La insuficiencia cardiaca (IC)
Enviado por Yessica Karely Barraza • 22 de Mayo de 2019 • Trabajo • 1.658 Palabras (7 Páginas) • 130 Visitas
INTRODUCCIÓN
La insuficiencia cardiaca (IC) se trata de un síndrome grave dentro de las enfermedades cardiovasculares. Se le trata como un síndrome ya que en el que van a derivar muchas enfermedades cardiovasculares. La IC, afecta a la funcionalidad del miocardio, viéndose reducida a medida que pasa el tiempo con ese síndrome. La evolución de la IC es imprevisible y diferente en cada persona. En muchos casos, los síntomas se mantienen estables durante bastante tiempo (meses o años) antes de empeorar. En algunos casos, la intensidad y los síntomas empeoran gradualmente con el tiempo, mientras que en otros van progresando con rapidez después de, por ejemplo, un infarto de miocardio, un trastorno del ritmo cardíaco o una infección pulmonar. (Heartfailurematters.org, 2017). El corazón va perdiendo fuerza y es incapaz de bombear toda la sangre que el organismo necesita. La Sociedad Española de Cardiología lo define como un síndrome clínico caracterizado por síntomas típicos (disnea, fatiga e hinchazón de tobillos), que pueden acompañarse de signos característicos (presión venosa yugular elevada, crepitantes pulmonares y edemas periféricos) y está causado por una alteración estructural o funcional del corazón que provoca una reducción del gasto cardiaco o una elevación de las presiones intracardiacas, en reposo o durante el esfuerzo (Sociedad Española de Cardiología, 2016). La IC no proviene de una simple causa, sino de un conjunto de ellas que se manifestarán en los individuos de una forma u otra. Entre ellas encontramos las cardiopatías isquémicas que, debido a la reducción de la luz de las arterias coronarias, disminuye el flujo sanguíneo y por tanto el oxígeno aportado. Encontramos también diferentes tipos de miocardiopatías: hipertensiva (producida por la hipertensión no controlada), diabética (causada por la diabetes mielitus), hipertrófica (por aumento excesivo del corazón), alcohólica (por abuso en el consumo de alcohol), dilatada idiopática (cuando se desconoce el origen), miocarditis (inflamación del músculo cardiaco) y miocardiopatía restrictiva. Y otras como pueden ser las valvulopatías o las arritmias. (Fácila, Fundación Española del Corazón, 2015) Los signos y síntomas por los que se identifica la IC son muy diversos. Muchos de ellos van a depender de la edad de los sujetos, habiendo diferencias entre sujetos más jóvenes y de avanzada edad. Algunos de los síntomas son: disnea, ortopnea, disnea paroxística nocturna, tolerancia al ejercicio disminuida, fatiga crónica e inflamación en los tobillos. Por otro lado, los signos son: presión venosa yugular elevada, reflujo hepatoyugular, tercer sonido cardiaco (ritmo galopante), impulso apical desplazado lateralmente (Kelder et al., 2011; Oudejans et al. 2011; Fonseca, 2006). A nivel general, la prevalencia es aproximadamente de un 1-2% de la población adulta en los países desarrollados, aumentando a un 10% entre las personas de 70 años de edad (Mosterd, A., & Hoes, A. W.,2007). En el intervalo entre el censo de 1991 y el 1 de enero de 2012, la población española de 65 años o más, creció de 5.370.252 a 8.029.674 habitantes, con un aumento del 50% (Sayago-Silva, García-López, Segovia-Cubero, 2013). Es por ello que el aumento en el número de pacientes con IC se debe esencialmente al progresivo envejecimiento de la población y al aumento en la esperanza de vida. Los avances en los tratamientos de enfermedades cardíacas, así como el control de la presión arterial, han propiciado que haya mayor número de supervivientes con algunas patologías cardiacas, lo que supone un aumento en la probabilidad de padecer IC. Por otro lado, la mortalidad a causa de la IC disminuyó del año 2008 siendo un 5,2% al año 2010 siendo un 4,2% (INE,2010). En cambio, los últimos datos publicados por el Instituto Nacional de Estadística plasman que la tasa de mortalidad ha aumentado ligeramente estos últimos años, pasando de un 4,2% en 2010 a un 4,3% en 2014 (INE, 2012; INE, 2016). Del 2008 al 2010 se puede decir que hay un aumento en el número de las hospitalizaciones por IC y un descenso en la mortalidad, explicándose en cierto modo por las limitaciones de los sistemas de codificación del diagnóstico (Sayago-Silva et al. 2013). Las diferencias en los criterios de admisión por IC en los diferentes hospitales, los ingresos por diferentes servicios como son cardiología, geriatría, medicina interna o urgencias, o la codificación interpretable de la enfermedad por parte de la administración hace que dificulten más la uniformidad de los diagnósticos. 4 Los datos europeos más recientes (estudio piloto ESC-HF) demuestran que las tasas de mortalidad a los 12 meses de los pacientes hospitalizados o estables/ambulatorios con IC son del 17% en IC aguda y el 7% para IC crónica, y las tasas de hospitalización a los 12 meses fueron del 44% para IC aguda y el 32% para IC crónica (Maggioni, Dahlström, Filippatos, Chioncel, Leiro, Drozdz, ... & Urso, 2013). En pacientes con IC la mayoría de las muertes se producen a través de una muerte súbita y se deben a causas cardiovasculares, fundamentalmente por paro cardíaco y malformación congénita. Además del impacto que tiene en la salud de los individuos, la IC hace que los sistemas sanitarios tengan que invertir muchos recursos. Históricamente, la IC ha causado del 3% al 5% de los ingresos hospitalarios en España y es la causa más alta de hospitalización en pacientes mayores de 65 años (Rodríguez-Artalejo, Banegas, & Guallar-Castillón, 2004; INE, 2011). Se estima que el 2% del gasto sanitario en el mundo desarrollado es asignado a la IC. Varios programas de manejo de enfermedades para el manejo extrahospitalario de la IC, en los que han demostrado ser eficientes en la reducción de ingresos. (Sayago-Silva et al., 2013). Los objetivos del tratamiento para los pacientes con IC son mejorar el estado clínico, la capacidad funcional y la calidad de vida, prevenir las hospitalizaciones y reducir la mortalidad (Ponikowski et al. 2015). Para ello hay diversos tratamientos con los cuales podemos conseguir esto objetivos. En la actualidad los tratamientos farmacológicos para combatir la IC que se recomiendan con un nivel de evidencia I se basan en inhibidores de la enzima de conversión de la angiotensina (IECA), betabloqueantes, antagonistas de los receptores de mineralcorticoides/aldosterona, inhibidor de la neprilisina, receptor de la angiotensina, Inhibidor del canal If, antagonistas del receptor tipo 1 de la angiotensina II y combinación de hidralazina y dinitrato de isosorbida con el objetivo de mejorar los síntomas de la enfermedad y mejorar la calidad de vida, corregir la sobrecarga de volumen, aumentar la perfusión de los órganos finales y mejorar el estado hemodinámico contrarrestando la hiperactivación neurohormonal (Di Somma, & Magrini, 2015). Por otro lado, existen una serie de medidas no farmacológicas que han demostrado mejorar el manejo crónico, la evolución y el pronóstico de los pacientes con IC. La realización de ejercicio físico, una dieta equilibrada y baja en sal, evitar hábitos tóxicos (tabaquismo, ingesta excesiva de alcohol, drogas, etc.), el autocuidado y el control de síntomas por parte del paciente, ya que una detección precoz del síndrome puede suponer reducir ampliamente las posibles consecuencias. Dentro de las no farmacológicas, se encuentran también las intervenciones quirúrgicas como la colocación de dispositivos de asistencia o el trasplante cardiaco. El ejercicio físico, como medida no farmacológica, se trata de un pilar fundamental en este tipo de tratamientos, siendo recomendado por la American College of Cardiology y la American Heart Association (AHA). A pesar de ello, el ejercicio ha estado desaconsejado hasta los años ochenta del pasado siglo (Márquez, Suárez y Márquez, 2013). En la actualidad, gracias a la investigación, se ha desmitificado estas recomendaciones siendo fundamental el papel del ejercicio físico. En los últimos años, numerosos estudios (Collaborative, 2004; Piepoli, 2006; Piepoli et al.,2011), confirman la seguridad y los beneficios del ejercio físico en personas con IC. Estos estudios avalan que el aumento en la condición física se debe principalmente a efectos a nivel periférico (cambios positivos en el metabolismo del músculo esquelético, función endotelial, capacidad vasodilatadora, distribución del gasto cardíaco) y, en un segundo plano, a cambios cardíacos (hemodinámica central incluyendo volúmenes, fracción de eyección y presión pulmonar en reposo y durante el esfuerzo). Por norma general, se ha usado el entrenamiento aérobico como método para trabajar con personas que padecen IC. Las dos grandes metodologías usadas por la comunidad científica para tratar a este tipo de pacientes han sido el entrenamiento continuo a intensidad moderada (EC) y el entrenamiento interválico (EI), mayoritariamente el entrenamiento de alta intensidad (HIT). 5 El EC ha sido el entrenamiento más utilizado en los estudios previos al 2013, por los beneficios que se le asocian a dicho entrenamiento y por la seguridad que aporta. Sin embargo, los estudios recientes se centran en la metodología HIT. Los beneficios del HIT y puede ser los mismos que los del EC, pero añadiendo mayores factores periféricos. En el sistema nervioso autónomo el HIT lo normaliza y con el IC no tiene efectos, ambas metodologías mejoran la presión arterial, aunque algo más el HIT, el HIT mejora el estiffnes arterial y el IC no, y los dos mejoran la funcionalidad del endotelio siendo el HIT más efectivo (Ciolac, 2012). El HIT se basa en períodos cortos de ejercicio de alta intensidad con períodos de menor intensidad, permitiendo así una recuperación entre los intervalos, permitiendo acumular volumen a alta intensidad. Históricamente, se pensaba que el HIT sólo era aplicable a los atletas, sin embargo, cuando se realiza adecuadamente, el HIT aporta beneficios y es seguro entre los pacientes con enfermedad cardiovascular, incluidos los pacientes con IC (Kemi, 2010). A pesar de que el ejercicio físico es beneficioso para estos pacientes, aún hay controversia tanto a la hora de elegir un método de entrenamiento u otro, como en la configuración de la carga óptima (volúmenes, intensidades, densidad, frecuencia). La tendencia de las últimas investigaciones científicas es ver cómo afecta el entrenamiento de alta intensidad en comparación con otros métodos como el entrenamiento aeróbico continuo. Es por ello que el objetivo principal de este trabajo es realizar una revisión sistemática de la literatura científica actual con la finalidad de aclarar los principios metodológicos del entrenamiento para la población con IC.
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