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Consignas Tp Semiologia


Enviado por   •  16 de Junio de 2014  •  11.246 Palabras (45 Páginas)  •  220 Visitas

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CICLO BÁSICO COMÚN

SEMIOLOGÍA (CÁTEDRA ARNOUX)

TALLERES DE LECTURA Y ESCRITURA

TEXTOS Y CONSIGNAS

2013

Sedes Ciudad Universitaria y Puán

Coordinación

María Cecilia Pereira y Mariana di Stefano

La lectura de textos académicos

I. Lea el texto que sigue:

LA LINGÜÍSTICA ESTÁTICA Y LA LINGÜÍSTICA EVOLUTIVA

Muy pocos lingüistas sospechan que la intervención del factor tiempo es capaz de crear a la lingüística dificultades particulares y que coloca su ciencia ante dos caminos absolutamente divergentes.

La mayoría de las demás ciencias ignoran esta dualidad radical; el tiempo no produce en ellas efectos particulares.

Es al lingüista a quien esa distinción se impone más imperiosamente ya que necesita distinguir el eje de las simultaneidades –que concierne a las relaciones entre los signos coexistentes, donde está excluida toda intervención del tiempo- y el eje de las sucesiones, donde están situados los signos del primer eje con sus cambios.

La lengua es un sistema de puros valores que nada determina al margen del estado momentáneo de sus términos; es decir, es un sistema en el que todas sus partes pueden y deben ser consideradas en su solidaridad sincrónica. Pero cuanto más complejo y rigurosamente organizado es un sistema de valores, más necesario se hace a causa de su complejidad, estudiarlo sucesivamente según los dos ejes. Y no hay sistema más complejo que la lengua: ninguno posee una precisión similar de los valores en juego ni un número tan grande ni tal diversidad de términos en dependencia recíproca tan estrecha. Es tal la multiplicidad de signos que no es posible estudiar simultáneamente las relaciones en el tiempo y las relaciones en el sistema.

He ahí por qué distinguimos dos lingüísticas: la lingüística sincrónica y la diacrónica. Es sincrónico todo lo que se refiere al aspecto estático de nuestra ciencia, y diacrónico todo lo que tiene que ver con las evoluciones. Asimismo sincronía y diacronía designarán respectivamente un estado de lengua y una fase de la evolución.

Lo sincrónico y lo diacrónico presentan oposiciones notables; pero así como se diferencian y conforman esferas autónomas, también presentan una interdependencia.

Para mostrar a la vez la autonomía y la interdependencia de lo sincrónico y de lo diacrónico, de todas las comparaciones que se puedan imaginar, la más demostrativa es la que se establece entre el juego de la lengua y una partida de ajedrez. En ambos juegos estamos ante un sistema de valores y asistimos a sus modificaciones. Una partida de ajedrez es como una realización artificial de lo que la lengua nos presenta bajo una forma natural.

Veámoslo de cerca.

En primer lugar, un estado de juego corresponde perfectamente a un estado de la lengua. El valor respectivo de las piezas depende de su posición sobre el tablero, lo mismo que en la lengua cada término tiene su valor por oposición con todos los demás términos.

En segundo lugar, el sistema nunca es más que momentáneo; varía de una posición a otra. Es que los valores dependen también, y sobre todo, de una convención inmutable, la regla del juego, que existe antes del inicio de la partida y perdura tras cada jugada. Esta regla, admitida de una vez y para siempre, existe también en materia de lengua: son los principios constantes de la semiología.

Por último, para pasar de un equilibrio a otro, o –según nuestra terminología– de una sincronía a otra, basta el desplazamiento de una pieza; no hay trastorno general. Aquí tenemos el paralelo del hecho diacrónico con todas sus particularidades. En efecto:

a) Cada jugada de ajedrez no pone en movimiento más que una sola pieza; de igual modo, en la lengua los cambios sólo se refieren a elementos aislados.

b) A pesar de esto, la jugada tiene una repercusión en todo el sistema; al jugador le es imposible prever exactamente los límites de ese efecto. Los cambios de valores que resulten serán, según el caso, o nulos, o muy graves, o de importancia media. Tal jugada puede revolucionar el conjunto de la partida y tener consecuencias incluso para piezas momentáneamente dejadas de lado. Acabamos de ver que con la lengua ocurre exactamente lo mismo.

c) El desplazamiento de una pieza es un hecho absolutamente distinto del equilibrio precedente y del equilibrio subsiguiente. El cambio operado no pertenece a ninguno de esos dos estados: pero los estados son lo único importante.

En una partida de ajedrez, cualquier posición dada tiene por carácter singular estar liberada de sus antecedentes; da exactamente igual que se haya llegado a ella por una vía o por otra; el que ha seguido toda la partida no tiene la menor ventaja sobre el curioso que viene a ver el estado del juego en el momento crítico; para describir esta posición, es completamente inútil recordar lo que acaba de pasar diez segundos antes. Igualmente, todo esto se aplica a la lengua y consagra la distinción radical de lo diacrónico y de lo sincrónico. Un sujeto hablante solo conoce un estado de lengua; se desentiende de la diacronía y los cambios que suceden de un estado a otro pueden no ser registrados.

Sólo hay un punto en que la comparación entre el ajedrez y la lengua no concuerda: el jugador de ajedrez tiene la intención de realizar el desplazamiento y de ejercer una acción sobre el sistema, mientras que la lengua no premedita nada; sus piezas se desplazan –o mejor, se modifican– espontánea y fortuitamente. Los cambios en la lengua son involuntarios y fuera de toda intención. Para que la partida de ajedrez se parezca por entero al juego de la lengua, habría que suponer un jugador inconsciente o ininteligente. Por otra parte, esta única diferencia hace más instructiva aún la comparación, mostrando la absoluta necesidad de distinguir en lingüística los dos órdenes de fenómenos. Porque si los hechos diacrónicos son irreductibles al sistema sincrónico que condicionan cuando la voluntad preside un cambio de ese género, con mayor motivo lo serán cuando enfrentan una fuerza ciega con la organización de un sistema de signos.

F. de Saussure (1916). Curso de lingüística general. España: Planeta Agostini, 1994, pp. 118-130 (texto adaptado).

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