Introduccion
Enviado por raton51 • 6 de Junio de 2012 • 2.387 Palabras (10 Páginas) • 426 Visitas
LAS NOTAS sobre mi primera sesión con don Juan están fechadas el 23 de junio de 1961, En
esa ocasión principiaron las enseñanzas. Yo había visto a don Juan varias veces antes,
únicamente en calidad de observador. En cada oportunidad le había pedido instruirme sobre el
peyote. Siempre hacia caso omiso de mi petición, pero jamás rechazaba de plano el tema y yo
interpretaba sus titubeos como una posibilidad de que, rogándole más, podría inclinarse a ha blar
de sus conocimientos.
En esta sesión inicial me dio a entender claramente que podría tener en cuenta mi petición
siempre y cuando yo poseyera claridad de mente y propósito -con respecto a lo que le había
preguntado. Me era imposible cumplir tal condición, pues yo sólo le había pedido enseñanza
sobre el peyote como medio de establecer con él un lazo de comunicación. Pensé que su
familiaridad con el tema podía predisponerlo a estar más abierto y más dispuesto a hablar,
permitiéndome así el ingreso en su conocimiento de las propiedades de las plantas. Sin
embargo, él había tomado mi petición en sentido literal, y le preocupaba mi propósito de desear
aprender sobre el peyote.
Viernes, 23 de junio, 1961
-¿Me va usted a enseñar, don Juan?
-¿Por qué quieres emprender un aprendizaje así?
-Quiero, de veras que me enseñe usted lo que se hace con el peyote. ¿No es buena razón nada
más que querer saber?
-¡No! Debes buscar en tu corazón y descubrir por qué un joven como tú quiere emprender
tamaña tarea de aprendizaje.
-¿Por qué aprendió usted, don Juan?
-¿Por qué preguntas eso?
-Quizá los dos tenemos las mismas razones,
-Lo dudo. Yo soy indio. No andamos por los mismos caminos.
-Mi única razón es que quiero aprender, sólo por saber. Pero le aseguro, don Juan, que mis
intenciones no son malas.
-Te creo. Te he fumado.
-¿Cómo dice?
-No importa ya. Conozco tus intenciones.
-¿Quiere usted decir que vio a través de mí?
-Puedes decirlo así.
-¿Entonces me enseñará?
-¡No!
-¿Porque no soy indio?
-No. Porque no conoces tu corazón. Lo importante es que sepas exactamente por qué quieres
comprometerte. Aprender los asuntos del "Mescalito" es un acto de lo más serio. Si fueras
indio, tu solo deseo seria suficiente. Muy pocos indios tienen ese deseo.
Domingo, 25 de junio, 1961
Me quedé con don Juan toda la tarde del viernes. Iba a marcharme a eso de las 7 p.m.
Estábamos sentados en el zaguán de su casa y yo resolví preguntarle una vez más acerca de la
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enseñanza. Era casi una pregunta de rutina y esperaba que él volviese a negarse. Le pregunté si
había alguna forma de aceptar mi solo deseo de saber, como si yo fuera indio. Tardó un rato
largo en responder. Me sentí obligado a quedarme, porque don Juan parecía estar tratando de
decidir algo.
Finalmente me dijo que había una forma, y procedió a delinear un problema. Señaló que yo
estaba muy cansado sentado en el suelo, y que lo adecuado era hallar un "sitio" en el suelo
donde pudiera sentarme sin fatiga. Yo tenía las rodillas contra el pecho y los brazos enlazados
en torno a las pantorrillas. Cuando don Juan dijo que yo estaba cansado, advertí que me dolía la
espalda y me hallaba casi exhausto.
Esperé su explicación con respecto a lo de un "sitio", pero don Juan no hizo ningún intento
abierto de aclarar el punto. Pensé que acaso quería indicarme camb iar de posición, de modo que
me levanté y fui a sentarme más cerca de él. Don Juan protestó por mi movimiento y recalcó
claramente que un sitio significaba un lugar donde uno podía sentirse feliz y fuerte de manera
natural. Palmeó el lugar donde se hallaba sentado y dijo que ése era su sitio, añadiendo que me
había puesto una adivinanza: yo debía resolverla solo y sin más deliberación.
Lo que él había planteado como un problema que ha de ser resuelto era ciertamente una
adivinanza. Yo no tenía idea de cómo empezar, ni idea de lo que él tenía en mente. Varias veces
pedí una pista, o al menos un indicio, sobre cómo proceder a la localización de un punto donde
me sintiera feliz y fuerte. Insistí y argumenté que no tenía la menor idea de qué quería decir él
en realidad, porque no me era posible concebir el problema. El me sugirió caminar por el
zaguán, hasta hallar el sitio.
Me levanté y empecé a recorrer el suelo. Me sentí ridículo y fui a sentarme frente a don Juan.
El se enojó mucho conmigo y me acusó de no escuchar, diciendo que acaso no quisiera
aprender. Tras un rato se calmó y me explicó que no cualquier lugar era bueno para sentarse o
para estar en él, y que dentro de los confines del zaguán había un único sitio donde yo podía
estar en las mejores condiciones. Mi tarea consistía en distinguirlo entre todos los demás
lugares. La norma general era "sentir" to dos los sitios posibles a mi alcance hasta determinar sin
lugar a dudas cuál era el sitio correspondiente.
.Argüí que, si bien el zaguán no era demasiado grande (3.5 X 2.5 metros), el número de sitios
posibles era avasallador, que requeriría un tiempo muy largo para probarlos todos y que como él
no especificaba el tamaño del sitio, las posibilidades podían ser infinitas. Mis argumentos
resultaron fútiles. Don Juan se puso en pie y, con mucha seve ridad, me advirtió que resolver el
problema tal vez requirie ra días, pero de no resolverlo daba igual que me marchara, porque él
no tendría nada que decirme. Recalcó que él sabía dónde era mi sitio, y que por tanto yo no
podría mentirle; dijo que sólo en esta forma le sería posible aceptar como razón válida mi deseo
de aprender los asuntos del Mescalito. Añadió que nada en este mundo era un regalo: todo
cuanto hubiera que aprender debía aprenderse por el camino difícil.
Dio vuelta a la casa para ir a orinar en el chaparral. De regreso entró directamente en su casa
por la parte trasera.
Pensé que la misión de hallar el supuesto sitio de felicidad era su propio modo de deshacerse
de mí, pero me levanté y empecé a pasear de un lado a otro. El cielo estaba claro. Podía ver
cuanto había en el zaguán y sus inmediaciones. Debí de caminar una hora o más, pero no
ocurrió nada que revelase la ubicación
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