que dispararía sus fusiles brutales el 15 de Noviembre de 1922.
Y que después de este acontecimiento se traslada a las páginas de la novela a personajes históricos, es decir, a figuras de carne y hueso que se han destacado en la vida política del país. Por ello la pluma roja de Joaquín Gallegos Lara escribió un documento testimonial. LAS CRUCES SOBRE EL AGUA, dedicada "A LA SOCIEDAD DE PANADEROS DE GUAYAQUIL, CUYOS HOMBRES VERTIERON SU SANGRE POR UN NUEVO ECUADOR
lao, a la
pulpería
del gringo Reinberg, desde la cual una linterna proyectaba su fajo claro calle afuera.Hileras de tarros del salmón y de frutas al jugo, de latas de sardinas, de botellas de soda y cerveza, repletaban las perchas. De ganchos en el tumbado, colgabanracimos de bananos y de
barraganetes
de asar. Olía a calor y a manteca rancia. Alfredo pasó por entre altos sacos de arroz, fréjoles y lentejas y alzando la cabeza, pidióla Pílsener. El gringo probó el sonido del sucre en el mostrador y con su habla regurgitante, comentó. —¡Toda noche, tu padre: cerveza, cerveza! ¡Así son los obreros! ¡En mi tierra igual, trabajador no sabe vivir sino emborracha!Alfredo no temía sus bigotazos ni su calva: —Mi padre no es borracho, es que está enfermo. —¿Se sana con cerveza? ¿Está bubónico? ¡Mucha bubónica es!Cogido de sorpresa, Alfredo calló. Si confesaba, capaz era el gringo de denunciar al enfermo. Y para él, como para todos, el lazareto era peor que la peste. —Si el panadero está bubónico— agregó el gringo—, di a tu mamá ella no sea bruta como gente de aquí. Con remedios caseros muere el hombre. Mándenlo pronto acurar al hospital bubónico... —¿Al lazareto? ¿Para que lo maten? —¡Ve tú, Baldeón: aunque chico, no estar bruto! Piensa con la cabeza, no con el trasero. En casa, el hombre muere, ya está muerto. En el hospital bubónico también, por los médicos pollinos. Pero hay medicinas, inyección, fiebrómetro... Siempre hacen algo: muere, pero no tan seguro... —Se lo diré a mi mamá —contestó Alfredo, conmovido por la preocupación que le demostraban.Salió con la cerveza, confuso por todo lo que acababa de oír. Que aunque chico no fuera bruto... Lo contrario de lo que él opinaba, que la gente mayor es estúpida.Se asustaba de la resolución que dependía de él. Si Juan se moría, siempre se sentiría culpable: por no haberlo mandado o por haberlo mandado al lazareto. ¿Quéharía? ¡Maldita sea! ¿Cómo lo agarraría la bubónica al viejo? ¡Si estaba vacunado, lo mismo que él y todos! ¡Querría decir que la vacuna no servía para nada! Mejor: ledaría peste a él también y no quedaría solo en el mundo.Juan bebió la cerveza. Tenía los ojos sanguinolentos. Alfredo lo ayudó a acostarse. Apenas posó la cabeza en la almohada, se hundió a plomo. Para tenerlo visible, nocerró el
toldo
ni apagó el candil. Se echó en la hamaca, tapándose con una cobija. El seboso fulgor era vencido por las sombras que flameaban, tendiéndose a envolverlo. Nunca necesitó decidir algo así. Imposible dormir. Al cerrar los ojos, se sentía hundir, como cayendo. El silencio de Juan lo espantaba. ¿Se habría muerto?La peste mataba pronto. Dos días alcanzó Manuela a acudir a la puerta del lazareto, a preguntar por Segundo, suplicando que la dejaran verlo. Al tercero le anunciaronque había fallecido. Tampoco le permitieron ni mirar el cadáver. La zamba se calentó e insultó a las monjas enfermeras: les dijo que eran groseras, perras y sin entrañas,seguramente, porque no habían parido. Al saberlo, él se rió. Calló enseguida, recordando a Segundo. Siempre harían falta en la calle su risa y sus zambos rubios. Nadie ledisputaría ya ser jefe de los muchachos, pero ¿de qué valía? No era su padre el único con peste, a pesar de la vacuna. A todos vacunaron en la Artillería y habían llevado a varios. Uno fue Murillo, que trabajaba en La Florencia yera un serrano joven, empalidecido, de diente de oro y bigotillo lacio. Jugaba fútbol y creyó el bubón un pelotazo. Los sábados traía galletas de letras y números y lasrepartía a los chicos, quienes, de juego, le gritaban, confianzudos: —¡Murillo pata de grillo, que te cagas el calzoncillo!Otra fue una viejita negra, menuda y andrajosa, apodada Mamá Jijí y también la Madre de los Perros. Caminaba apoyada en un palo. Habitaba debajo de un piso:rincón de escasa altura donde en una estera, dormía, juntamente con sus perros Carajero y Lolila. Hazaña de Alfredo había sido registrar a hurtadillas su baúl misterioso:halló clavos mohosos, retazos, postales viejas, loza rota, alambres y más apaños de basura. A Mamá Jijí no la sacaron viva: extrajeron el cadáver, con los bubonesreventados y comidos de hormigas, e igualmente muertos, ambos perros, con los hocicos mojados de baba verde. No se la oiría gritar más en el patio: —¡Respétenme, so cholas, que yo soy Ana Rosa viuda de Ángulo, de la patria de Esmeraldas!Otros pestosos fueron la
catira
Teodora y su madre, Juana. Teodora era una muchacha alta, gruesa, pecosa, de nariz achatada y pelo claro. Reía
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