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LA FASCINACIÓN POR EL SUEÑO EN LA POESÍA ESPAÑOLA


Enviado por   •  7 de Junio de 2017  •  Trabajo  •  2.327 Palabras (10 Páginas)  •  177 Visitas

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 LA FASCINACIÓN POR EL SUEÑO EN LA POESÍA ESPAÑOLA:

Poemas de bellas durmientes.

A partir de la lectura de varios poemas en los que la imagen de una bella durmiente es el centro de la escena, me propongo analizar los elementos que conforman la escena y la relación existente entre ellos. Los poemas seleccionados están escritos en castellano, pero pertenecen a una serie mayor que se da, al menos, en las lenguas de nuestro entorno.

La escena ha de tener una mujer dormida y un contemplador que vela el sueño con devoción. El principal elemento de la escena es la otredad: la conversión de la dormida en otra, así la ve el contemplador, como si fuera otro ser. Este rasgo desencadena los posteriores, por ello es preciso iniciar el análisis textual con este motivo. El verso "dormida no eres tú" de Juan Ramón Jiménez es el que abre la serie de los seleccionados. El poema contiene la marca sin más ropaje que la afirmación directa, no la besa porque dormida no es ella. Aparentemente reproduce una escena íntima de la pareja y lo primero que llama la atención es que el amante se ve incapaz de besarla  porque ella está dormida, pero la razón es que el yo lírico se mantiene fiel a la amada despierta, y dormida es otra. El amante la sitúa en una orilla contraria a la suya, él permanece en la orilla de la vigilia y ella en la del sueño.

El poema "Amorosa anticipación" de Jorge Luis Borges añade la razón por la que ella es otra, porque mientras duerme ella permanece en la orilla del sueño y para ello ha perdido su identidad, quedándose en un mera esencialidad, despojada de las circunstancias terrenales. El concepto de las dos orillas se refuerza con los poemas de Octavio Paz y Pedro Salinas.

La otredad provoca el síndrome de Tántalo, que consiste en la imposibilidad del beso. El erotismo contenido y amordazado de la escena provoca en el amante una atracción fascinante. El soneto "Insomnio" de Gerardo Diego lo refleja con una imagen poderosa: "Saber que duermes tú, cierta, segura / -cauce fiel de abandono, línea pura-, / tan cerca de mis brazos maniatados."

Con los dos elementos se configura la escena de dormidas en la lírica, ambos actúan de forma sistemática, puesto que no se dan por separado, sino que el vínculo es tan fuerte que originan otros elementos secundarios relacionados igualmente como si fueran un engranaje interno. La respiración pausada de la dormida, el viaje imaginado en el sueño, la descripción de la dormida, resplandeciente y blanquísima, configuran una estructura básica de la que participan textos de las lengua europeas cercanas al castellano. Los poemas seleccionados forman parte del paradigma de dormidas cuya difusión está tan extendida que la ausencia de uno de estos elementos no desvirtúa el sentido de la escena. El análisis de un extenso número de poemas revela el mecanismo interno reforzado con marca lingüísticas evidentes y con un andamiaje retórico que se repite a lo largo de los siglos y de las lenguas, por lo que es posible que estemos ante una «escena» de larga tradición cuya producción sigue vigente a juzgar por los poemas de las últimas décadas. La selección de poemas para este trabajo es breve, pero las referencias a otros poemas abren el paradigma de manera sustantiva.

El recuerdo del cuento tradicional de La bella durmiente del bosque revela el interés que hubo desde siempre por el sueño. La escena se ha repetido a lo largo de la historia en innumerables ocasiones. Las rescrituras del cuento son numerosas, pero no son estas el objeto de este análisis, sino la recreación del momento en que el príncipe encuentra a la joven dormida. La bella durmiente del cuento permanece durante cien años en un estado de letargo inducido por un hada malvada. Su castillo estaba rodeado de unos setos de zarzas infranqueables hasta que un príncipe se atreve a atravesarlo y la encuentra rodeada de todos sus sirvientes dormidos. El príncipe se arrodilla ante la asombrosa belleza de la criatura. En algunas versiones, el beso devuelve a la mujer a la vida despierta. Los textos de dormidas a los que nos vamos a referir no parten necesariamente del cuento tradicional, aunque recogen el momento en el que el príncipe admira la belleza de la bella durmiente.

La escena de la que parten los textos es la siguiente: una muchacha duerme mientras un hombre contempla su hermosura y esa admiración implica una serie de transformaciones en cadena. El sueño modifica a los dos protagonistas; por una parte, el contemplador transforma a la muchacha en otro ser distinto mientras permanece dormida; por la otra, la joven, cuyo cuerpo es ajeno a lo que sucede a su alrededor, tiene el poder de modificar el paisaje que la rodea. El yo lírico, que muchas veces coincide con el contemplador, eleva a la dormida a un ser superior, angelical, divino y la convierte en virgen. Al mismo tiempo, siente una atracción irresistible y cuando vislumbra que está fuera de los sueños de la muchacha, le invade una desazón que reviste de tristeza la escena. El contemplador advierte que la amada no habita la misma orilla que él, separadas ambas por un mar infinito: en una orilla se sitúa la joven y en la otra permanece amarrado él. La bella durmiente del cuento tradicional se ha convertido en  la figura central de la escena y provoca en el amante una fascinación fervorosa.

Los elementos que rodean a la muchacha, por su condición de durmiente, son estables a la largo de los siglos: además de la hermosura, su figura irradia luminosidad, su respiración pausada y constante evoca el movimiento de las olas y el cabello cobra importancia como elemento simbólico dentro de la descripción de la mujer. El amante la contempla casi con misticismo y la admira como si de una diosa o una virgen se tratara, esa misma devoción le impide despertar a la amada, lo que se ha denominado como un amoroso síndrome de Tántalo. En el horizonte se cierne entonces un misterio que invade al amante: ¿Con quién sueña? ¿Acaso con otro? Los textos que desarrollan la escena de las dormidas se remontan a la literatura grecolatina, transitan por los sucesivos movimientos y géneros literarios hasta el siglo XX, momento en que los textos se multiplican y se observa ya la estructura y los elementos fijos que, aunque no se repiten en su totalidad, definen la escena de manera estable.

Para mostrar la escena de dormidas se han seleccionado textos líricos de las primeras décadas del siglo XX, especialmente de los poetas del 27, pero no exclusivamente, ya que Juan Ramón Jiménez y Jorge Luis Borges serán referencias obligas en los elementos esenciales de la escena. La universalidad de la escena permite el análisis comparativo sincrónico, pero impone la mención a otros textos que la desarrollan y que conforman una serie cuyo corpus se ensancha continuamente.

El poema “Berceuse” de Juan Ramón Jiménez abre el paradigma de dormidas porque expresa con claridad el primer elemento, la otredad, base sobre la cual se derivan las marcas de la escena de dormidas. El sujeto poético advierte en su interior una desazón motivada por el sueño de la amada y algo le impide besarla:

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