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Post - Scriptum (Deleuze)


Enviado por   •  4 de Febrero de 2014  •  2.331 Palabras (10 Páginas)  •  324 Visitas

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Historia

Foucault situó las sociedades disciplinarias en los siglos XVII y XIX, y estas sociedades

alcanzan su apogeo a principios del siglo XX. Operan mediante la organización de grandes centros

de encierro. El individuo pasa sucesivamente de un círculo cerrado a otro, cada uno con sus propias

leyes: primero la familia, después la escuela (“ya no estas en la casa”), después el cuartel (“ya no

estas en la escuela’’), a continuación la fábrica, cada cierto tiempo el hospital, y a veces la cárcel, el

centro de encierro por excelencia. La cárcel sirve como modelo analógico: la heroína de Europa 51

exclama, cuando ve a los obreros: «creí ver a unos condenados». Foucault ha analizado a la

perfección el proyecto ideal de los centros de encierro, especialmente visible en las fábricas:

concentrar, repartir en el espacio, ordenar en el tiempo, componer en el espacio-tiempo una fuerza

productiva cuyo efecto debe superar la suma de las fuerzas componentes. Pero Foucault conocía

también la escasa duración de este modelo: fue el sucesor de las sociedades de soberanía, cuyos

fines y funciones eran completamente distintos: gravar la producción más que organizarla, decidir la

muerte más que administrar la vida; la transición fue progresiva. Napoleón parece ser quien realizó

la transformación de una sociedad en otra. Pero, también las disciplinas entraron en crisis en

provecho de nuevas fuerzas que iban produciendo lentamente, y que se precipitaron después de la

segunda guerra mundial: las sociedades disciplinarias son nuestro pasado inmediato, lo que estamos

dejando de ser.

Todos los centros de encierro atraviesan una crisis generalizada: cárcel, hospital, fábrica,

escuela, familia. La familia es un (espacio) “interior” en crisis, como lo son los demás (espacios)

interiores (el escolar, el profesional, etc.). Los ministros competentes anuncian constantemente las

supuestamente necesarias reformas. Reformar la escuela, reformar la industria, reformar el hospital,

el ejército, la cárcel; pero todos saben que, a un plazo más o menos largo, estas instituciones están

acabadas. Solamente se pretende gestionar su agonía y mantener a la gente ocupada mientras se

instalan esas nuevas fuerzas que están llamando a nuestras puertas. Se trata de las sociedades de

control, que están sustituyendo a las disciplinarias. “Control” es el nombre propuesto por Burroughs

para designar al nuevo monstruo que Foucault reconoció como nuestro futuro inmediato. También

Paul Virilio ha analizado continuamente las formas ultrarrápidas que adopta el control “al aire libre”

y que reemplazan a las antiguas disciplinas que actuaban en el período de los sistemas cerrados. No

cabe responsabilizar de ellas a la producción farmacéutica, a los enclaves nucleares o a las

manipulaciones genéticas, aunque tales cosas estén destinadas a intervenir en el nuevo proceso. No

cabe comparar para decidir cuál de los dos regímenes es más duro o más tolerable, ya que tanto las

liberaciones como las sumisiones han de ser afrontadas en cada uno de ellos a su modo. Así, por

ejemplo, en la crisis del hospital como medio de encierro, es posible que la sectorialización, los

hospitales de día o la asistencia domiciliaria hayan supuesto en un principio nuevas libertades; no

obstante, participan igualmente de mecanismos de control que no tienen nada que envidiar a los más

terribles encierros. No hay lugar para el temor ni para la esperanza, sólo cabe buscar nuevas armas.

Lógica

Los diferentes internados o centros de encierro por los que va pasando el individuo son

variables independientes: se sobreentiende en cada ocasión un comienzo desde cero, y, aunque

existiese un lenguaje común a todos los centros de encierro, es un lenguaje analógico. En cambio,

los diferentes “controladores” son variantes inseparables que constituyen un sistema de geometría

variable cuyo lenguaje es numérico (lo que no siempre significa que sea binario). Los encierros son

moldes o moldeados diferentes, mientras que los controles constituyen una modulación, como una

suerte de molde autodeformante que cambia constantemente y a cada instante, como un tamiz cuya

malla varía en cada punto. Se puede apreciar sin dificultad en los problemas de los salarios: la

fábrica era un cuerpo cuyas fuerzas interiores debían alcanzar un punto de equilibrio, lo más alto

posible para la producción, lo más bajo posible para los salarios; en una sociedad de control, la

fábrica es sustituida por la empresa, y la empresa es un alma, es etérea. Es cierto que ya la fábrica

utilizaba el sistema de las primas y los incentivos, pero la empresa se esfuerza con mayor

profundidad en imponer una modulación de cada salario, en estados siempre metaestables que

admiten confrontaciones, concursos y premios extremadamente cómicos. El éxito de los concursos

televisivos más estúpidos se debe a que expresan adecuadamente la situación de las empresas. La

fábrica hacía de los individuos un cuerpo, con la doble ventaje de que, de este modo, el patrono

podía vigilar cada uno de los elementos que formaban la masa y los sindicatos podían movilizar a

toda una masa de resistentes. La empresa, en cambio, instituye entre los individuos una rivalidad

interminable a modo de sana competición, como una motivación excelente que contrapone unos

individuos a otros y atraviesa a cada uno de ellos, dividiéndole interiormente. El principio

modulador de que los salarios deben corresponderse con los méritos tienta incluso a la enseñanza

pública: de hecho, igual que la empresa toma el relevo de la fábrica, la formación permanente tiende

a sustituir al examen. Lo que es el medio más seguro para poner la escuela en manos de la empresa.

En las sociedades disciplinarias siempre había que volver a empezar (terminada la escuela,

empieza el cuartel, después de éste viene la fábrica), mientras que en las sociedades de control

nunca se termina nada: la empresa, la formación o el servicio son los estados metaestables y

coexistentes de una misma modulación, una especie de deformador universal. Kafka, que se hallaba

a caballo entre estos dos tipos de sociedad, describió en El proceso sus formas jurídicas más

temibles: la absolución aparente (entre dos encierros), típica de las sociedades disciplinarias, y el

aplazamiento ilimitado

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