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Eterno Retorno


Enviado por   •  19 de Julio de 2013  •  2.288 Palabras (10 Páginas)  •  600 Visitas

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En esencia, Mircea Eliade postula que las sociedades primitivas (agrícolas, cazadores-recolectores) se aferran a toda una serie de arquetipos primigenios en una evidente negación del paso del tiempo, de la historia, de un pasado y de un futuro. Naturalmente Eliade lo expone más elegantemente, de forma más prolija y con mayor detalle, y admito que probablemente habrá muchas cuestiones que no habré entendido plenamente, pero lo que queda claro a lo largo de todo el ensayo es ese inmovilismo en creencias antiguas y arraigadas.

Las dudas surgen cuando Eliade no incide en cuestiones que parecen obvias; el origen de esas creencias y mitos, la mutabilidad social y ambiental y que contemporáneos con los ejemplos que expone hay civilizaciones que han tomado otros caminos.

Los mitos y arquetipos no son como las tablas de la ley, nadie los escribe en piedra y los convierte en creencias inamovibles. Surgen de la evolución de mitos más antiguos o de hechos más o menos contemporáneos y convenientemente distorsionados. No tengo ni idea de cuantos mitos seminales se pueden enumerar, si es que es posible hacerlo; el padre sabio, la madre protectora, el héroe salvador, la pandilla habitual de dioses y espíritus esenciales, todos, han tenido que ser inventados por alguien en algún momento, y es precisamente ese antes y ese después lo que hacer surgir la duda. ¿Hasta que punto son válidos los arquetipos? ¿Son siempre los mismos o sólo sirven si son útiles para un momento y situación concretas?

Esto implica llegar a la conclusión facilona de que mitos y arquetipos son mutables en el tiempo. La propia dinámica del medio ambiente, no siempre estable y no siempre permanente, es la primera causa de alteraciones. Cualquier circunstancia que altere la transmisión y fijación del conocimiento de los mismos supone la destrucción del mito, una serie de catástrofes que contradicen cualquier explicación del brujo de turno, la muerte del brujo antes de transmitir todo su conocimiento, la propia creatividad del brujo a la hora de hacerlo, por no hablar de influencias externas en forma de intercambio o invasión. Eliade plantea los mitos como un conocimiento colectivo y profundo, cuando generalmente la esencia de la doctrina suele estar en manos de muy pocos individuos que la manejan a su antojo.

Por último, Eliade se refiere siempre a los pueblos primitivos, nunca a civilizaciones más elaboradas, e incluso, en un ejercicio de imaginación, llega a contraponer al hombre primitivo con el hombre moderno. Es algo extraño puesto que desde mi punto de vista, admitiendo la existencia del hombre moderno, echa por tierra todos sus postulados, admite la mutabilidad de los mitos, su poca consistencia y su fragilidad en cuanto se ven sometidos a un proceso de cambio para el que no están preparados. La tesis del eterno retorno se hace extraña puesto que ese punto de retorno avanza, se transforma, no está inmóvil hace 40.000 años, y los arquetipos que no evolucionan son susceptibles de cuestionamiento y causa de conflictos.

Insisto en que puedo haber interpretado este ensayo de forma completamente opuesta a lo que Eliade pretendía y entendido los conceptos que expone de forma errónea o simplemente descontextualizada, pero como digo no es menos cierto que mis conocimientos sobre el tema son ciertamente cortos y que probablemente no me encuentre entre el hombre culto en general que menciona en la introducción.

El Mito del eterno retorno, de Mircea Eliade

Leer a Mircea Eliade es incorporarse a una dimensión esencial- e invisible- de la experiencia humana. Su escritura bella y profunda describe realidades complejas, olvidadas, ocultas.

El eje del “El mito del eterno retorno” es el problema del sufrimiento. ¿Cómo hacían los primitivos para lidiar con el dolor?

La solución es la negación del tiempo. No existen los acontecimientos. Solo es humana la experiencia asociada al Ciclo: nacimiento, vida , muerte, resurrección. Todo lo que importa sucedió ya, no hay novedad, solo reiteración infinita que nos aleja del miedo a la muerte. Porque a la muerte le sigue la resurrección.

El dolor- la peste, el terremoto, la guerra- son solo “errores”, algo se ha hecho mal- un juramento, un rito, la violación de un tabú- y el cosmos cesa por un instante dando lugar al dolor. De esta manera, “explicando” el dolor por una violación de la norma- éste adquiere sentido y renace la esperanza (no violaré en el futuro la norma, y entonces no ocurrirá nada doloroso)

El judaísmo quiebra esta lógica cíclica, ahistórica y el fácil expediente de pretender explicar el dolor por el error.

Inaugura la Historia: Moises recibió de Jehová en lugar y fecha precisas la Tablas de la Ley: la historia tiene un comienzo. Al asumir el peso de la historia , el judío adquiere un compromiso demasiado fuerte: ya no cabe la tranquilizadora sucesión de nacimientos y muertes: Hubo UN solo nacimiento de la Ley y cada muerte es un misterio que debe confrontarse con Dios. Los acontecimientos se deben explicar en relación a Jehová, el cual interviene en la vida diaria, castigando la vuelta a los dioses agrarios primitivos y alentando la fe, como sentimiento personal e intransferible.

Esta lucha permanente con Jehová no es fácilmente soportada y durante siglos los judíos cayeron en la tentación de volver al politeísmo. La lucha argumental de los profetas que condenan estas ”recaídas” en lo primitivo y tranquilizador forman el material y la tensión de la Escritura.

La costumbre, la noción del eterno ciclo como fuerza esperanzadora y la justificación del dolor por los errores rituales cometidos se reemplazan en el judaísmo por la fe personal, la noción de la irreversibilidad de la Historia y la confrontación permanente con Jehová para explicarse los acontecimientos de esa Historia.

Por último, el mesianismo, la creencia de la llegada de un Mesías que instaurará la felicidad eterna y terminará con la angustia de la historia pertenece a una concepción abierta del fin de la historia. Nadie sabe cuando advendrá finalmente esa felicidad eterna de la manos del Mesías.

Obviamente todas las utopías y socialismos se derivan de la idea mesiánica. En la medida que se adviertan “señales” de la inminencia de la llegada del Mesías, mesiánicos y milenaristas, se pondrán en marcha para encabezar la “revolución”, ese acto supremo en que el sufrimiento de la historia será al fin superado, y se hará verdad el Reino de Dios en la Tierra.

En algún sentido la acusación derechista hacia los judíos como inventores del socialismo no está errada. Se le olvida que el que perfeccionó esa vertiente fue, justamente, el Cristo, el Ungido, el Mesías.

Pero esa es otra discusión.

Nada de lo sucedido en Occidente se explica sin la ruptura

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