Cinco Tentaciones Por Benjamín Patterson
Enviado por cinths • 10 de Abril de 2013 • 3.030 Palabras (13 Páginas) • 319 Visitas
Ocurrió hace años, durante una de mis primeras predicaciones. En un pasaje del sermón señalé algo que estaba a mi derecha y todos los ojos se fijaron en aquel objeto. ¡Qué fantástico!, pensé. Puedo hacer eso con todas estas personas. Ese momento marcó el principio de mi conocimiento acerca de las peculiares tentaciones a las que se enfrenta el predicador.
EL ARTISTA
La primera y más grande de estas tentaciones es la que experimenté aquel día: la de ser un artista en el púlpito. Cualquiera que tenga el atrevimiento de colocarse en frente de un grupo de personas y tomar 25 minutos de su tiempo para efectuar un monólogo, tiene que tener algo de artista. Si usted odia ese tipo de actividad, es bastante probable que no llegue a ser muy efectivo como predicador.
Pero justamente es allí donde se encuentra la traba. Para comunicar bien, uno debe exponerse constantemente a una de las tentaciones más letales del hombre de Dios: el actuar de tal manera que uno se gane la apreciación y los aplausos de los oyentes. No hay ningún problema en esta actitud cuando el oyente, en los ojos del predicador, es Dios. Pero, desafortunadamente, Dios generalmente resulta difícil de ver. Lo que sí vemos es ese grupo de personas sentados en los bancos de la iglesia. Ellos resultan muy visibles y, a menudo, buscamos su aprobación.
Jesús le puso el dedo a esta tentación en la sexta bienaventuranza: "Bienaventurados los de limpio corazón, pues ellos verán a Dios". Un corazón puro es un corazón que no tiene motivaciones confusas. Por esta razón, Jesús miró a los fariseos (quienes hacían sus buenas obras para ser vistos por el pueblo) y dijo: "Ya tienen su recompensa". Ellos estaban recibiendo justamente lo que buscaban: aprobación humana.
Busque a Dios, y lo verá. Busque a los hombres, y los verá.
En cierta ocasión, John Bunyan predicó un sermón bastante fuerte. La primera persona que se acercó a él después de la reunión se lo hizo saber. Respondió: "Ya lo sabía. El Diablo me lo dió a entender cuando me alejé del púlpito." He perdido cuenta de las veces que me paré a la puerta del templo luego de haber predicado, hambriento por recibir alabanzas de mi congregación. Había trabajado arduamente durante la semana para estar bien preparado. Había puesto en la predicación toda la fuerza y concentración que podía reunir. En muchas maneras, había traído al púlpito toda la intensidad que usaría para un partido de fútbol. Al terminar el sermón, sintiendo el sudor bajo mi ropa, mi pregunta era: "¿Lo hice bien?".
En momentos de claridad, sé muy bien que solamente Dios puede juzgar las cosas y entregar el premio. Pero se me ocurre que rara vez veo las cosas así inmediatamente después de haber predicado. Bruce Thielemann ha dicho con gran acierto: "La predicación es el ministerio más público y, por lo tanto, el más visible en sus errores y el más expuesto a la tentación de la hipocresía".
LA PALABRA PARA LOS OTROS
Una segunda tentación se encuentra en que el predicador vea la Palabra de Dios como algo solamente para ser predicado. La presión de producir sermones, combinada con el hecho de que los sermones deben predicarse de la Biblia, pueden hacer que una simple lectura devocional de la Palabra sea imposible de lograr. Cada vez que tomo mi Biblia y comienzo a discernir ciertas verdades de un pasaje me pongo a pensar, casi instantáneamente, en cómo puedo predicarlo a mi congregación. Y en la mayoría de los casos paso por alto la relevancia que puede tener para mi propia vida. Esto es fatal. Pablo, el apóstol, hizo alusión a su propia lucha con este problema cuando expresó la preocupación de que "no sea que habiendo predicado a otros, yo mismo sea descalificado". (I Cor. 9:27).
La predicación que tiene respaldo es aquella que viene de hombres y mujeres que han luchado personalmente con aquello que proclaman públicamente. Suelo caer con tanta facilidad en esta tentación, que debo disciplinarme para estudiar pasajes en forma devocional antes de formar sermones de ellos. Y debo hacer esto con meses de anticipación a la predicación propiamente dicha.
¿PORQUE LES GUSTA O PORQUE LO NECESITAN?
Una tercera tentación a la cual se enfrenta el predicador es la de convertir a las piedras en pan, dándole así a la gente lo que desea y no lo que necesita. Siempre está presente en la psiquis del que predica el deseo de ser apreciado por aquellos a quienes se dirige. Ese deseo puede tornarse tan fuerte que uno se hace más sensible que un sismógrafo a los gustos de la congregación. Es en ese momento que el predicador se puede convertir en un publicista, en desmedro del profeta.
Todo lo que hacen los publicistas se reduce simplemente a convencernos de que lo que buscamos lo lograremos mejor con sus productos, sus candidatos, o sus mensajes. Cuando se presenta el evangelio como algo que va a ayudar a las personas a tener aquello que desean, sin crítica, se deja como un simple instrumento de propaganda. James Daane dice que: "La Biblia debe definir nuestras necesidades antes de suplirlas. Nos debe decir lo que necesitamos: la naturaleza de nuestros dolores, angustias, etcétera. En otras palabras, la Biblia debe decirnos qué es el pecado, porque no lo sabemos."
Una variación de la tentación de dar a las personas lo que desean es el uso exagerado de ilustraciones e historias. Todo aquel que predica sabe bien cuán efectiva puede ser una buena historia o un chiste para atraer la atención de las personas. El problema más grande con las historias es que se prestan a que cada cual las interprete a su gusto. Una congregación donde hay una gran variedad de puntos divergentes puede escuchar un sermón lleno de historias y narraciones entretenidas, y todos se irán del templo sintiéndose edificados. El pastor realmente dijo las cosas "como son". Claro que sí; si todos sintieron que su punto de vista fue expresado, no se expresó punto de vista alguno. Pero el pastor quedó bien con todos.
PROFETA Y SACERDOTE
La cuarta tentación para el predicador radica en el extremo opuesto de lo recién mencionado. Esta es la tentación de verse a uno mismo como profeta para las personas, sacrificando la función de ser también su sacerdote. Un sacerdote es uno que se presenta ante el Señor como intercesor por el pueblo. Los profetas son mensajeros de Dios. Los sacerdotes son intercesores. Los profetas enfrentan a los hombres con la verdad divina y con las mentiras humanas Los sacerdotes sostienen a los hombres frente a la gracia de Dios.
La tentación de ser un profeta, sacrificando la función de sacerdote, está en que uno puede atacar a las personas desde una posición de total aislamiento (donde uno es intocable). Uno no tiene que
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