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Pedagogia


Enviado por   •  6 de Marzo de 2012  •  10.261 Palabras (42 Páginas)  •  410 Visitas

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La Libertad de Prensa en Colombia: pasado y perspectivas actuales

En las sociedades del siglo XXI, cada vez más ricas y entregadas al consumo y a la recreación, es fácil olvidar hasta que punto el ordenamiento democrático que vivimos depende de unas premisas básicas y elementales. Son tan recientes, cuando se miran como parte de una historia del hombre que lleva varios millones de años, son tan endebles, que es fácil ignorarlas y dejarlas de lado, o considerarlas por fuera de toda discusión, como parte de la esencia del hombre, de la naturaleza humana.

Esas premisas son en esencia dos. La primera, es la de que todos los hombres son iguales y tienen los mismos derechos, en particular el derecho a decidir sobre el destino de su comunidad. A nuestros antepasados neogranadinos de hace trescientos años esto les habría parecido una locura inaudita: el gobierno provenía de Dios y lo ejercían personas escogidas por Dios, a través de la sucesión de los reyes, y ungidas por la iglesia. ¿Como pensar que el esclavo o el indio o el campesino pobre y analfabeta pudiera tener iguales derechos que los aristócratas? La segunda, es que para que los ciudadanos iguales puedan participar en forma adecuada en la política, para que puedan decidir con bases razonables sobre los temas cívicos, puedan escoger a sus gobernantes, deben poder debatir y discutir en forma libre y con base en una información disponible para todos sin restricciones irracionales. De este modo, las libertades que requiere la sociedad para poder funcionar como una democracia se central en el derecho de los individuos a expresar sus opiniones libremente, en forma oral y por escrito. La libertad de expresión y la libertad de imprenta o prensa, junto con el derecho correlativo de los ciudadanos a recibir información, son, por esta razón elemental, condiciones esenciales del orden democrático. Otros derechos esenciales, como el de participar en la vida política, organizar partidos o movimientos, suponen para su ejercicio la libertad de expresión y la libertad de prensa [1]

Esto, en apariencia tan obvio, no siempre se ha visto así. Las sociedades no democráticas partieron de la idea religiosa de que existía un bien común objetivo, y que era obligación de los gobernantes, ilustrados y hasta inspirados por Dios, actuar para promover y defender ese orden. El bien de la comunidad, en esta concepción, es superior, anterior e independiente del bien de cada individuo, y los intereses de éstos, en la medida en que entran en conflicto con ese bien común, deben someterse al interés general, definido por las autoridades, religiosas o políticas. Por el contrario las sociedades democráticas modernas suponen que los individuos y grupos tienen intereses contrapuestos legítimos, opiniones divergentes, puntos de vista contradictorios, y que por ello es la discusión y el debate abierto el que debe llevar a definir una aproximación, problemática, provisional e imperfecta, al interés general, como resultado de la expresión de las posiciones de todos. El bien de la sociedad es el resultado de la composición de fuerza entre múltiples intereses particulares, es una transacción entre posiciones encontradas y muchas veces contradictorias. Pese a esto, durante los primeros dos siglos de funcionamiento de la democracia, desde que en 1776 los norteamericanos crearon la primera democracia moderna o desde que la revolución francesa de 1789 se convirtió en el punto de partida de la expansión de la democracia en Europa, las dos visiones del orden social han coexistido, y muchos creen que la libre expresión de los intereses y puntos de vista de individuos y grupos es dañina y peligrosa, y que los ciudadanos tienen que someterse a los intereses colectivos definidos por quienes ejerzan el poder, político o espiritual. De este modo, la expresión de las convicciones individuales y la defensa de los intereses propios se ve como algo que contradice el bienestar general, y como algo peligroso, pues se mira con sospecha el que los individuos busquen su beneficio privado. Por ello, las restricciones a la libertad de expresión, en particular las legales, se hacen normalmente a nombre del bienestar de la sociedad. [2]

La tendencia a restringir legalmente la libertad de prensa, muy débil en la historia norteamericana, en la cual la regla constitucional, la primera enmienda, prohíbe al Congreso hacer leyes que autoricen cualquier forma de censura, ha sido más fuerte en Colombia, y ha reaparecido bajo formas diversas una y otra vez, aunque en general, y en especial en los últimos 50 años, no ha logrado un impacto significativo. Por ello, las limitaciones y restricciones a la libertad de expresión que aparecen en estos años provienen menos del Estado que de la sociedad, de grupos políticos o sociales o personas privadas que presionan, intimidan o violentan a los periodistas.

Aunque no existe una buena historia de la prensa en Colombia, ni del problema de la libertad de prensa, que revise las concepciones dominantes, las normas legales y los conflictos reales de la sociedad.[3], una síntesis rápida y superficial nos permitirá señalar algunos de los elementos centrales de este proceso.

La prensa en una sociedad autoritaria.

En la sociedad colonial no existe el derecho autónomo del individuo a publicar sus opiniones y todo libro y todo periódico requiere una licencia previa. Incluso establecer una imprenta requiere permiso del rey: cuando a fines del siglo XVIII las autoridades coloniales pidieron autorización para establecer una imprenta, una de las razones que alegaron para justificarla era por falta de ella no se había podido publicar un “edicto prohibiendo varios libros”[4]:¡Se necesitaba la imprenta para poderla prohibir eficientemente!

Por ello, el primer periódico regular del país El Papel Periódico de la Ciudad de Santa Fe de Bogotá, creado en 1791, tuvo patrocinio oficial y estuvo sometido a estricta censura. Sin embargo, gozó de alguna laxitud y al publicar textos de interés amplio, artículos de varios de los criollos locales que eludían cuidadosamente los temas de conflicto, empezó a crear lo que hoy llamaríamos un espacio de debate público, que fue prolongado por los otros periódicos publicados en los últimos años del régimen colonial, como el Correo Curioso y el Semanario del Nuevo Reino de Granada, que además fueron dirigidos por particulares. Para los criollos, que creían, como dijo Camilo Torres que la imprenta es “el vehículo de las luces y el conductos más seguro que las pueda difundir”,[5] la posibilidad de dar a conocer textos científicos y literarios y una limitada información sobre el Nuevo Reino y el mundo –así se publicara bajo el pretexto de censurar los excesos revolucionarios- era ya un gran avance,

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