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Rol Del Docente


Enviado por   •  22 de Marzo de 2014  •  3.820 Palabras (16 Páginas)  •  287 Visitas

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proceso de refinamiento.

El primer año de vida resulta crucial en el aprendizaje del lenguaje. A lo largo de este periodo, el bebé afina, gracias a su experiencia creciente, toda una serie de capacidades de base que le permiten interactuar intencionalmente a un nivel preverbal con el adulto.

Generalmente se considera que el (la) niño (a) empieza a hablar hacia los 12 meses, cuando produce sus primeras palabras. Empero, la comunicación en el sentido más amplio de la palabra, parafraseando a Rondal, J. (2003), empieza mucho antes, ya que desde el mismo momento de su nacimiento el bebé tiene la capacidad de comunicarse, de percibir los estímulos auditivos, de llorar, gemir y por último, producir sonidos que tienen valor de comunicación y que equivalen a manifestaciones de sus deseos, expectativas y sensaciones; pasa, por tanto, de una forma global de expresión y de comunicación (en la que participa todo el cuerpo), a una forma diferenciada que recurre a la actividad vocal, sobre un fondo de expresión y comunicación gestual que implican el inicio de comprensión verbal.

A lo largo de los 15 primeros meses de la vida del bebé tiene lugar una importante evolución de la actividad vocal y perceptiva. A nivel productivo, el fenómeno es comparable con lo que ocurre a nivel receptivo, el niño pasa del estado de balbuceo indiferenciado a la emisión exclusiva de fonemas pertenecientes a la lengua materna. Hacia los 6 u 8 meses de edad, el niño empieza a tener un cierto control de la fonación y, de manera bastante clara, también a nivel de la prosodia.

Para Puyuelo, M. (1998), la adquisición del lenguaje oral por parte del (de la) niño (a) surge a partir de la comprensión de intercambios previos, por lo tanto se adquiere a través del uso activo en contextos de interacción. Lo anterior significa que el aprendizaje del lenguaje oral en el niño no se produce de forma aislada sino que existe una relación entre el contenido, la forma y el uso del lenguaje. Cuando el niño aprende el lenguaje necesita conocer a las personas, objetos y eventos, así como las relaciones que se dan entre ellos, ya que para dar cuenta del contenido del lenguaje precisa de aprender a reconocer los diferentes contextos para múltiples propósitos.

Existe un acuerdo general entre los especialistas del lenguaje de que, salvo excepciones, es posible que un niño (a) hable bien hacia los tres años de edad. Para que se produzca esta situación han de darse varias condiciones: normalidad de los órganos lingüísticos, tanto receptivo (capacidad auditiva o visual y cortical), como productivos (capacidad de ideación y capacidad articulatoria). También la exposición del (de la) niño (a) a un contexto socializador y lingüístico adecuado, así como el desarrollo de un entorno comunicativo que suponga un continuo estímulo de los adultos hacia el niño generando las respuestas adecuadas. Lo que implica tener desde el nacimiento estructuras neuromotrices sensoriales -mentales normales y conservarlas a lo largo de su desarrollo.

Factores auditivos

Es indispensable una buena audición para una buena recepción del mensaje hablado.

La ausencia de aparición del balbuceo y del lenguaje a una edad determinada deberá sistemáticamente hacer presumir dificultad auditiva importante.

Factores visuales

Ver bien es fundamental para la organización de la comunicación. Las miradas recíprocas desencadenan y mantienen la comunicación. Las expresiones del rostro y los gestos acompañan naturalmente al lenguaje.

Factores neurológicos y cógnitivos

Una integridad neurológica y las suficientes capacidades intelectuales son indispensables para el desarrollo del lenguaje. Las habilidades cognitivas y las competencias lingüísticas están estrechamente ligadas.

Factores ligados a las interacciones padres - hijos

El niño se comunica de muchas formas (mímica, sonrisas, voz, lloros). Esta aptitud es particularmente importante en la medida en que prefigura la función social del lenguaje. Desde las primeras semanas de vida, la madre considera a su bebé como un verdadero interlocutor al que atribuye intenciones de comunicación. Los gritos, la vocalización, la mímica y los movimientos no verbales son interpretados por la madre como que tienen sentido. La madre es muy receptiva a todos estos comportamientos y responde de manera verbal y/o mimo-gestual. Esto tiene por efecto reforzar algunas actitudes del bebé, actitudes que, retomadas por la madre, son insertadas en una "conversación" donde el bebé experimenta alternativamente los tiempos de palabra y de escucha.

Desde los primeros meses, el niño y la niña multiplican experiencias perceptivas a través de lo que ven, de lo que entienden, de lo que tocan, de lo que huelen y de lo que prueban. Sus padres, al comentar sus experiencias, le ayudan a organizar su entorno, su relación con las personas, los objetos y las acciones. Conforme el niño (a) se vuelve más hábil en el plano motor, van surgiendo los nuevos comportamientos interactivos y mentales.

Entre los comportamientos no verbales manifestados por los bebés, está la puntería (apuntar con el dedo) aparece a la edad de los 9 meses. Hacia los 12 meses, este comportamiento ha adquirido una función social de comunicación. El niño apunta con el dedo con la intención de atraer la atención de la madre sobre ciertos elementos del entorno. La madre responde nombrando al objeto o el acontecimiento apuntado con el dedo por el bebé ("sí, es el perro"). Este procedimiento que permite a la madre y al niño estar "en sincronía" es la base de todo diálogo futuro ya que, para que este se desarrolle eficazmente, ambos interlocutores deben atraer su atención en un objeto o un acontecimiento común para poder "hablar" sobre ello juntos, es lo que denominamos atención conjunta.

Siguiendo el desarrollo, el niño está en disposición de experimentar comportamientos sociales cada vez más amplios o sofisticados sobre los planos motores, de relación y cognitivos. Los procesos de adaptación de la madre a los comportamientos del bebé, que son totalmente inconscientes, permiten de esta forma, en todas las etapas del desarrollo, un ajuste progresivo.

El papel de la madre en esta fase es esencial. Precisamente es en su capacidad de dejarse guiar por el bebé donde reside la comunicación prelingüística. Esta constituye un marco propicio para el desarrollo del lenguaje ya que es en este contexto privilegiado de diálogo y de placer compartido que las primeras vocalizaciones serán interpretadas por la madre y adquirirán sentido.

Las interacciones precoces

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