Roberto Ampuero
Enviado por JorgeFigueroa123 • 28 de Abril de 2015 • 1.904 Palabras (8 Páginas) • 230 Visitas
Roberto Ampuero nació en Valparaíso, en 1953, y actualmente vive en Estados Unidos, donde realiza cursos de posgrado, y enseña en la Universidad de Iowa y en el Middlebury College. Estudió en el Colegio Alemán de su ciudad y natal y, hasta el golpe de estado, cursó antropología social y literatura latinoamericana en la Universidad de Chile. En 1973 abandonó el país. Ha vivido en Cuba (1973-79), donde estudió literatura, Alemania del este (1980-83), Alemania Federal (1983-94), Suecia (1997-2000) y desde el 2000 en Estados Unidos.
Es autor de la popular saga del detective privado de origen cubano Cayetano Brulé, que en Chile ha superado la barrera de los 100.000 ejemplares vendidos, y que también ha sido editada en Francia, Italia, Alemania, Portugal, España y otros países. Sus novelas policiales comprenden “¿Quién mató a Cristián Kustermann?”, “Boleros en La Habana”, “El alemán de Atacama” y “Cita en el Azul profundo”. También ha generado gran impacto editorial su novela autobiográfica “Nuestros años verde olivo”, que narra la experiencia del exilio chileno en Cuba. Sus cuentos fueron publicados en “El hombre golondrina”, y una novela para jóvenes en “La guerra de los duraznos” (Editorial Andrés Bello), que relata la historia de niños de Valparaíso durante la dictadura de Pinochet.
Ampuero, columnista dominical del diario La Tercera, es autor de la primera serie policial de la tv chilena, “Brigada Escorpión”. Ha participado en numerosas ferias internacionales del libro en América Latina, Europa y Estados Unidos. Su novela «¿Quién mató a Cristián Kusterman?», con más de 10 ediciones en Chile, lo hizo acreedor en 1993 del Premio de Novela de la Revista de Libros El Mercurio, cuyo jurado lo integraron José Donoso, Jorge Edwards y Ana María Larraín.
Su novela más reciente, “Los amantes de Estocolmo”, está anunciada por su sello Planeta para octubre del 2003.
De nuestros años verde olivo
Sabes, chico, quería hablar contigo -me dijo Cienfuegos una tarde en que, cumpliendo una breve gira por La Habana por razones misteriosas, fumaba en un sillón de la amplia y fresca sala de estar de la casona.
A través de las ventanas abiertas se filtraba una luz bermeja que proyectaban los flamboyanes en flor, mientras por el cielo surcaban nubarrones esponjosos y sobre la mesa de centro, oliendo aún a tinta fresca, yacía Confieso que he vivido, las memorias de Pablo Neruda, que mi suegro había comprado en Madrid y no circulaban en la isla por la velada crítica del vate a la Revolución.
-Usted dirá.
Cienfuegos se arrellanó en el sillón, aspiró profundamente de su tabaco Lanceros, obsequio del Comandante en Jefe, cruzó una pierna sobre la otra y me dijo con cierta displicencia:
-Chico, he estado averiguando sobre ti y sólo he escuchado cosas positivas. Que eres estudiante ejemplar, trabajador eficiente y de vida ordenada. Parece que no te gustan los hierros, pero las cosas marchan y te "aplatanas" adecuadamente.
-Pues las cosas no marchan mal -repuse con una suerte de desconcierto, pues no podía imaginar que Cienfuegos ignorase la crisis familiar por la que atravesaba con su hija, a menos que Margarita la manejase como algo muy íntimo.
-Al mismo tiempo he estado estudiando la situación de tu país -continuó mientras se pasaba la mano por la cabellera blanca, que comenzaba a ralear- y veo que allá las cosas están mal. Pinochet se encuentra sólido en el poder, la oposición no es capaz de quebrar un vidrio y la DINA política sigue asestando golpes demoledores. Todo indica que Pinochet va a seguir gobernando por muchos, muchos años más en Chile.
Traté de rebatir su visión pesimista sobre las perspectivas del país empleando los argumentos aprendidos en las sesiones de la Jota, cifrando esperanzas en la nueva política militar del partido, pero sólo esgrimí justificaciones pálidas y vacilantes, para nada convincentes. Mientras él se refería a datos y situaciones concretas, yo citaba discursos de Luis Corvalán o elegantes exposiciones de Volodia Teitelboim, o bien textos de Lenin sobre el período pre-revolucionario en la Rusia zarista. Cienfuegos hablaba de la realidad de Chile, yo de una visión remota y voluntarista de la misma.
-No te llames a engaño, chico -advirtió reposado-. La oportunidad que desperdició la Unidad Popular significará un retroceso de veinte años en el movimiento popular chileno. La actual generación de tus dirigentes revolucionarios es una generación que fracasó, que ya debería procurarse su jubilación en París o Moscú, mejor en París.
Guardé silencio pensando en los incesantes viajes y reuniones que realizaban nuestros dirigentes en el exilio para articular un movimiento opositor internacional: a Roma o Ciudad de México, Estocolmo o Caracas, París o Budapest, en fin, giras que a veces se confundían con periplos turísticos. Pensé en las limosinas oscuras, con cortinillas y escoltas, que los aguardaban en los aeropuertos y los conducían a exclusivos hoteles que ponían a su disposición los partidos hermanos en el poder.
-Por todo esto, chico, creo que lo más conveniente es que admitas que siendo un hombre joven, revolucionario e integrado, con hijo y mujer cubanos, tu destino no se halla en Chile, sino en Cuba.
Sus ojos grises de fulgor metálico, que me habían impresionado durante nuestro encuentro en Leipzig invernal, ojos guarnecidos por cejas tupidas, me contemplaban ahora con cierto aire de complicidad, como aquella tarde en que acudió a buscarme al hotelito de Berlín occidental. A los cuarenta y cinco años, Cienfuegos todavía era un hombre atractivo y de aspecto juvenil, que usaba mocasines franceses y trajes que compraba, al igual que su difunto y menospreciado suegro, en exclusivas tiendas españolas, y disfrutaba a plenitud los privilegios que le acarreaba el poder.
-Te voy a proponer derechamente algo nuevo -continuó.
De afuera llegaba el croar de las ranas y el canto de grillos, y los mosquitos
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