El Horror Economico
Enviado por diegmo • 9 de Julio de 2014 • 2.520 Palabras (11 Páginas) • 327 Visitas
Vivimos en medio de una falacia descomunal, un mundo
desaparecido que se pretende perpetuar mediante políticas
artificiales. Un mundo en el que nuestros conceptos del trabajo y por
ende del desempleo carecen decontenido y en el cual millones de
vidas son destruidas y sus destinos aniquilados. Se sigue
manteniendo la idea de una sociedad caduca, a fin de que pase
inadvertida una nueva forma de civilización en la que sólo un sector
ínfimo, unos pocos, tendrá alguna función. Se dice que la extinción
del trabajo es apenas coyuntural, cuando en realidad, por primera
vez en la historia, el conjunto de los seres humanos es cada vez
menos necesario.
Descubrimos —dice la autora— que hay algo peor que la explotación
del hombre: la ausencia de explotación; que el conjunto de los seres
humanos es considerado superfluo, y que cada uno de los que
integran ese conjunto tiembla ante la perspectiva de no seguir
siendo explotable.
El libro de Forrester tiene la virtud de instalar el debate en
un terreno que no es el económico ni el político (técnico uno,
institucional el otro) sino en el espacio público. Los problemas del
desempleo, la marginación, las crecientes desigualdades sociales y
culturales, sugiere la autora, no deben ser tratados sólo entre
especialistas: deben discutirse en la sociedad. Esta obra se dirige a
cada uno de nosotros. Y lo hace, además, con una franqueza casi
brutal. Forrester termina con la retórica engañosa según la cual las
dificultades del presente son en realidad los obstáculos
que deben superarse con vistas a un futuro mejor.
Novelista y crítica literaria francesa, Viviane Forrester (1925) ha
conmovido con este ensayo al mundo de las ideas. Con más de 300
000 ejemplares vendidos en Francia y traducciones a 12 idiomas, El
ha llegado a ser, en pocos meses, un fenómeno de
trascendencia internacional. Sus lectores constituyen una comunidad
alerta para la cual la indiferencia dejó de ser posible y en la que
horror económico renace la solidaridad fundada en el respeto.
I
Vivimos en medio de una falacia descomunal: un mundo
desaparecido que nos empeñamos en no reconocer como tal
y que se pretende perpetuar mediante políticas artificiales.
Millones de destinos son destruidos, aniquilados por este
anacronismo debido a estratagemas pertinaces destinadas a
mantener con vida para siempre nuestro tabú más sagrado:
En efecto, disimulado bajo la forma perversa de "empleo",
el trabajo constituye el cimiento de la civilización occidental,
que reina en todo el planeta. Se confunde con ella hasta el
punto de que, al mismo tiempo que se esfuma, nadie pone
oficialmente en tela de juicio su arraigo, su realidad ni menos
aún su necesidad. ¿Acaso no rige por principio la distribu-
ción y por consiguiente la supervivencia? La maraña de tran-
sacciones que derivan de él nos parece tan indiscutiblemente
vital como la circulación de la sangre. Ahora bien, el traba-
jo, considerado nuestro motor natural, la regla del juego de
nuestro tránsito hacia esos lugares extraños adonde todos
iremos a parar, se ha vuelto hoy una entidad desprovista de
Nuestras concepciones del trabajo y por consiguiente del
desempleo en torno de las cuales se desarrolla (o se pretende
desarrollar) la política se han vuelto ilusorias, y nuestras lu-
chas motivadas por ellas son tan alucinadas como la pelea de
Don Quijote con sus molinos de viento. Pero nos formulamos
siempre las mismas preguntas quiméricas para las cuales, co-
mo muchos saben, la única respuesta es el desastre de las vi-
das devastadas por el silencio y de las cuales nadie recuerda que
cada una representa un destino. Esas preguntas perimi-
das, aunque vanas y angustiantes, nos evitan una angustia
peor: la de la desaparición de un mundo en el que aún era po-
sible formularlas. Un mundo en el cual sus términos se basa-
ban en la realidad. Más aún: eran la base de esa realidad. Un
mundo cuyo clima aún se mezcla con nuestro aliento y al cual
pertenecemos de manera visceral, ya sea porque obtuvimos
beneficios en él, ya sea porque padecimos infortunios. Un
mundo cuyos vestigios trituramos, ocupados como estamos
en cerrar brechas, remendar el vacío, crear sustitutos en tor-
no de un sistema no sólo hundido sino desaparecido.
¿Con qué ilusión nos hacen seguir administrando crisis al
cabo de las cuales se supone que saldríamos de la pesadilla?
¿Cuándo tomaremos conciencia de que no hay una ni muchas
crisis sino una mutación, no la de una sociedad sino la muta-
ción brutal de toda una civilización? Vivimos una nueva era,
pero no logramos visualizarla. No reconocemos, ni siquiera
advertimos, que la era anterior terminó. Por consiguiente, no
podemos elaborar el duelo por ella, pero dedicamos nuestros
días a momificarla. A demostrar que está presente y activa, a
la vez que respetamos los ritos de una dinámica ausente. ¿A
qué se debe esta proyección de un mundo virtual, de una so-
ciedad sonámbula devastada por problemas ficticios... cuan-
do el único problema verdadero es que aquéllos ya no lo son
sino que se han convertido en la norma de esta época a la vez
inaugural y crepuscular que no reconocemos?
Por cierto, así perpetuamos lo que se ha convertido en un
mito, el más venerable que se pueda imaginar: el mito del
trabajo vinculado con los engranajes íntimos o públicos de
nuestras sociedades. Prolongamos desesperadamente las
transacciones cómplices hasta en la hostilidad, rutinas pro-
fundamente arraigadas, un estribillo cantado desde antaño
en familia... una familia desgarrada, pero atenta a ese re-
cuerdo compartido, ávida de los rastros de un denominador
común, de una suerte de comunidad aunque sea fuente y se-
de de las peores discordias, las peores infamias. ¿Cabría de-
cir, de una suerte de patria? ¿De un vínculo orgánico tal que
cualquier desastre es preferible a la lucidez, a la comproba-
ción de la pérdida, cualquier riesgo es más aceptable que la
percepción y conciencia de la extinción del que fuera nues-
tro medio?
A partir de ahora nos corresponden los medicamentos
...